La encuesta de expectativas económicas relevada por el Banco Central del Uruguay (BCU) en noviembre no introdujo grandes cambios en relación a las instancias anteriores. En materia de crecimiento, los analistas continúan visualizando una expansión del PIB anual del entorno de 5,2% para este año. De las 23 respuestas recogidas, la previsión más optimista ubica el crecimiento en el entorno de 5,9% y la más pesimista en torno al 5%.

Detrás de estas estimaciones hay que tener presente el efecto de “arrastre estadístico” que viene heredado del año pasado, lo que por sí solo ya le ponía un piso al desempeño económico cercano al 3,6%. Depurado este efecto, la dinámica de la actividad va convergiendo hacia el crecimiento potencial, estimado levemente por encima del 2% anual.

En ese sentido, los analistas encuestados prevén un incremento del PIB de 3% para el año que viene y una expansión más modesta de cara al 2024 (2,5%). Estos datos son consistentes con los que se desprenden de la Encuesta de Expectativas Empresariales elaborada por Exante. Concretamente, la visión del empresariado uruguayo sugiere un crecimiento cercano a 2,7% para el corto plazo (2022-2025).

Del mismo relevamiento efectuado por el BCU también surgen las expectativas en torno al tipo de cambio nominal, una variable que ha sido objeto de controversias en tanto presenta un comportamiento desacoplado de la tendencia global asociada al fortalecimiento del dólar en 2022. La semana pasada la cotización del peso uruguayo volvió a romper el piso de los $40 y acumula una caída del entorno del 10% en lo que va del año. Con este punto de partida, los analistas sugieren que la moneda uruguaya se depreciaría en los próximos meses: $41,5 es el valor esperado para el cierre de este año y $44,1 es la conjetura hacia diciembre de 2023.

Foto del artículo 'Las expectativas económicas y la orientación de la política monetaria'

En los últimos meses, los debates en torno a la competitividad se han ido intensificando, en un contexto caracterizado por la configuración de un escenario externo más adverso y una política más restrictiva por parte del BCU a nivel local. A las críticas que se vienen acumulando desde la Unión de Exportadores se han incorporado recientemente otros planteos, que alertan por los efectos del “atraso cambiario”. “En esta casa sabemos lo que implica esa realidad, cuando el atraso cambiario se instala y se demora en salirse de esa situación”, advirtió el presidente de la Cámara de Industrias, Alfredo Antía, días atrás.

Los indicadores de competitividad-precio marcan un desalineamiento cambiario que refleja el encarecimiento relativo que viene procesando la economía uruguaya con sus socios comerciales y competidores. El tipo de cambio real (TCR) efectivo cayó 10,6% en lo que va del año, y se encuentra casi 30% por debajo del promedio 2000-2022. El tipo de cambio real de fundamentos, que complementa lo anterior sofisticando un poco el análisis, también marca una brecha negativa para la competitividad. En efecto, el desalineamiento estimado por el BCU entre estas dos mediciones del TCR se ubica en torno al 12%.

El aumento del tipo de cambio nominal anticipado por los analistas responde a esta situación, incorporando también los movimientos globales del dólar que están asociados al combate inflacionario por parte de la Reserva Federal de Estados Unidos.

Las expectativas de inflación

En relación a los precios, tampoco son significativas las innovaciones que se desprenden de la encuesta correspondiente al mes de noviembre. La inflación cerraría este año en el eje del 9% y comenzaría a moderarse en los próximos 24 meses −horizonte de proyección de la política monetaria−. Puntualmente, los analistas proyectan una inflación de 7,4% y de 6,8% para 2023 y 2024 respectivamente.

Estas expectativas son levemente más optimistas que las que surgen de los relevamientos realizados entre los empresarios.1 A modo de ejemplo, la última encuesta relevada por el Instituto Nacional de Estadística (INE) sugiere que la inflación no bajaría de 8,5% en los próximos dos años. En línea con esto, y como fue analizado en la edición pasada, sólo el 18% de los empresarios consultados por Exante espera que la inflación ingrese al rango meta en un horizonte de tres o cuatro años. Cabe recordar que el techo del rango pasó de 7% a 6% el pasado setiembre, por lo cual se amplió la brecha entre la visión oficial y la del resto de los actores económicos. Esto es particularmente relevante desde la perspectiva de la recuperación salarial, un compromiso asumido cuyo cumplimiento viene difiriéndose en el tiempo. En efecto, el salario real comenzaría a recuperarse recién en 2023.

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La política monetaria

En este contexto, y a efectos de mitigar el desanclaje de las expectativas reseñado, el BCU volvió a subir la tasa de interés en 50 puntos básicos la semana pasada, ubicándola ahora en 11,25%. Además, anticipó un aumento adicional para el final del año. “Se considera que con estos incrementos se estaría alcanzando los niveles de tasa adecuados para la convergencia de la inflación y sus expectativas al rango objetivo en el horizonte de política”, indicó el Comité de Política Monetaria (Copom) la semana pasada.

Como se señaló, la estrategia de la autoridad monetaria ha sido objeto de división en el ámbito del debate público. Por un lado, los movimientos de la tasa de interés son la forma de señalizar el compromiso con el mandato asociado a la estabilidad de los precios, por lo que, en ausencia de estos incrementos, la credibilidad del BCU podría haberse erosionado aún más, ampliando la brecha entre las expectativas descrita.

Por el otro, el aumento del precio del dinero está comprometiendo el dinamismo de la economía, en el marco de un contexto externo que se tornó más adverso y ante una recuperación que viene procesándose de forma asimétrica con sectores muy rezagados que no lograrían ponerse a tiro en el corto plazo (considerando el impacto de la situación argentina sobre el turismo y la actividad en el litoral).

Estas son, grosso modo, las dos posturas encontradas que vienen dándole forma a la discusión en torno a los efectos de la política monetaria sobre la actividad, los precios y la competitividad. De cara al próximo año, la política monetaria podría cambiar su postura para evitar acentuar el impacto acumulado de los shocks negativos que está recibiendo la economía uruguaya desde afuera, y que serán más notorios en los próximos meses.