La Asociación Cristiana de Directores de Empresa (ACDE) nucleó a cinco referentes de la economía en el marco de un conversatorio para discutir las “claves para un mayor crecimiento sostenido a largo plazo en Uruguay”. El evento, moderado por el periodista Emiliano Cotelo, contó con la participación de Ana Inés Balsa (Universidad de Montevideo), Javier de Haedo (Universidad Católica del Uruguay), Ignacio Munyo (Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social [Ceres]), Gabriel Oddone (CPA Ferrere) y Ricardo Pascale (expresidente del Banco Central del Uruguay).

El conversatorio discurrió sobre diversos aspectos de la realidad económica y social uruguaya, recorrió aciertos y errores del pasado reciente, oportunidades y amenazas de cara a los próximos años y delineó planes y acciones para apuntalar nuestro bajo crecimiento potencial.

Crecemos poco, ¿por qué?

“Las proyecciones del Ministerio de Economía ubican la tasa de crecimiento [potencial] en 2,1% y las proyecciones para el fin de este siglo la hacen bajar a 1,7%; eso es muy bajo”, enfatizó De Haedo en su primera intervención, precisando que es insuficiente para el “estado de desarrollo” y “la demanda de políticas públicas” de nuestro país. El economista sostuvo que el sistema de protección social uruguayo no es sostenible en ausencia de un crecimiento mayor, dado que requerirá “aumentar permanentemente los impuestos o tomar más deuda pública para cubrir el aumento del déficit fiscal” o, de lo contrario, “habrá persistentes demandas insatisfechas”.

“Hay que acelerar el crecimiento por dos razones”, agregó Oddone. Primero, para “acortar la brecha con los países a los que queremos parecernos”. Segundo, “porque nuestro sistema de convivencia depende crucialmente de poder generar más riqueza”. Sobre las razones del bajo crecimiento, destacó la baja productividad respecto a otros países de la región (Costa Rica, Chile y Argentina) y la necesidad de introducir reformas en materia de apertura comercial, educación y funcionamiento del sector no transable, que es el que no está expuesto a la competencia internacional (transporte, distribución de combustible, salud, Estado, etcétera).

Fue justamente sobre educación donde Balsa puso el foco, señalando que existe una “emergencia nacional” y que nuestro sistema educativo no está preparando a los estudiantes para “la era del conocimiento”, donde el saber es “el eje de la cadena de valor”. En este sentido, recordó que el porcentaje de graduados de educación secundaria se ubica en torno a 43% del alumnado, siendo de 14% en el caso de la educación universitaria. Esta situación, a medida que los “procesos de automatización y obsolescencia del capital humano” avancen, desembocará en la desprotección e invisibilización de la fuerza de trabajo que no centró su labor en el conocimiento, lo que derivará en una mayor desigualdad. Por este motivo, la economista insiste en la necesidad de acciones “de shock” en materia de educación.

Por su parte, Munyo se expidió sobre la transformación del Estado: “hay que ir hacia una agenda pro crecimiento y pro inclusión social”. Son agendas que, según el director del Ceres, van “en paralelo y son indisolubles entre sí”. Es crucial una mayor apertura comercial para favorecer la inversión privada, y una inversión pública centrada en la reconversión e inserción laboral. Este es el tándem central para el director del Ceres.

Si bien coincidió con los diagnósticos de sus colegas, Pascale destacó las fortalezas de Uruguay para afrontar los desafíos que se vienen. Subrayó que el país goza de una cultura macroeconómica que “ha crecido enormemente”, una democracia plena, una baja percepción de la corrupción y una buena distribución del ingreso “en comparación con otros países de América Latina”. Con base en esta solidez institucional, el economista invitó a comenzar con los cambios necesarios, en un contexto global de bajo crecimiento y sobreendeudamiento y con un “mundo multipolar” que mira y tiende hacia Asia.

Los obstáculos para volver a crecer

Habiendo establecido el marco, los especialistas volcaron su mirada hacia los baches que Uruguay tiene en el camino del desarrollo económico. El primer comentario en este sentido lo trajo Pascale, quien advirtió que el país “tiene una pésima relación con el futuro” y que “no sabe hacia dónde va” en una visión global, aunque en este momento esté procesando reformas que, a su criterio, no son consecuencia de un paradigma concreto.

Oddone coincidió con esta afirmación y enfatizó la necesidad de pensar en un “nuevo futuro”, para el que no sólo pesa la reforma de los sectores no transables (mayormente gestionados por el Estado), sino también el papel del sector privado, que visualiza como “poco innovador y poco propenso a incorporar nuevas tecnologías” (exceptuando la industria del software). El economista abordó el “cortoplacismo” uruguayo en términos de la histórica inestabilidad de precios, dado que con elevada inflación es difícil calcular los costos a largo plazo: “Los horizontes de planificación” se acortan. No obstante, ahora que el panorama es otro (producto de los avances de las últimas décadas), los actores continúan condicionados por esa realidad. Por ejemplo, invierten en instrumentos financieros indexados que no pierden valor, pero tampoco lo generan.

El rol del Estado en el frente de la innovación, según Balsa, debería pasar por generar plataformas de seguridad para el sector privado en virtud de que puedan explorar nuevas posibilidades de inversión. La economista trazó un paralelismo con la teoría del apego en la primera infancia. “A un niño chico hay que darle la seguridad necesaria para que pueda salir a explorar... Debe sentirse cuidado, protegido para salir a jugar y conocer otras realidades, con rutinas y lineamientos claros para que tampoco se vaya a la calle. Hacia allí debería ir Uruguay”.

En el plano de la inversión, Munyo identificó problemas con la tasa de ahorro local (que es pequeña en proporción a la tasa de ahorro del exterior) y en la institucionalidad para el inversor, en la que no sólo importa la seguridad jurídica, sino también el sistema de costos, que le quita rentabilidad a las empresas y ahuyenta la inversión. Sobre esto, Oddone apuntó hacia la inversión privada, que está por debajo de 15% y debería parecerse a “18%, 19% o 20% del PIB, como ocurrió entre 2005 y 2012”. Además de coincidir en torno al elevado costo país, el socio de CPA Ferrere visualiza en el tamaño de mercado otro problema, con “cosas que se pueden solucionar y cosas que no”.

Según la teoría clásica, el crecimiento depende del stock de capital físico y humano y de la forma en que los combinamos (productividad). En ese sentido, De Haedo puso el foco sobre el factor trabajo: “por lo que ha dicho Ana Inés [Balsa] en términos de educación, tendríamos que ver cuál es la inversión en capital humano en relación al PIB, un dato que yo no he visto”. Por su parte, en lo que hace a la productividad, Pascale señaló que “la inversión es bienvenida, pero hoy el tema está más jugado a las tecnologías que a la inversión”. En otras palabras, puso el énfasis sobre la calidad de la inversión, resaltando la importancia de “que le deje algo al país en términos de tecnología”. Sin restarle importancia a la inversión física, sostuvo que en el “paradigma del conocimiento” el centro debe estar en “poner mucho esfuerzo en ciencia, tecnología e innovación”.

Cómo volver a crecer a mayores tasas

Con esta premisa como faro, Balsa comenzó trayendo un concepto recurrente en las discusiones sobre el futuro: las políticas de Estado. Es fundamental construir políticas que trasciendan los gobiernos de turno en los asuntos claves que fueron expuestos. Munyo coincidió y fue un paso más, llamando a la conformación de nuevas instituciones que asesoren desde el conocimiento técnico y con independencia a los gobiernos.

Sobre esto Oddone agregó un matiz, destacando además el rol de las disidencias y de los desacuerdos para “acotar el margen de acción de los oportunistas”. Recordó la discusión sobre la reforma de la seguridad social, en la que “hubo actores que discreparon e incluso manifestaron que introducirán cambios”, algo que celebró como parte de la construcción de las políticas públicas.

Hablando sobre políticas puntuales, Pascale volvió sobre el papel de las ciencias básicas y la investigación y desarrollo (I+D) en el crecimiento. En la órbita del sector privado, resaltó la importancia del sector agropecuario, identificándolo como “uno de los más innovadores, lejos”. En la órbita pública, por su parte, apuntó a fomentar la transmisión del conocimiento: “Las universidades tienen dos grandes funciones: enseñar e investigar. Eso pasa en Uruguay. Pero la tercera misión debería ser la transmisión del conocimiento, para que se vuelva un bien y un capital”.

Atado a lo anterior, Balsa señaló que “no hay masa crítica” de mano de obra calificada. Además de continuar trabajando en la capacitación del capital humano, la economista destacó la importancia de atraer inmigración calificada: “Démosle espacio a los venezolanos capacitados, tratemos de que sus títulos sean revalidados rápidamente mientras aceleramos los procesos de reforma educativa… que es la madre de todas las reformas”.

Para Munyo y Oddone, la industria que más problemas enfrenta a la hora de contratar personal es la de software, que es además “la más innovadora”. Si bien la industria del software invierte mucho, no encuentra suficiente gente preparada para emplear. “Las empresas de software están contratando argentinos de forma remota, que se las ingenian para conseguir los dólares en el mercado blue y tienen un ‘sueldazo’ en términos argentinos”, sumó De Haedo en esa dirección.

Sobre el cambio y su gestión

Más allá de los cambios propuestos en los diversos frentes, la cuestión también pasa encontrar la manera adecuada de procesar esas transformaciones. En efecto, Oddone puso énfasis sobre la gestión del cambio: “Tener razón y tener legitimidad son condiciones necesarias para reformar, pero no son suficientes. Hay que trabajar en la gestión del cambio, y eso lo digo sobre todo por la transformación educativa en curso. Me da la impresión de que fue un asunto mal atendido. Si es mala la gestión del cambio, se pueden quemar buenas ideas que, por resistencias y malestares de sectores afectados, quedan vetadas”.

Sobre esa línea también acumuló De Haedo, señalando que las reformas deben planificarse e identificando tres condiciones necesarias para darle buen curso a cualquier transformación: “Un líder con coraje, un equipo preparado y gran capacidad política de lograr las mayorías necesarias ‘aunque sea aguando la leche’”. Por último, Balsa agregó que es crucial generar una “institucionalidad del cambio” que entienda e involucre a los distintos actores que son afectados por las transformaciones. “Hay que pensar entre todos en una visión del futuro del país, me parece que es clave”, concluyó.