El desarrollo y su relación con la I+i1

Muchos de los avances en las sociedades actuales en los últimos dos siglos han sido impulsados por el desarrollo científico-técnico y por las mejoras de las condiciones de vida de las poblaciones que este desarrollo conlleva. El crecimiento económico, a su vez, está asociado al desarrollo de innovaciones de distinta índole, con su previo proceso de investigación.

Existen varias teorías sobre el desarrollo económico. Siguiendo a Piętak (2014), podemos destacar algunas. Adam Smith y David Ricardo sostenían, en el siglo XVIII, que el aumento de la capacidad productiva era el principal mecanismo para el crecimiento. Asimismo, las distintas corrientes de pensamiento económico de los siglos XVIII y XIX, representadas por autores como Karl Marx y los antes mencionados, coincidían en que el crecimiento de la oferta de bienes y servicios era el factor fundamental del crecimiento económico. En particular, Smith enfatizó el rol fundamental que tenía la división del trabajo en ese proceso. Esto venía, usualmente, de la mano del incremento de los factores de producción, es decir, capital, trabajo y tierra.

En tanto estos autores se enfocaron más en la oferta como determinante, Thomas Malthus (siglos XVIII y XIX) y John Maynard Keynes (siglo XX) pusieron el foco sobre la demanda. En ese sentido, Keynes identificó la inversión como el principal determinante del crecimiento. Por otro lado, Joseph Schumpeter (siglo XX) no le otorgó la misma relevancia a la acumulación de capital, sino a la innovación y a la creatividad de los emprendedores, motivados por las ganancias esperadas de los nuevos proyectos. Posteriormente, estos proyectos serían copiados y la oferta total aumentaría, fomentando de esa manera el crecimiento económico.

Por otro lado, durante el siglo pasado, autores como Arthur Lewis, Simon Kuznets y Walt Rostow enriquecieron la teoría del crecimiento económico al incorporar las disparidades que existen entre las trayectorias de los países ricos y pobres, enfocándose en el ahorro y en la acumulación de capital como fundamentos del desarrollo –mediante incrementos en la oferta, y también en la calidad de los bienes y servicios–.

Asimismo, en las últimas décadas, los aportes del economista Xavier Sala-i-Martín, entre otros, destacaron la importancia que tiene, para el crecimiento de largo plazo, la interconexión que existe entre acumulación de capital físico y humano, instituciones, tecnología, ideas, información e inversión extranjera. Si bien es cierto que en el corto plazo las perturbaciones macroeconómicas pueden afectar la dinámica del crecimiento económico, son los determinantes antes señalados los que definen las capacidades productivas que permiten expandir el crecimiento a mediano y largo plazo.

Las diferentes teorías y las distintas escuelas del pensamiento que se estructuraron en torno a estas ideas –como los estructuralistas, los poskeynesianos o la síntesis neoclásica–2 asignan roles diferenciados a los distintos componentes reseñados previamente. En cualquier caso, y sea cual sea el foco teórico, el rol de la innovación, la ciencia y la tecnología aparece como un componente medular del desarrollo económico, que puede expresarse de distintas maneras.

Desde el enfoque centrado en la oferta, contribuye al aumento de bienes y servicios y a la creación de puestos de trabajo de mayor calificación y habilidad. Desde el enfoque centrado en la demanda, contribuye a aumentar la calidad de vida de los individuos, la complejidad de sus razonamientos y el nivel de acierto de sus decisiones; también a la eficiencia, a la estabilidad institucional y a la valoración del ahorro, todo lo cual deriva en un incremento de la inversión.

En efecto, el componente asociado al rol de la innovación, la ciencia y la tecnología, que se constituye a partir de la síntesis de todo lo anterior, permite entender el crecimiento económico de largo plazo a partir de un equilibrio entre incrementos de oferta y demanda. El estudio profundo de este rol ha sido, por tanto, clave para la acumulación de ideas en torno a la problemática de la expansión de las capacidades productivas de los países.

En particular, en esta acumulación destaca el aporte fundamental del economista Robert Solow (1957), que propuso una manera de descomponer el crecimiento económico entre los aportes del capital físico, el trabajo y la productividad, asociada al desarrollo científico-tecnológico e innovador. Desde entonces, la literatura teórica y la evidencia empírica resaltan la importancia crucial que ha tenido y tiene la investigación y la innovación (I+i) en el fomento del desarrollo económico.

En el frente teórico, modelos como los de Paul Romer (1990), Gene Grossman y Elhanan Helpman (1991), y Philippe Aghion y Peter Howitt (1992) identifican la I+i como el motor del crecimiento. Romer, en particular, desarrolló un importante modelo teórico ilustrando cómo se crean diseños de nuevos productos utilizando como insumos el trabajo y el conocimiento de investigaciones pasadas. Estos nuevos diseños son luego patentados, fomentando así un proceso sucesivo de creación de nuevos productos. Lo anterior, operando en un contexto de interconexión entre agentes, genera efectos positivos en otros, dado que las firmas van aprendiendo sobre lo que hicieron anteriormente otras. Esto tiene, en efecto, un efecto multiplicador que va alimentando cada vez más el crecimiento.3

Por otra parte, Sorensen (1999) destacó la interconexión entre la acumulación de capital humano y la inversión en I+i. Específicamente, y a partir de los desarrollos descritos, este autor desarrolló una teoría que captura cómo los beneficios de innovar, y por ende de invertir en I+i, aumentan a medida que se incrementa el nivel educativo de la sociedad.

En el frente empírico, es extensa la literatura que demuestra lo anterior. Por ejemplo, Griliches (1992) concluye que los aumentos en la I+i son responsables de al menos la mitad de los incrementos del PIB per cápita. Por otro lado, Guellec y Van Potterlsberghe de la Potterie (2004) demuestran la importancia de la inversión en I+i para el incremento de la productividad y, por esa vía, para el desarrollo económico de largo plazo, destacando los factores que aumentan la eficacia y el impacto de este tipo de inversión.

Los motivos por los cuales los países difieren en su inversión en I+i –y en los impactos potenciales que esta genera sobre el crecimiento y el desarrollo– tienen que ver con diferencias en la profundidad financiera, en los derechos de propiedad intelectual, en la capacidad gubernamental de mover recursos y en la calidad de las instituciones de investigación.

Concretamente, muestran que el impacto de la I+i empresarial y la que proviene del sector externo sobre la productividad aumenta a medida que los sectores productivos locales cuentan con mayor capacidad de reconocer, asimilar y comercializar el valor del conocimiento externo. Esto se conoce, en la literatura, como “capacidad de absorción”. Adicionalmente, describen cómo la I+i realizada por el sector público tiene un impacto mayor sobre la productividad –y por esa vía sobre el crecimiento y el desarrollo– cuando la proporción de esta es mayormente ejecutada por las universidades.

Por último, para cerrar el recorrido por el frente empírico de esta cuestión, vale la pena destacar algunos aspectos asociados a la heterogeneidad de la inversión en I+i. Sobre esto, Lederman y Maloney (2003) encuentran que los motivos por los cuales los países difieren en su inversión en I+i –y en los impactos potenciales que esta genera sobre el crecimiento y el desarrollo– tienen que ver con diferencias en la profundidad financiera, en los derechos de propiedad intelectual, en la capacidad gubernamental de mover recursos y en la calidad de las instituciones de investigación.

En síntesis

Lo anterior destaca el vínculo entre la ciencia y el desarrollo económico y social. Para entender la relación entre la ciencia y el bienestar humano en su sentido más amplio, debemos considerar dos canales, aunque no son los únicos. Por un lado, el mecanismo indirecto que tiene la inversión en I+i vía desarrollo económico y posterior bienestar humano. Por el otro, la generación directa de bienestar que produce la ciencia en la sociedad y en las actividades humanas viabilizadas por estas inversiones.

Por ejemplo, Ranis (2004) y Ranis & Stewart (2000) se apoyan en el enfoque de las capacidades de Amartya Sen (1990, 2000) para desarrollar el vínculo entre ciencia y desarrollo. Para Sen, el desarrollo humano va de la mano del incremento de sus capacidades y posibilidades. De esta forma, el crecimiento económico, si implica un aumento del ingreso vía mayores oportunidades de trabajo, incrementará las capacidades de los individuos. De hecho, existe evidencia empírica consistente con esta hipótesis para el empleo (Bogliacino et al., 2012 y Barbieri et al., 2019), aunque más que nada en los sectores high-tech, y para la pobreza (Thirtle et al., 2003 y Thorat & Fan, 2007).

En segundo lugar, la inversión en I+i promueve el bienestar humano por otros mecanismos que no son puramente derivados del crecimiento económico. En este sentido, destacan los lazos a través de la educación (Abel & Deitz, 2012) y los impactos positivos sobre los índices de desarrollo humano en diversas dimensiones, que incluyen aspectos relacionados también a la salud y a otros componentes (Qin et al., 2023).

¿Qué hace que la inversión en I+i sea exitosa?

Hasta ahora hemos caracterizado la relevancia y los vínculos entre el desarrollo económico y social de un país y las capacidades que derivan de la inversión en I+i.

Entendemos, a su vez –y en línea con la evidencia presentada–, que la inversión pública es fundamental para dinamizar el sector de I+i y, por ende, para activar los mecanismos y procesos virtuosos previamente mencionados.

Los factores clave para el éxito de la inversión en I+i están asociados al nivel de colaboración, al grado de dificultad del proyecto, a las características del líder del proyecto y de su equipo, y al ambiente interno de la empresa o institución que lleva adelante el proyecto.

Para cerrar esta primera entrega del ciclo, nos resta entender, o al menos aproximarnos a entender, qué es lo que hace que algunos casos de I+i con apoyo público sean exitosos y otros no. En efecto, lo que hace que la inversión sea exitosa es el elemento que nos falta abordar para cerrar la línea causal entre la inversión en I+i y el desarrollo.

Para los proyectos de investigación con apoyo público, Nagesh y Thomas (2015) señalan que los factores clave para el éxito de la inversión en I+i están asociados al nivel de colaboración, al grado de dificultad del proyecto, a las características del líder del proyecto y de su equipo, y al ambiente interno de la empresa o institución que lleva adelante el proyecto

El primer factor está determinado por el conocimiento, el equipamiento, los procesos y las instalaciones, la disponibilidad de colaboradores y su disposición a hacerlo, los acuerdos claros y mutuos en torno a un propósito común, la comunicación abierta y la correcta distribución de riesgos entre partes.

El segundo, por su parte, está condicionado por el nivel de novedad del proyecto, mientras que el tercero depende de la comunicación y la empatía del líder, así como de su competencia técnica, de la proporción justa de técnicos en el equipo, del espacio para la fertilización cruzada interna entre técnicos y científicos y de los espacios para fomentar discusiones abiertas. En el último caso, los elementos que son clave refieren a la cultura organizacional, que debe ser consistente con la innovación, y al apoyo de las gerencias.

Siguientes entregas

En las próximas dos entregas que completan este ciclo de tres notas se abordará la evidencia y el desarrollo teórico-analítico locales y las experiencias del caso uruguayo. En concreto, el próximo artículo, que será publicado en la próxima edición de este suplemento, identificará algunos ejemplos transformadores de sectores productivos locales con significativos componentes de I+i, y cómo ha sido su proceso de desarrollo y maduración.

Por último, la tercera parte estará enfocada en casos puntuales que han tenido alto impacto en lo que refiere a inversiones en I+i. Con esto último, tendremos una comprensión más cabal que nos permitirá palpar la conexión que existe entre la I+i y el bienestar de un país, capturando los detalles, las dinámicas y las instituciones que desempeñan roles clave en esta problemática.

Santiago Acerenza, Rodrigo Alonso, Cecilia Callejas, Victoria Prieto y Gonzalo Tancredi, integrantes de la comisión de políticas de I+D de Investiga uy, asociación de investigadoras e investigadores de Uruguay.


  1. En este documento los conceptos de investigación e innovación deben ser entendidos dentro del siguiente marco. Por un lado, se considera investigación toda forma de trabajo creativo y sistemático realizado con el objetivo de aumentar el volumen de conocimiento (incluyendo el conocimiento de la humanidad, la cultura y la sociedad). Por el otro, se entiende a la innovación como la valorización social y/o económica del conocimiento a través de nuevos o mejorados instrumentos, métodos, procesos y/o productos. Por su parte, la palabra desarrollo será reservada para su uso con relación a los avances económicos, sociales y humanos, y no en el sentido asociado al desarrollo de conocimiento. Este último concepto implica entender el desarrollo como toda forma de concebir nuevas aplicaciones a partir del conocimiento disponible. 

  2. La síntesis neoclásica refiere a la corriente académica de la posguerra que intentó sintetizar el pensamiento macroeconómico de John Maynard Keynes con el pensamiento. La economía ortodoxa, en efecto, es en gran parte dominada por la síntesis resultante, siendo en gran parte keynesiana en lo que refiere a la macroeconomía y neoclásica en lo que hace a la microeconomía. La teoría fue principalmente desarrollada por John Hicks y popularizada por el economista matemático Paul Samuelson luego de los años 50, que además de acuñar el término contribuyó a diseminar esa “síntesis”. 

  3. Los spillovers, como los llama Romer, y el efecto multiplicador son efectos indirectos, ya que las firmas innovan y desarrollan nuevos diseños persiguiendo el objetivo de maximizar las ganancias personales. Esto lleva a que la tasa de inversión en diseños nuevos (es decir, en investigación e innovación) sea inferior a la socialmente óptima, ya que las empresas no tienen en cuenta este efecto secundario. Esto justifica, en efecto, la intervención estatal. A su vez, parece haber evidencia consistente de que la inversión pública en I+i desemboca en aumentos en la inversión en I+i privada (Levy y Terlecky, 1983; Lichtenberg, 1987; Mansfield y Switzer, 1984, y Leyden y Link, 1991).