En una serie de notas con espíritu mundialista, la revista británica The Economist se detuvo en dos aspectos relevantes en lo que refiere a la organización de grandes eventos deportivos.1 Primero advirtiendo que, “como inversión, los megaeventos deportivos son casi siempre un fiasco”. Para sostener esta afirmación, recurrió a los datos que surgen de una reciente investigación a cargo de la Universidad de Lausana: entre 1964 y 2018, 31 de 36 grandes eventos supusieron grandes pérdidas para los organizadores.
En particular, de los últimos 14 mundiales sólo uno escapó de los números rojos y generó, gracias a un importante acuerdo por los derechos de transmisión, un superávit de 235 millones de dólares. Se trata del mundial de Rusia que tuvo lugar en 2018.
El análisis no incorpora las cifras de Catar, pero se estima que el país árabe gastó 300.000 millones de dólares en los últimos 12 años y que en contrapartida espera una inyección de sólo 17.000 millones de dólares. Este caso se aparta de todo lo visto previamente, en tanto involucró la construcción de siete de los ochos estadios y una gran inversión en infraestructura, en especial de un nuevo metro.
Durante las últimas décadas los costos de organización se dispararon. A modo ilustrativo, The Economist señala que el costo estimado por futbolista en el mundial de 1966 ascendió a 200.000 dólares, cifra que escaló hasta los 7 millones de dólares en 2018 (ambos valores están expresados a los precios del mismo año). Obviamente, estos costos recaen esencialmente sobre los países anfitriones, dado que la FIFA se encarga solamente de los costos operativos (y, obviamente, de embolsarse el grueso de los ingresos generados).
Por este motivo, son cada vez menos los países que están dispuestos a encarar una instancia de esta naturaleza. Ante esta situación, las respuestas han sido compartir las sedes entre varios países o directamente pasarle la pelota a los regímenes autoritarios, que no tienen que preocuparse por el malestar de los contribuyentes o por atender otras cuestiones problemáticas que surgen ante este tipo de eventos.
En efecto, la proporción de eventos deportivos internacionales organizados por autocracias cayó de 36% en el período 1945-1988, hasta 15 % entre 1989 y 2012. A partir de ahí, esa proporción ha vuelto a escalar y se ubica hoy en el entorno del 37%. Del mismo estudio surge también lo que se llama “puntaje de represión”, que intenta estimar el grado de violencia que ejercen esos países sobre sus ciudadanos y que ha demostrado que “los anfitriones de los Juegos Olímpicos y los torneos de fútbol tienden a tomar medidas enérgicas dos años antes de las ceremonias de apertura. Una vez que el mundo comienza a mirar, se calman”.
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“International sporting events are increasingly held in autocracies”. The Economist. “Is the World Cup a giant waste of money?”. The Economist. ↩