El multimillonario inversionista tecnológico Balaji Srinivasan se hizo una reputación como cruzado antigubernamental en 2013, cuando dio un discurso acerca de Silicon Valley como la “salida final” de Estados Unidos, al que llamó la “Microsoft de las naciones”. Quizás lo más memorable sea el que Srinivasan describió el “Cinturón de Papel” estadounidense –Washington con leyes y normativas, Boston con educación superior, Los Ángeles con entretenimiento y Nueva York con anuncios y publicidad– como el Cinturón de Hierro de nuestros tiempos, aludiendo a las ciudades industriales del siglo pasado.

En su opinión, Silicon Valley estaba usurpando a estas cuatro ciudades, que antes eran los centros de poder en Estados Unidos de la posguerra, al superar el ritmo de las normativas, despreciar el prestigio académico, introducir servicios de streaming y reinventar el mercadeo directo al consumidor. En los años inmediatamente posteriores, Srinivasan reforzó su mensaje tecnolibertario. Dio prolijos discursos sobre su desdén para con el gobierno y mostró una actitud combativa hacia sus enemigos, a menudo con párrafos líricos sobre un “estado en la red” o un nuevo tipo de entidad política en que todas las decisiones sean tomadas a través de la propiedad, el consentimiento y los contratos.

Sin embargo, a principios de 2017, Srinivasan borró su historial de Twitter. ¿A dónde se había ido? Resulta que el gobierno federal había tocado su puerta en busca de su experticia. El recién electo presidente, Donald Trump, había reclutado a Peter Thiel, inversionista tecnológico amigo de Srinivasan y también libertario, para ayudarle a armar su gabinete, y estaban considerándolo para dirigir la Administración de Alimentos y Medicamentos. Todos esos años de estridentes pronunciamientos contra la vieja usanza de gobernar se esfumaron en el momento en que tuvo una oportunidad de acceder al poder político.

Esto está lejos de ser un incidente aislado. De hecho, ese nivel de hipocresía es la nueva norma. En los últimos años, los tecnolibertarios han hecho fila por pegarse al gobierno estadounidense como si fueran rémoras. ¿Por qué? ¿Por simple deshonestidad o reflejan motivos más profundos?

La respuesta se ha vuelto cada vez más clara: los principales tecnolibertarios de Silicon Valley están contra el Estado en tanto y cuanto no les enriquezca en lo personal. Pero cuando se ven ante la perspectiva de que el gobierno se convierta en un cliente importante, su oposición al poder del Estado, que antes era por principios, se disipa en el aire.

Thiel es un ejemplo de esta transformación. En 2009 declaró que “la gran tarea de los libertarios es encontrar un escape de la política en todas sus formas”. Pero para 2016 participaba activamente en política partidista y fue uno de los oradores de la Convención Nacional Republicana. Por esos años, Palantir, la empresa de análisis de datos que ayudó a fundar, se había convertido en una gigantesca organización, beneficiándose de inmensos contratos del gobierno. Hoy casi la mitad de sus ingresos proceden de fondos públicos.

Otro ejemplo es Marc Andreessen, uno de los fundadores de la importante firma de capital de riesgo de Silicon Valley Andreessen Horowitz (conocida como 16z), de la cual Srinivasan fue socio por un corto tiempo. En octubre de 2023, escribió “El manifiesto tecnooptimista”, un muy debatido elogio del poder prometeico de los mercados libres y la tecnoélite emprendedora, en que “gobierno” no aparecía en ninguna parte del texto de 5.000 palabras y las únicas dos menciones al “Estado” eran para ponerlo como el antagonista.

Pero es el Estado el que paga el día a día de Andreessen. Pagó la beca de la universidad estatal donde ayudó a desarrollar el primer navegador de internet. Y, como informa Bloomberg, en estos días 16z es una cara conocida en Washington, donde pasa más tiempo haciendo lobby que en otras formas de capital de riesgo para impulsar su iniciativa “Dinamismo estadounidense”, que consiste en respaldar a empresas que buscan contratos gubernamentales de defensa, energía y logística.

La lógica interna de este cambio se puede entrever en una de las cada vez más escasas piezas de su autoría, un nuevo prólogo al libro de James Dale Davidson y William Rees-Mogg, publicado por primera vez en 1999, The Sovereign Individual: Mastering the Transition to the Information Age (El individuo soberano: cómo dominar la transición a la era de la información), que imagina la posibilidad de escapar al Estado, con cibermonedas y el abandono de la ciudadanía convencional. Thiel identificó dos factores que los autores no habían tomado en cuenta: el ascenso de China y los avances en la inteligencia artificial.

En el Silicon Valley de la década de 1990, era posible suprimir el hecho de que los fondos del gobierno estaban detrás de los mayores avances tecnológicos y, en lugar de ello, cultivar el mito del genio que se hizo a sí mismo. Pero el meteórico ascenso de China en el nuevo milenio señaló que faltaba otro ingrediente para la supremacía tecnológica: un Estado dispuesto a entregar montañas de información personal sobre sus ciudadanos. Como Thiel, el director ejecutivo de Tesla, Elon Musk, que supuestamente se oponía a toda forma de vigilancia masiva, al parecer ha cambiado de opinión, dado su reciente viaje a China para asegurarse de obtener precisamente ese tipo de datos.

Si bien el valor de las acciones de Tesla ha ido a la baja, Musk todavía puede confiar en los elementos más sólidos de su cartera accionaria: SpaceX, hoy por hoy la principal empresa de lanzamiento de satélites estadounidenses, y Starlink, su servicio de internet por satélite que en la actualidad está reforzando la guerra de Ucrania. Sin embargo, estas iniciativas son más un reflejo del complejo militar-industrial tradicional que una reformulación radical de la relación entre una élite cognitivamente brillante y el Estado, como imaginaba The Sovereign Individual.

Todas esas palabras sobre la salida de Silicon Valley de Estados Unidos siempre fueron una especie de parasitismo con otro nombre, y hoy están comenzando a alcanzar su forma verdadera y final. Tal vez los tecnolibertarios necesiten un calificativo menos glamoroso pero más preciso. Después de todo, no están forjando un mundo misterioso más allá de la política en el margen más lejano del continente o en los océanos del planeta, para no hablar de planetas distantes, ni están acelerando un descenso al tecnofeudalismo. De hecho, no son más que tecnocontratistas que envían sus facturas al Cinturón de Papel.

Quinn Slobodian es profesor de Historia Internacional en la Escuela de Estudios Globales de la Universidad de Boston. Su último libro es El capitalismo de la fragmentación: el radicalismo de mercado y el sueño de un mundo sin democracia (Paidós, 2023). Copyright: Project Syndicate, 2024. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.