En medio de olas de calor récord, eventos climáticos extremos cada vez más intensos y costosos, y advertencias alarmantes de que el cambio climático literalmente nos está matando, los pedidos para que dejemos de lado los combustibles fósiles ganan intensidad, pero el sector de los combustibles fósiles está redoblando la apuesta con inversiones en nuevos proyectos petrolíferos y gasíferos, grandes fusiones corporativas, dando marcha atrás en sus compromisos climáticos y con falsas promesas de que puede seguir extrayendo sin contaminar. Tenemos que deshacernos de los combustibles fósiles, pero ¿cómo?

Es poco probable que la respuesta surja de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP28) de este año en Dubái (organizada por un petroestado), que podría dar lugar a un compromiso político para abandonar paulatinamente los combustibles fósiles, pero no marcará la senda hacia un futuro sin ellos. Para abordar lo que el secretario general de la ONU, António Guterres, denominó “la raíz envenenada de la crisis climática” debemos mirar más allá de la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático (CMNUCC) y forjar nuevos foros adecuados para ese propósito.

La buena noticia es que Guterres, el papa, una gran cantidad de gobiernos nacionales y organismos, como la Agencia Internacional de la Energía, se han sumado al creciente pedido mundial del abandono paulatino del carbón, el petróleo y el gas. Durante la Cumbre sobre la Ambición Climática de setiembre, los gobiernos reconocieron que la crisis climática es una crisis de combustibles fósiles. La pregunta no es si debemos ir más allá del gas y el petróleo, sino cómo hacerlo.

La mala noticia es que el sector de los combustibles fósiles, fortalecido por las ganancias récord posteriores a la invasión rusa de Ucrania, parece inmune a esa presión. Peor aún, está reinvirtiendo esas colosales ganancias en desarrollos petrolíferos y gasíferos adicionales. Mientras los desastres climáticos se intensifican delante de nuestros ojos, el sector responsable de casi el 90 % de las emisiones de dióxido de carbono apuesta a que sus productos contaminantes serán uno de los pilares de la economía mundial durante las próximas décadas.

Para forzar el cambio debemos exponer la fragilidad económica que genera la dependencia de los combustibles fósiles y su impacto en términos más amplios sobre los derechos humanos. La dependencia del petróleo, el gas y el carbón torna a las comunidades más vulnerables a los trastornos del lado de la oferta y afecta a todo, desde la calefacción y el transporte hasta los precios de los alimentos. Ese tipo de trastornos inciden con mayor dureza sobre las poblaciones más empobrecidas, al tiempo que estimulan las ganancias del sector.

Vale la pena recordar que el desempeño de las empresas de combustibles fósiles fue inferior al del mercado durante los diez años previos a la guerra de Ucrania. Esa década de decadencia reflejó tendencias de transición energética a largo plazo que el reciente repunte de los beneficios no ha modificado. Se prevé que la demanda de combustibles fósiles alcanzará su máximo mundial para 2030, por lo que el gas y petróleo siguen siendo una mala apuesta.

Parte del problema es que los gobiernos respondieron a la volatilidad de los precios aumentando los subsidios a los combustibles fósiles en vez de gravar los ingresos imprevistos. Además, siguieron aprobando nuevos proyectos petrolíferos y gasíferos, entre los que se cuentan proyectos costa afuera en áreas oceánicas protegidas. La producción planeada duplica a la compatible con el objetivo de limitar el calentamiento global a 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales. Sencillamente, no hay margen para una nueva oferta de gas y petróleo si queremos evitar una catástrofe planetaria.

El único motivo por el que los combustibles fósiles se ven competitivos frente a las energías renovables cada vez más baratas es porque su producción ha sido subsidiada y se aisló a los productores de los costos asociados con los daños que causan. Las externalidades negativas del sector, que desde hace mucho recaen en las comunidades más expuestas, se extienden ahora a los habitantes de todo el mundo en forma de incendios descontrolados, huracanes, inundaciones y sequías. Si obligamos a las empresas de combustibles fósiles a asumir las pérdidas que ven venir desde hace mucho tiempo y redirigimos los fondos públicos hacia soluciones renovables, los activos petrolíferos y gasíferos se verían como los pasivos que son.

Esto nos lleva a otro gran problema: la captura corporativa. Aunque los litigios climáticos son clave para responsabilizar al sector, el desafío es que quienes contaminan no sólo paguen por los daños que causan; debemos, además, reducir su enorme influencia sobre la política climática. A pesar de todos los esfuerzos de los movimientos como Kick Big Polluters Out (Expulsemos a los grandes contaminadores), el sector de los combustibles fósiles no sólo está presente en las conversaciones climáticas de este año, sino que ocupa la cabecera.

Allí se sienta el sultán Al Jaber, director ejecutivo de la empresa petrolera nacional de Emiratos Árabes Unidos (EAU), que actualmente tiene sus propios planes de expansión. Al Jaber, el presidente de la COP28, está resuelto a presentar al sector de los combustibles fósiles como el héroe, no el villano, en la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, esta es una estrategia de supervivencia bien conocida de un sector que desde hace mucho está en decadencia. También lo es la defensa por los EAU de un enfoque “que no deja nada afuera” y promueve a las energías renovables como un complemento de los combustibles fósiles en vez de como su reemplazo, y aboga por la captura de carbono y las compensaciones a pesar de la abundante evidencia de que ninguna de esas opciones reduce significativamente las emisiones.

Al contrario de lo sugerido este año por Al Jaber, el problema no son sólo las emisiones de los combustibles fósiles, sino los combustibles fósiles en sí. Poner el foco sólo en el carbono deja de lado otros efectos negativos de los combustibles fósiles, como su impacto sobre la salud (por ejemplo, las 8 millones de muertes prematuras al año debidas a la contaminación del aire).

Aunque los combustibles fósiles son abrumadoramente responsables del cambio climático, el régimen climático liderado por la CMNUCC no ha sido capaz de ocuparse de ellos, ni siquiera antes de dejar el control en manos de esa industria. Durante décadas el organismo internacional que debió estar al frente del abandono paulatino de los combustibles fósiles evitó notoriamente la cuestión. Ni la Convención Marco de la ONU de 1992 sobre el Cambio Climático ni el acuerdo climático de París de 2015 mencionan el petróleo, el gas o el carbón.

Esa omisión no fue un descuido casual, es síntoma de una crisis más profunda en la gobernanza climática mundial. Debido a que las decisiones de la CMNUCC requieren el consenso de los 198 miembros, los países poderosos pueden bloquear los avances y asegurarse de que los resultados se ajusten al menor denominador común, o que directamente no los haya.

La COP28 pone aún más de relieve la necesidad de procesos alternativos para gestionar el declive de los combustibles fósiles, sin que influyan en ellos quienes ganan con los combustibles fósiles. Cada día nos brinda nuevas señales de los motivos por los que debemos eliminar paulatinamente el petróleo, el gas y el carbón. Afortunadamente, iniciativas como el Tratado sobre la No Proliferación de los Combustibles Fósiles, la Beyond Oil and Gas Alliance (Alianza para avanzar más allá del gas y el petróleo) y la Global Parliamentarians’ Inquiry (Investigación legislativa mundial) ofrecen nuevas ideas al respecto. Los gobiernos deben comprometerse con un foro dedicado al abandono paulatino de los combustibles fósiles para que el trabajo verdadero para poner fin a la era de los combustibles fósiles pueda comenzar.

Nikki Reisch es directora del Programa sobre Clima y Energía del Centro de Derecho Ambiental Internacional. Traducción al español por Ant-Translation. Copyright: Project Syndicate, 2023.