Tras haber sido electo presidente de Estados Unidos por segunda vez, Donald Trump se dispone a reformular las relaciones internacionales en un momento crítico. Transitar esta era nueva y peligrosa, llena de incertidumbre, exige reflexionar sobre el progreso que hemos logrado, sobre todo para indagar en ideas sobre cómo superar los desafíos que tenemos por delante.

Los últimos 80 años han sido los más pacíficos de la historia. Se han logrado grandes avances en la mejora de la igualdad de género y hoy se considera que la brecha de género global se ha cerrado en un 68,5%, según el Foro Económico Mundial. La alfabetización se ha disparado: el 87% de los adultos de todo el mundo hoy sabe leer y escribir (comparado con apenas el 36% en 1950). La longevidad ha mejorado drásticamente: la expectativa de vida promedio hoy es de 73 años, frente a los 66 de principios de siglo. Las hambrunas masivas, antes habituales, hoy son limitadas.

La humanidad tiene todas las herramientas que necesita para sustentar —y acelerar— este progreso. De hecho, con el conocimiento y las tecnologías que ya poseemos, podríamos resolver algunos de los mayores retos a los que nos enfrentamos, desde la pobreza y la inseguridad alimentaria hasta el cambio climático y el rápido crecimiento demográfico. Por ende, este debería ser un momento para el optimismo. Sin embargo, el Boletín de los Científicos Atómicos —entre cuyos fundadores están Albert Einstein y J Robert Oppenheimer— ha puesto su Reloj del Apocalipsis a 90 segundos de la medianoche, lo que indica que la humanidad ahora está más cerca que nunca de la aniquilación.

No es difícil entender por qué. No es una coincidencia que, durante el largo período de relativa paz y estabilidad mundial, la democracia ganara terreno de forma constante, la cooperación global de base amplia se volviera la norma y el mundo demostrara un compromiso compartido sin precedentes con los derechos humanos. Hoy, sin embargo, somos testigos de la erosión de la democracia y de la cooperación internacional, así como de la proliferación de guerras y conflictos en los que civiles inocentes son flagrantemente atacados, y los agresores actúan con impunidad. Estos acontecimientos reflejan fallos sistémicos de nuestras instituciones decisorias durante muchas décadas.

La forma en que consumimos información en la era digital ha contribuido a agravar el problema. Las plataformas de redes sociales, al tiempo que ofrecen oportunidades sin precedentes para la conexión, la educación y la promoción, también han puesto a prueba nuestra capacidad para discernir los hechos de la ficción y han trastocado la comprensión compartida de la realidad que necesitamos para facilitar la resolución colectiva de problemas y preservar la democracia. Aunque la inteligencia artificial avanzada encierra un inmenso potencial de beneficio para la humanidad, para aprovechar plenamente la promesa de estas tecnologías, al tiempo que se mitigan las amenazas, debemos poner el foco en la gobernanza ética, la alfabetización digital y la cooperación mundial.

Asimismo, la llegada de un nuevo desorden mundial tiene un telón de fondo aterrador: el cambio climático. Cada año es más caluroso que el anterior y el planeta ahora se acerca, peligrosamente, a varios puntos de inflexión, desde la Antártida hasta el Amazonas, pasando por la circulación atlántica.

Como discutimos en el Nobel Prize Dialogue el mes pasado en Sídney, Australia, frente a estas amenazas existenciales, tenemos la responsabilidad —ante nuestros semejantes, nuestro planeta y las generaciones futuras— de mejorar radicalmente nuestra toma de decisiones. Como la cooperación siempre ha sido el superpoder de la humanidad, el primer paso debe ser reconstruir una cultura global que lo sustente, apuntalado por una comprensión de la realidad compartida y por la confianza en las instituciones.

Para ello, es vital apoyar firmemente la investigación académica, las instituciones científicas, el periodismo profesional y las agencias gubernamentales transparentes. Fomentando la confianza en estos pilares del conocimiento y en la información creíble, podemos superar la sobrecarga de (des)información, las alucinaciones de la IA y la propaganda para crear una base común de conocimiento que trascienda las fronteras nacionales y culturales. Este esfuerzo debería respaldarse en un impulso renovado para impartir educación a la ciudadanía global y establecer plataformas diseñadas para la colaboración y el entendimiento intercultural.

Combatir la desinformación y lograr una comprensión compartida basada en hechos de la realidad es un requisito previo para todos los esfuerzos destinados a mejorar la toma de decisiones y la cooperación a escala mundial. Esto implicaría reformar y modernizar los sistemas educativos y fomentar el “pensamiento del tercer milenio”, caracterizado por la curiosidad, la creatividad y —más importante— el pensamiento crítico. También requeriría estructuras de gobernanza mundial inclusivas, redes de colaboración para la resolución de problemas y modelos económicos sostenibles que converjan en objetivos compartidos a largo plazo.

De la misma manera que las democracias sólidas encabezaron el progreso humano durante el siglo pasado, deben desempeñar un papel de liderazgo en la construcción de una cultura global de cooperación. Pero, con las profundas desigualdades que han creado un terreno fértil para las fuerzas antidemocráticas, su capacidad para hacerlo se está poniendo en duda. Las asambleas ciudadanas deliberativas y otros procesos participativos que utilizan la selección aleatoria pueden contribuir a la tan necesaria renovación democrática, ayudando a las sociedades a negociar cuestiones políticamente controvertidas.

Tales transformaciones podrían hacer posible la reforma de instituciones internacionales como las Naciones Unidas (en particular el Consejo de Seguridad de la ONU) y la Corte Penal Internacional, y revitalizar el compromiso constructivo a través de tratados internacionales. El mundo necesita que estas instituciones sean más eficaces e imparciales para garantizar y defender la paz, el desarrollo, la rendición de cuentas y la justicia global. El mundo necesita urgentemente nuevos controles sobre el uso de armas nucleares, incluyendo un compromiso con los principios de “no primer uso” y “no autoridad única”. Por supuesto, el objetivo final debería ser reducir los arsenales nucleares a cero para garantizarle un futuro seguro a la humanidad.

Los retos a los que nos enfrentamos hoy son monumentales, pero no insuperables. La historia nos ha demostrado que el progreso es posible cuando la humanidad se une en torno a valores compartidos, motivada por un sentido de propósito común. Hace 80 años hicimos precisamente eso: creamos instituciones mundiales capaces de introducir una nueva era de relativa paz y estabilidad. Reavivar ese espíritu de cooperación es nuestra tarea más urgente.

Tawakkol Karman, activista de derechos humanos de Yemen, es la primera mujer del mundo árabe en ganar el Premio Nobel de la Paz. Saul Perlmutter, premio Nobel de Física, es un astrónomo de la Escuela de Investigación de Astronomía y Astrofísica de la Universidad Nacional Australiana. Copyright: Project Syndicate, 2024.