La pregunta que tanto Argentina como Uruguay se hace es “¿Qué hacemos con el dólar?”. El problema es que de esa misma pregunta nacen dos discusiones divergentes, y mientras un país se cuestiona si será mejor adoptar el dólar como moneda, el otro promueve esfuerzos para reducir su uso.

Al momento de redactar este informe, el dólar blue (cuyo precio fija el mercado) en Argentina cotiza en el entorno de los 469 pesos argentinos, luego de rozar los 500 pesos hace apenas dos días. La brecha con el dólar oficial, al día de hoy, asciende a 104%. En un entorno de incertidumbre política, con la emisión aumentando para cubrir la brecha fiscal y a la luz del impacto de la sequía sobre las exportaciones, el dólar exhibió una vertiginosa disparada. Los argentinos cada vez quieren menos pesos y adoptan el dólar como reserva de valor. El tema es hasta dónde puede ir su adopción. En efecto, esta situación vuelve a traer una vieja discusión: ¿Habrá que dolarizar oficialmente la economía argentina?

Foto del artículo 'Dolarizar o desdolarizar, esa es la cuestión'

El principal propulsor de esta medida es el candidato libertario a la presidencia Javier Milei, quien ha declarado consistentemente que si es electo dolarizará el país para “terminar con la inflación y con la maquinita de imprimir billetes con la que nos roban los políticos”. Cristina Fernández de Kirchner, vicepresidenta del país, le salió al cruce este jueves en un acto en La Plata y le advirtió que “la inflación no va a parar con una dolarización” y que “perder la capacidad de hacer política monetaria” va a generar “más endeudamiento” y “más pobreza”.

Mientras tanto, a 214 kilómetros de distancia, el Banco Central del Uruguay (BCU) ha profundizado esfuerzos para continuar desdolarizando la economía. La economía uruguaya es bimonetaria, producto de un pasado mucho más inestable que le restó credibilidad a la moneda como reserva de valor. Acá muchos productos tienen precios fijados en dólares, desde inmuebles y automóviles a celulares, auriculares y hasta insumos tecnológicos que no superan los cinco dólares. Hasta determinados montos pensamos los precios en pesos, y luego de superados ya los consideramos en dólares. Algo similar ocurre con el endeudamiento de empresas y familias, que supone una vulnerabilidad −mucho menor respecto del pasado− producto del descalce de monedas. Es por esto que el BCU busca converger “hacia una moneda de calidad” para que el peso uruguayo pueda tomar el lugar del dólar en la fijación de precios, en el ahorro y en el endeudamiento.

Este contraste entre ambas orillas del Río de la Plata despierta varias interrogantes: ¿Argentina tendría que dolarizar su economía? ¿Serviría eso para resolver el problema de inflación? ¿Por qué el BCU promueve una mayor desdolarización? ¿Qué beneficios tendría? Dolarizar o desdolarizar, esa es la cuestión.

¿Es factible la dolarización en Argentina?

La dolarización significa que un país adopta el dólar como moneda para realizar transacciones y fijar los precios de sus bienes y servicios. La dolarización puede ser oficial, cuando el gobierno decide colocar el dólar como moneda de curso legal, o de facto, cuando es la población la que decide utilizar el dólar independientemente de lo que decida el gobierno.

Este proceso implicaría, en una primera instancia, la sustitución del peso argentino por el dólar en su base monetaria, depósitos bancarios, cuentas corrientes y títulos emitidos por el Banco Central de la República Argentina (BCRA). Luego de esto, se procedería a declarar al dólar como moneda de curso legal en el país, siguiendo el camino que transitaron Ecuador, El Salvador y Panamá.

¿Es esto posible? No parece estar claro, porque hay diferencias técnicas en cómo sería el proceso de dolarización argentino, cuántos dólares se precisarán para dolarizar, cuántos dólares tiene disponible el BCRA y qué se haría con los títulos que el BCRA emitió.

Según Milei, habría que conseguir “menos de 33.000 millones de dólares para cubrir la base monetaria y las Leliq” (equivalente a las letras de regulación monetaria en Uruguay), que se obtendrían con 3.000 millones de dólares de reservas netas del BCRA y vendiendo bonos por 37.000 millones de dólares a 50% de tasa de interés “como Sri Lanka”. Este último punto es el más controversial, ya que con un riesgo país de 2.699 puntos parece poco factible que alguien vaya a querer comprar esos bonos. Sobre esto, el candidato libertario sostiene que habrá que realizar una serie de reformas, que van desde el sistema financiero hasta un “gran ajuste fiscal para devolverle credibilidad al gobierno”.

En la misma línea van Nicolás Cachanosky y Emilio Ocampo, economistas y autores del libro Dolarización: una solución para Argentina, que en declaraciones a Infobae apuntaron a un “paquete de reformas fiscales que prioricen el equilibrio fiscal primario rápidamente y la reducción del Estado en términos de producto bruto durante 10 años”. Sin embargo, como los planes de Cachanosky y Ocampo difieren de los de Milei (por ejemplo, uno es gradual y el otro es de shock), los primeros sostienen que se precisarían 60.000 millones de dólares para llevar a cabo una dolarización en Argentina.

También hay diferencias en cuanto a los activos de los que dispone el BCRA para dolarizar. La economista Marina Dal Poggetto señaló en el espacio radial Lanata sin filtro que el BCRA no tiene 3.000 millones de dólares en las reservas, sino que tiene 800 millones de reservas netas, aunque no desarrolló cómo llegó a ese número. Además, Del Poggetto apuntó al aceleramiento inflacionario que se generaría antes de dolarizar y la pérdida de salario real que esto implicaría, que llevaría a un aumento de la pobreza que ya cerró el año pasado en 39,2%.

¿Qué efectos tendría la dolarización?

Supongamos por un momento que la dolarización es factible. ¿Qué beneficios traería para Argentina? Según Cachanosky y Ocampo, la principal ventaja que tendría la dolarización es que “eliminaría la inflación de cuajo y les daría a los argentinos una moneda con la que podrían ahorrar e invertir”. Además, mejoraría la institucionalidad porque limitaría “la capacidad del poder político para confiscar los recursos del sector privado” y favorecería “una mayor integración comercial con el resto del mundo”. Con un país dolarizado, se cortaría la monetización del déficit fiscal, es decir, el pecado capital. No obstante, dolarizar también tiene sus desventajas. La principal y más importante es la capacidad del gobierno de realizar política monetaria, algo que le permite gestionar la cantidad de dinero según las necesidades del ciclo económico.

Este no es el único perjuicio que tiene la dolarización. José Licandro, exintendente de Regulación Financiera del BCU, fue consultado por la diaria sobre este tema y apuntó que al dolarizar se pasaría a pagar señoreaje a la Reserva Federal de los Estados Unidos (FED). “Cuando un país emite su propia moneda le sale muy poco producir billetes. Al BCU hace algunos años le salía seis pesos emitir un billete de 2000, entonces esa diferencia es un ingreso y se paga señoreaje. Ahora, si vos dolarizaste, ¿cuánto te sale un billete de 100 dólares? 100 dólares, entonces le estás pagando a la FED millones de dólares que tenés que conseguir de otro lado, por ejemplo, exportando o recibiendo diferendos de inversiones”.

De esta manera, si bien dolarizar podría llegar a resolver algunos problemas, traería, inexorablemente, otros. Cabe preguntarse entonces qué se podría hacer. Según Licandro, una posible solución pasaría por hacer algo similar a lo que hizo el BCU a principio de los 90, es decir, una modificación de la normativa del BCRA para que haya una restricción en el dinero que le pueda prestar al Gobierno Central. “Parece que ahora la dolarización es la receta mágica, pero no es así. Hay otras formas de solucionar el tema de la inflación. Claro, hay que negociar, tenés que ser paciente porque el proceso es lento. Con dolarizar no resolvés el tema del déficit fiscal, lo tendrías que solventar endeudándote como hicieron Ecuador y El Salvador, que tienen problemas. Me parece más sabio hacer una ley de responsabilidad fiscal que se cumpla y un cambio de normativa en el Banco Central”, concluyó el economista.

¿Y por casa cómo andamos?

El BCU publicó en 2021 un documento titulado Hacia una moneda de calidad, como una “hoja de ruta” de la política monetaria bajo el directorio actual. “Una moneda de calidad promueve el crecimiento, promueve la estabilidad financiera, hace que los ciclos sean menos pronunciados y puede amortiguar los efectos negativos de la inflación sobre la desigualdad de ingresos”, destaca el trabajo elaborado por Diego Labat y Gerardo Licandro.

En efecto, la ruta trazada busca continuar restándole peso al uso del dólar, cuya presencia sigue siendo muy fuerte más allá de los importantes avances logrados desde la salida de la última crisis. Esto provoca un riesgo de pérdida de dinero por descalce de moneda. “Cuando vos tenés tus ingresos en pesos y te endeudas en dólares y por factores externos (a los que economías pequeñas y abiertas como la uruguaya están sujetos) el dólar sube, vos tenés los mismos ingresos, pero tenés que afrontar una deuda más cara. Esto es el descalce de moneda, y es algo que a las empresas y familias uruguayas les ha ocurrido desde siempre, y es porque el crédito se ofrece en dólares”, agrega Licandro sobre el fenómeno.

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Se ha observado que a raíz de este fenómeno las empresas uruguayas tienden a facturar sus precios internos en dólares para protegerse así del riesgo cambiario,1 algo que es altamente inusual en el mundo. Por lo tanto, la dolarización del sistema financiero se derrama en precios internos.

Este fenómeno, según Licandro, tiene una explicación histórica: “En la década de los 60 la inflación en el Uruguay empezó a subir, no bajaba del 20% y llegó hasta 120% en 1968. Además, había una alta represión financiera, las tasas de interés no las podías bajar de un 10% o 15% y en términos reales eran negativas. Estos dos componentes mataron el crédito en pesos e hicieron que la gente que quería comprar o vender sus casas adoptara el dólar, porque no tenía ese control. Eso se enraizó y terminó perdurando y mermando en otros sectores”. Tanto perduró que hoy en día se habla de que Uruguay enfrenta un problema de “dolarización cultural”, una dolarización de facto que se ha insertado en el esquema mental del pensamiento financiero de la población. “Vos dejás de pensar los precios en pesos y los convertís automáticamente a dólares, es un tema cultural, totalmente”, advierte Licandro.

¿Para qué desdolarizar y qué nos falta?

Según el economista, desdolarizar tendría dos grandes beneficios. En primer lugar, si el acceso al crédito se desdolariza se evitaría el descalce cambiario, ya que la moneda de la deuda y la moneda de los ingresos de hogares y empresas sería la misma; “habría otros riesgos, pero no serían cambiarios”. El otro beneficio sería el del señoreaje, discutido más arriba para el caso argentino. Obviamente, las ventajas se repiten: si el mercado interno está desdolarizado, se hace más barato el acceso al dinero.

Sin embargo, para poder desdolarizar hay que tener la inflación controlada. La inflación de Uruguay, si bien está muy lejos de los niveles que tenía en los años 60, sigue siendo elevada, y es la que erosiona el valor del peso. Al respecto, Licandro indicó que “si vos tenés una inflación alta, tu moneda no es de calidad, porque año a año pierde poder de compra. Entonces, lo que precisamos hacer para tener una moneda de calidad, además de otras cosas, es controlar la inflación, sin eso es imposible”.

En este sentido, argumenta que es necesario avanzar hacia un BCU autónomo, “cuyo directorio no sea nombrado cada cinco años con los cambios de ciclo político” y que pueda “decidir y actuar con independencia técnica”. También se lamenta de que no haya avances al respecto: “Es algo que está en el documento −Hacia una moneda de calidad− y no se ha hecho nada, ya van tres años de eso y jamás se presentó un proyecto de ley para discutir el tema… La política monetaria ha sido muy tibia, se subió la tasa de interés a un punto contractivo, pero no lo suficiente. Ya el gobierno dijo que no se va a llegar al rango meta para la inflación, y las expectativas incluso van al alza. Entonces, creo que el BCU se ha desviado de la ruta que se fijó en ese documento”.

El Río de la Plata sigue su curso

A modo de resumen, parece que las políticas monetarias de Argentina y de Uruguay no se desviarán mucho de su curso en el corto plazo; mucho ruido y pocas nueces. Igualmente, con Argentina todo puede suceder, y hay que estar a la espera de los comicios electorales de octubre, dado que podrían venir con novedades removedoras en el frente de la dolarización.

En el caso uruguayo, todavía queda tiempo para que el BCU haga una propuesta en el sentido de una mayor autonomía, aunque esa ventana de oportunidad se reduce cada vez más con las reformas que el gobierno ya está enfrentando.

De momento, el Río de la Plata sigue su curso.


  1. Barón, A. et. al (2017). Moneda de facturación de las empresas uruguayas. BCU.