Los cambios en el empleo y particularmente su sustitución por tecnologías nuevas es un tema recurrente en la historia. También lo es en la actualidad, dado que estamos procesando una transformación muy significativa, que para simplificar denominamos revolución digital, y que implica cambios importantes en muchos campos, como la inteligencia artificial, el internet de las cosas, la robótica o las cadenas de datos (blockchain). Muchos trabajos serán sustituidos y, como era esperable, una vez más se habla de la desaparición del trabajo, aunque también, y quizá cada vez más, de su transformación y de la creación de nuevos empleos. En esta nota se intenta reseñar esta discusión, su evolución, las nuevas ópticas que se generan abriendo nuevas líneas de investigación y, sobre todo, diseñando nuevos enfoques hacia el futuro.

Encuentros y desencuentros del cambio técnico y el empleo

Tecnología y empleo han tenido en la historia reiterados desencuentros. No es que siempre evolucionaron de forma dispar o contradictoria, pero sí que eso ocurrió en períodos concretos. Debemos considerar que el cambio técnico es un proceso permanente, es decir, en cualquier período que se analice se encontrarán modificaciones en la forma de trabajar, en la maquinaria utilizada, en las materias primas o la energía utilizada. Todo ello es resultado de la propia evolución para alcanzar mejor los objetivos económicos o sociales. A este proceso se le puede denominar de diferente manera, como desarrollo de las fuerzas productivas, nuevas tecnologías, progreso y otros, respondiendo al marco conceptual con el que se analice la evolución histórica. Los cambios en los procesos productivos son permanentes a partir de las innovaciones incrementales, en un sentido amplio del concepto.

Sin embargo, ese continuo cambio técnico, no tiene siempre el mismo grado de ruptura o quiebre con respecto a la tecnología preexistente. Con cierta regularidad, en períodos de varias décadas aparecen tecnologías rupturistas, que suelen denominarse revoluciones tecnológicas, para diferenciarlas del cambio menor pero permanente. Estas tecnologías surgen en un sector concreto de la economía, pero dado que pueden utilizarse en otros, en un cierto tiempo (de distinta extensión, según las épocas), se aplican de forma generalizada en toda la economía.

Una revolución tecnológica provoca cambios en muchos aspectos, en particular implica un salto importante en la productividad (factor clave para explicar la generalización de su aplicación, particularmente en el capitalismo), mejorando la competitividad de las empresas y, al mismo tiempo, provocando la inviabilidad de los procesos productivos basados en la tecnología anterior. Estos cambios modifican el trabajo y reducen el empleo, particularmente en los sectores que pasan a ser no competitivos.

Imaginemos la situación de la industria artesanal cuando se produce la revolución manufacturera de fines del siglo XVII, con la introducción de telares movidos a gas que producen tejidos y prendas en forma continua. En no mucho tiempo los métodos de producción textil del feudalismo fueron inviables y muchos trabajadores perdieron su empleo. En estos momentos especiales, unos pocos en los últimos siglos, las pérdidas de empleo fueron la consecuencia inmediata de estas importantes transformaciones tecnológicas y productivas.

En cada uno de estos momentos surgió siempre la idea (quizá el fantasma) del inminente fin del trabajo. Daron Acemoglu y James Robinson (2012) cuentan que William Lee, inventor de un telar en 1589, se trasladó a Londres para instalar una fábrica, alquiló un local y para proteger la propiedad de su máquina le pidió una patente a Isabel I. Grande fue su sorpresa cuando la reina no se la concedió, cosa que fundamentó en el hecho de que, luego de consultar a los gremios que en ese tiempo monopolizaban esa producción –y por tanto el trabajo– le advirtieron que quedarían todos en la ruina. Y no estaban equivocados: posteriormente, tras un cambio en la correlación de fuerzas políticas, los telares se instalaron. Son conocidos los movimientos de trabajadores desplazados de principios del siglo XIX atacando a empresas y empresarios y rompiendo las máquinas. Esto es lo que se dio en llamar ludismo, probablemente por uno de esos trabajadores de nombre Ludd.

La historia indica que con el tiempo la nueva tecnología y los nuevos sistemas de producción generaron más empleos que los que habían destruido. Pero esto no fue inmediato, dado que fueron necesarias la expansión de la nueva tecnología y la transformación de toda la economía para que se generaran nuevos empleos en una cantidad superior.

Esto indica la historia, pero ¿quien asegura que ocurrirá lo mismo actualmente o en el futuro cercano o mediato? ¿La revolución digital en curso no tiene características diferentes a las anteriores que podrían generar destrucción de empleos mayores sin crear nuevos para compensar? Dicho de otra forma, ¿quién puede asegurar que en la historia no existen las primeras veces para algo?

Impacto de la revolución digital

Imaginemos a un estadounidense que, sentado en su sillón, escucha las noticias: “Se estima que en pocos años en Estados Unidos 47% de los empleos podrían ser sustituidos por robots o computadoras”. Se sorprendió. ¿Escuchó bien? Intentó imaginarse cómo sería la principal potencia económica del mundo con la mitad de su población sin empleo. “Seguramente escuché mal”, pensó. Tomó el diario que tenía a su costado y confirmó que la noticia era cierta.

Si hubiera mantenido algún reflejo infantil, estaría girando su cabeza buscando una madera sin patas, pero fue por el lado de la investigación. ¿Quién dijo esto? Quizá haya sido un predicador, o un misionero de una secta que anuncia el fin del mundo. ¿Era este el Apocalipsis? No, no era eso.

Al profundizar en la noticia vio que esta era la conclusión de una investigación de dos académicos de la Universidad de Oxford, Carl Benedikt Frey y Michael Osborne, basada en la información laboral de Estados Unidos. Eso fue hace una década.

La investigación había utilizado una metodología para cuantificar la potencial sustitución de trabajos actuales por robots y computadoras derivados de la introducción de dos de las nuevas tecnologías: el aprendizaje automático y la robótica móvil.

No era la primera vez que se hablaba de esto. En 2003, David Autor (MIT), Frank Levy (Princeton) y Richard Murnane (Harvard) clasificaron las actividades destacando su grado de sustituibilidad. Una de estas clasificaciones identifica cinco tipos de categorías: resolución de problemas no estructurados, actividades que requieren información nueva, tareas cognitivas rutinarias, tareas manuales rutinarias y tareas manuales no rutinarias.

En las dos primeras y en la última, en su opinión, el trabajo humano no era sustituible, mientras que sí lo era en las otras (aunque la clasificación y las funciones fueron cambiando con el desarrollo del conocimiento). En esta línea hubo varios seminarios e investigaciones y los dos últimos autores publicaron varios libros de amplia difusión. Una de sus ideas centrales es que habrá una división de trabajos entre humanos y computadoras que dará lugar a una nueva conformación de los mercados laborales. Este no es un tema cerrado, sino en evolución permanente.

La particularidad del trabajo de Frey y Osborne (2013) es que hicieron una cuantificación de los trabajos que podrían ser sustituidos. Es muy diferente una caracterización genérica de los tipos de trabajo que se pueden perder a precisar el número de empleos que podrían ser sustituidos. Esto explica que este trabajo fuera una referencia obligada sobre el tema y, según Google, el trabajo más leído en 2015.

Es comprensible la preocupación y la alarma generalizada acerca de este tema, a lo que contribuyó el hecho de que en muchos países (incluso latinoamericanos y Uruguay) se hicieron investigaciones similares utilizando la metodología de Frey y Osborne, adaptándola a la disponibilidad de datos nacionales. El resultado de estos trabajos fue muy similar al original y en ocasiones más dramático, pues la sustituibilidad potencial en algunos sectores se estimaba en 80%. Podríamos afirmar que, de acuerdo a estas investigaciones, ya no estábamos ante un problema nacional sino mundial.

Pero probablemente lo que le dio al tema mayor relevancia mediática y lo hizo llegar masivamente a la población haya sido lo ocurrido en el World Economic Forum o Foro de Davos en 2016, por la amplia cobertura que la prensa de todo el mundo asigna a estos encuentros de la élite empresarial y política mundial.

En esta oportunidad, Klaus Schwab, el fundador de Foro presentó un informe sobre la cuarta revolución industrial en el que incluyó una encuesta a 1.346 empresas que ocupaban 13 millones de personas, que incluían a las 100 mayores del mundo, aunque se había hecho en países desarrollados y emergentes. El trabajo concluyó que hacia 2020 (la encuesta se hizo en 2015) se perderían 7,1 millones de puestos de trabajo y se crearían dos millones, con lo cual habría una pérdida neta de 5,1 millones de empleos.

Debe tenerse en cuenta que contestaron la encuesta los responsables de recursos humanos, por lo que es la visión de quienes contratan trabajadores. Esta es una diferencia con el trabajo de Oxford de 2013, en el que los principales participantes eran académicos. Podría decirse, entonces, que el trabajo de Davos recoge la visión de los gerentes de personal. Por una vez académicos y gerentes coincidían en que el empleo tendrá grandes problemas en un futuro incierto, pero no muy lejano.

Nuevas investigaciones y revisión de los resultados

En los años siguientes varias investigaciones cuestionaron la metodología de Frey y Osborne, y, por tanto, los resultados de las investigaciones que la utilizaron. Sólo se mencionarán algunas de estas investigaciones, dado que el tema se sigue investigando y las metodologías de análisis continúan en proceso de sofisticación.

En 2016, en un trabajo realizado para la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), Melanie Arntz, Terry Gregory y Ulrich Zierahn analizan la sustitución de trabajo aplicado no a las categorías, o puestos de trabajo, sino al nivel de las tareas. Las “tareas” son componentes de las categorías, que siempre incluyen varias. Supongamos un oficial mecánico debe realizar un conjunto de tareas, cada una de las cuales implica cierta destreza y cierto conocimiento. El grado de rutinización de cada una de ellas, y su posible sustituibilidad, no es la misma. Desagregar el análisis al nivel de las tareas lleva a que cada categoría puede ser sustituible por máquinas, pero no en su totalidad.

Esta idea no era nueva, pero su aplicabilidad en las investigaciones depende del grado de información que se disponga de cada una de las categorías de cada sector. Frey y Osborne utilizaron la clasificación O’Net, mientras que Arntz y otros utilizaron la clasificación PIAAC de la OCDE, lo que les permitió llegar a un nivel de precisión superior en la desagregación de las actividades laborales. El resultado fue muy diferente: estimaron que la sustituibilidad de trabajos para los países de la OCDE (y para Estados Unidos, en particular) era, en promedio, de 9%, encontrándose los distintos países entre 6% (Corea del Sur y Estonia) y 12% (Austria y Alemania).

Ljiublika Nedelkoska y Glenda Quintini, en un trabajo publicado por la OCDE (2018), realizan un nuevo cálculo, a partir de la metodología de Arntz y otros, que aplican a 32 países. Este concluye que los empleos altamente automatizables (70%) alcanzan a 14%, mientras que 32% tiene riesgo de tener entre 50% y 70% de automatización. Según estas cifras, el impacto será muy significativo, pero ya no estamos ante el Apocalipsis, en particular si se adoptan políticas públicas y privadas para atenuar los impactos de la transformación, tema que tiene una gran relevancia en la actualidad.

Otros estudios se hacen a nivel local. Acemoglu y Pacual Restrepo (2017) estudian el impacto en el empleo de la introducción de robots en una ciudad de Estados Unidos, analizando dos efectos de signo contradictorio. Por un lado, el “efecto desplazamiento” que resulta del hecho de que un empleo humano es sustituido por un robot; por el otro, un “efecto compensatorio” que resulta de que la mayor productividad de la nueva tecnología aumenta la competitividad, la actividad y los empleos por ganar nuevos mercados. Los autores concluyen que en Estados Unidos la introducción de un robot cada 10.000 trabajadores tiene como saldo neto la reducción de la tasa de empleo de entre 0,18 y 0,34. Con la misma metodología en países europeos la reducción oscila entre 0,16 y 0,20 (Chiacchio, Petropoulos y Pilcher, 2018). La diferencia se atribuye al diferente funcionamiento de los mercados de trabajo y la mayor regulación laboral.

En América Latina un trabajo de Jürgen Weller, Sonia Gontero y Susanna Campbell (2019), realizado para la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, concluye que la pérdida potencial de empleos se ubicará en 24% para toda la región, existiendo grandes diferencias entre países.

Más allá de estos trabajos, el reciente informe de la Organización Internacional del Trabajo “Perspectivas sociales y el empleo en el mundo. Tendencias 2022” indica que la tasa de empleo en el mundo en 2022 es sólo 0,5% menor que en 2019, y 5 puntos mayor en los países de ingreso alto que en los de ingreso bajo. Y el total de empleos en 2022 supera al de 2019, recuperándose de la caída de los años de pandemia. Esto estaría indicando que los países de mayor tecnificación tienen menores problemas en sus mercados de trabajo, aunque es claro que en estas cifras influyen muchos factores y no sólo el cambio técnico.

Limitaciones de los estudios y necesidad de considerar otros aspectos

La relevancia de este tema ha llevado a la multiplicación y sofisticación de los estudios, fenómeno que sigue avanzando. También se han señalado carencias de los estudios, con omisión de temas importantes que podrían modificar sustancialmente los resultados. A continuación, se indican algunos.

a. Énfasis en la supresión de empleos y no en su creación o modificación. Desde el trabajo de Frey y Osborne el centro de la cuantificación fue la potencial sustitución de empleos. Sin embargo, todo cambio técnico, en particular la inteligencia artificial (no incluido por Frey y Osborne) implica la modificación de los procesos de trabajo, con cambios en los existentes y creación de nuevas tareas. La modificación implica un cambio (no sustitución) y las nuevas tareas pueden implicar nuevos puestos de trabajo. La opción elegida lleva, por tanto, a sobrevalorar el componente destructivo de los empleos y subvaluar los cambios y la creación. Erik Brynjolfsson, Tom Mitchell y Daniel Rock (2018), con datos recogidos por CrowdFlower (una plataforma de colaboración masiva que utiliza inteligencia humana), concluyen que, aunque la mayoría de los puestos de trabajo incluyen tareas que pueden automatizarse por medio del aprendizaje automático, muy pocos pueden ser completamente automatizados.

b. No tratamiento del enriquecimiento de las tareas. La opción anterior implica no dar importancia al posible enriquecimiento de las tareas. Las actividades pueden modificarse a partir de que los robots o computadoras realicen las tareas rutinarias o riesgosas, lo que podría significar que los humanos se especialicen en las conclusiones derivadas de esas tareas automatizadas, que implican probablemente un mayor nivel de especialización y calidad.

Un ejemplo: en la salud, donde son aplicables todos los desarrollos tecnológicos nuevos, las instituciones hacen fuertes inversiones en inteligencia artificial, pero también en médicos, enfermeros, auxiliares e incluso asistentes sociales, para mejorar la calidad de la atención y prevenir enfermedades complejas. El resultado final es lograr un mayor calidad asistencial; no sustitución, sino una nueva división entre algoritmos y humanos, donde la inteligencia artificial cumple la función de asistencia al trabajador.

c. Limitaciones del enfoque centrado en tareas y omisión de otros factores. El análisis al nivel de las tareas dio mayor precisión a la cuantificación de los impactos. Pero centrarse en las tareas dejó fuera del análisis otros aspectos relevantes. Por ejemplo, no se incluyen los costos de introducción de las nuevas tecnologías o las dificultades que las transformaciones implican a las empresas en sus procesos e incluso en su organización. A su vez, la preparación de los datos para ser procesables por computadoras puede implicar grandes costos, sobre todo porque en general no fueron relevados para su procesamiento informático.

d. Otros costos de las transformaciones. Las nuevas tecnologías requieren trabajadores con nuevas habilidades, lo que implica la recalificación. Aunque existan sistemas públicos de formación profesional, probablemente no sean suficientes y una parte deba ser financiada por las empresas. Este es un cuello de botella, de acuerdo a varias encuestas recientes. En efecto, la introducción de nuevas tecnologías implica para las empresas costos educativos, administrativos y de organización interna. Probablemente estos costos no deriven en la no tecnificación, pero seguramente regulen el ritmo de su introducción. Esto claramente implica realidades muy diferentes en cada país, lo que conduce a considerar que este proceso no es mecánico.

Lo que indican estos trabajos es que, si bien el análisis de la “potencial” sustitución de un puesto de trabajo es importante, en la decisión de introducir los cambios tecnológicos influyen también factores administrativos, financieros, educativos y organizacionales. Esto contribuye a su viabilidad, a su ritmo y a la modalidad de su implementación.

Apuntes hacia el futuro

Existe amplio consenso acerca de que los cambios tecnológicos tendrán un fuerte impacto en los mercados laborales. Dado que las computadoras son cada vez más potentes, rápidas y pueden manejar ingentes cantidades de datos, y que los algoritmos permiten su mayor procesamiento, se puede afirmar que las computadoras realizarán muchas actividades antes reservadas a los humanos. El hecho de que por su propia actividad los programas aprenden y mejoran su desempeño hace prever que este proceso aún no ha llegado a su fin, sino que se profundizará en el futuro.

Pese a ello, las alarmas de las primeras estimaciones fueron relativizadas por estudios posteriores que, sin embargo, no desmienten que muchos empleos desaparecerán. Pero el proceso tendrá otras facetas: muchos trabajos serán modificados en lugar de sustituidos, muchos se crearán, y probablemente los humanos se especializarán en tareas de mayor calidad.

A partir de estas investigaciones aparecen nuevos temas de reflexión. Por mencionar algunos: ¿cuál es el equilibrio razonable entre computadoras y humanos en su participación en el empleo? Por otro lado, la introducción de la inteligencia artificial en los puestos de trabajo no tiene una única modalidad, sino múltiples. Los efectos sobre los humanos de este hecho tienen consecuencias muy diferentes. El tema de la educación cobra gran relevancia. Empresarios afirman que no encuentran en el mercado las habilidades que necesitan, lo que lleva en muchos casos a escasez de trabajo en lugar de sobreabundancia. Muchas universidades ya están integrando estos temas en la adaptación de las currículas y creando nuevos cursos. Sin duda, la capacitación incidirá en las oportunidades de insertarse o de mejorar en las actividades laborales.

La formación profesional podría permitir que trabajadores actuales, en actividad o no, adquieran nuevas habilidades. El estudio del Observatorio de Empleo del WEF de 2020 afirma que ello exigiría un período de formación que estiman en seis meses en promedio. Esto permitiría atenuar la situación social de los trabajadores más expuestos a los cambios técnicos.

Parece claro que la negociación colectiva bipartita y tripartita debería jugar un rol especial para construir el nuevo acuerdo social. Las organizaciones sindicales abordan el tema partiendo de que los cambios son inevitables, pero proponiendo que no deberían menoscabar los derechos ni las condiciones de trabajo, incluso a pesar de la flexibilización que se acentúa con el trabajo de las plataformas, el teletrabajo y, en general, la reducción de la presencialidad que permiten la inteligencia artificial y el internet de las cosas.

Sin embargo, la negociación colectiva se está reduciendo en muchos países y muchos se preguntan cuáles son las condiciones para que se retomen. La construcción de nuevas instituciones y acuerdos sociales acompañó históricamente a las transformaciones tecnológicas. Todos estos temas constituyen una agenda pendiente cuyo abordaje es imprescindible en el logro de los necesarios equilibrios económicos y sociales.

Juan Manuel Rodríguez, autor de La revolución tecnológica, ¿el fin del trabajo?, libro ganador del Premio a las Letras 2020.