Sabemos que el futuro estará alimentado por los metales, pero todavía está por verse si esos metales estarán vallados por cortinas de hierro. Después de todo, la mayoría de los minerales críticos provienen de apenas un puñado de países: China controla casi todos los materiales de tierras raras pesados (entre ellos el 91% del magnesio y el 76% del metal de silicio), la República Democrática del Congo maneja más del 60% del mercado global de cobalto y Sudáfrica controla el 71% de la oferta de platino del mundo.

Estos metales y minerales críticos son cruciales para la transición verde porque se los utiliza en todo, desde vehículos eléctricos hasta turbinas eólicas. La Agencia Internacional de Energía estima que el mercado global de minerales críticos ya se duplicó en los últimos cinco años y que volverá (al menos) a duplicarse para 2040 debido a la creciente demanda de vehículos eléctricos, almacenamiento de baterías, generación de energía con bajas emisiones y redes de electricidad.

La República Democrática del Congo, Chile, Perú, China, Rusia, Sudáfrica y hasta Australia van a beneficiarse con la creciente demanda de materias primas críticas. Todos los países están decididos a garantizar su propio suministro y aquellos que son ricos en minerales podrían seguir el modelo de la OPEP e intentar formar una Organización de Países Exportadores de Metales (OPEM).

También se habla de ampliar el grupo informal BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) para incluir otros mercados emergentes relevantes, especialmente los productores de materias primas. En este escenario, un cartel de metales podría abarcar al Sur Global, uniendo a algunos países en el sudeste asiático (Vietnam, Malasia, Indonesia, Laos y Sri Lanka), algunos en África (Nigeria, Kenia y Angola) y otros en América Latina (Bolivia y Argentina).

Si los países ricos en minerales unieran fuerzas, podrían sacudir a los mercados globales de tres maneras, empezando por la manipulación de precios. Al igual que la OPEP, una OPEM podría usar la producción o las cuotas de exportación para hacer subir los precios, lo que, a su vez, resultaría en que las tecnologías de energía limpia fueran más costosas, desacelerando, potencialmente, la transición verde. Asimismo, un nuevo cartel podría llevar a cabo alteraciones estratégicas de la oferta para ganar influencia geopolítica sobre países que dependen marcadamente de estos metales. Y podría cerrar acuerdos comerciales exclusivos con socios elegidos estratégicamente, concentrando aún más su poder de mercado e inclinando la oferta global según considerase conveniente.

Todos estos riesgos implican que los países considerados “poco amistosos” por el cartel podrían tener dificultades para asegurarse los recursos que necesitan. Ya tuvimos un adelanto de esta dinámica en 2010, cuando China prohibió algunas exportaciones de tierras raras a Japón como parte de una disputa territorial. Los precios estallaron y pasaron años hasta que la cuestión se resolviera en la Organización Mundial de Comercio. En aquel momento, las cadenas de valor basadas en tierras raras ya habían migrado a China y la subsiguiente caída de los precios cimentó aún más su supremacía en materia de producción y procesamiento.

Hoy en día, los embargos a las exportaciones chinas probablemente serían mucho más efectivos, porque la concentración de las cadenas de valor implica que el gobierno puede fácilmente hacer cumplir sus órdenes (y no sólo en el sector de las tierras raras). Para los socios comerciales de China, una “reducción del riesgo” exigirá mucho tiempo y respaldo gubernamental, porque las fuentes alternativas tienden a ser más costosas.

Para complicar aún más las cosas, muchos gobiernos han venido introduciendo nuevas restricciones a las exportaciones de materias primas críticas, especialmente aluminio, cobalto y helio. Esas medidas se han incrementado más de cinco veces en los últimos diez años, especialmente en China, India, Pakistán, Argentina y Rusia, pero también en Estados Unidos. Este desarrollo plantea una amenaza particular para los países dependientes de las importaciones como Japón, Corea del Sur y miembros de la Unión Europea (UE).

La UE, por ejemplo, es completamente dependiente de antimonio y borato importados –que son esenciales para el almacenamiento de energía de gran escala y para las turbinas eólicas, respectivamente–, y más del 80% dependiente de la importación de otras seis materias primas. En la fase de refinamiento, es 100% dependiente de la importación de seis materiales clave y 80% dependiente de otras siete. También depende principalmente de un único proveedor para ciertos minerales, como China para el magnesio, el germanio y elementos de tierras raras, y Turquía para el borato. La UE, en consecuencia, podría enfrentar escaseces críticas si las cadenas de suministro se alteraran por motivos económicos o geopolíticos.

Pero existe otro riesgo en la concentración de empresas líderes en el sector de las cadenas de suministro. Aunque el cobalto se encuentra principalmente en la República Democrática del Congo, el control del suministro de productos de cobalto ha pasado del gobierno y empresas rusas a compañías chinas y sudafricanas. De la misma manera, sólo una empresa radicada en la UE se ubica entre los diez principales productores de cobre, y seis empresas de cuatro países (Estados Unidos, Reino Unido, Suiza y Canadá) representan alrededor de un tercio de la producción global de cobre.

Claramente, existe una creciente necesidad de diversificar las relaciones de suministro y de hacer más inversiones concretas en el exterior para impedir una mayor concentración en el largo plazo. Entre las soluciones más inmediatas, la más rápida es aumentar la pluralidad de los accionistas en las empresas dominantes, ya sean públicas o privadas, respaldando políticas favorables de inversión comercial y extranjera. Global Gateway, de la UE, es una plataforma valiosa y se la puede utilizar aún más en alianzas con países ricos en recursos para mejorar la resiliencia de las cadenas de suministro.

Para los países que dependen sustancialmente de minerales críticos importados, una planificación para el largo plazo exigirá aumentar la producción doméstica y las capacidades de reciclaje, promover prácticas de extracción sustentables e invertir en el desarrollo de tecnologías de reciclaje. Los nuevos desarrollos tecnológicos jugarán un papel clave al reducir la intensidad de los materiales y promover la sustitución. Las baterías de iones de sodio, por ejemplo, podrían aliviar la presión sobre los suministros de litio. Sin embargo, dado lo que está en juego en la transición verde global, la máxima prioridad debe ser mantener un comercio libre, justo y abierto. Un nuevo cartel iría en contra de ese objetivo.

Ludovic Subran es economista jefe en Allianz. Copyright: Project Syndicate, 2023.