Para tener como referencia, indica el organismo,1 el déficit de inversión que enfrentan estos países puede dimensionarse en función de las necesidades que se desprenden de cara a la consecución de los objetivos del desarrollo más modestos (como cota inferior del esfuerzo necesario), dado que se requiere un impulso de inversión equivalente al 5% del PIB mundial.
Naturalmente, esta brecha es mayor para los países de bajos ingresos, donde la brecha de financiamiento se estima actualmente en el entorno del 8% del producto mundial. Se trata, en efecto, de un “costo inasequible” que ha venido incrementándose en un contexto de repliegue de nuevos proyectos.
A este respecto, la institución señala que, si bien las necesidades de desarrollo han ido incrementándose en los últimos años, la inversión ha exhibido una tendencia decreciente en el contexto de las economías en vías de desarrollo. Concretamente, advierte el informe, desde la crisis financiera de 2009 el ritmo de la inversión en los mercados emergentes y las economías en desarrollo se ha desacelerado hasta alcanzar casi la mitad del ritmo observado durante la década de los 2000.
En particular, el crecimiento de la inversión privada “ha bajado un 50%”, pasando de tasas de dos dígitos en aquel momento a tasas inferiores al 7% durante la última década. En este marco, la captación de inversión extranjera directa, “una fuente fundamental de capital, tecnología y conocimientos especializados sobre gestión”, también se ha moderado de forma pronunciada y se concentra cada vez más en menos economías.
En efecto, la “tensión entre necesidades crecientes y recursos cada vez más escasos define el desafío central que enfrentan las economías en desarrollo en la actualidad”, por lo que, en ausencia de una “nueva oleada” de inversiones, este conjunto de países será incapaz de promover un crecimiento sostenible, crear “suficientes” fuentes de empleo y alcanzar, al menos, los objetivos del desarrollo menos ambiciosos.
Sin embargo, la investigación más reciente del Banco Mundial, que constituye la “evaluación más exhaustiva de la inversión” en este conjunto de economías, sostiene que es posible “un milagro en materia de inversión”. De acuerdo con este estudio, en los últimos 70 años se produjeron 115 “períodos de aceleración de las inversiones”, definidos como episodios de crecimiento rápido y sostenido, en 59 de estos mercados.
Estos hitos generaron que, en promedio, la tasa de crecimiento de la inversión pasara del 3% a más del 10 % anual. Además, “duplicaron el crecimiento del PIB per cápita, cuadruplicaron el crecimiento de la productividad e impulsaron un cambio estructural para pasar de la agricultura a las manufacturas y los servicios de mayor productividad”. En paralelo, el crecimiento de las exportaciones se incrementó, se captaron más flujos de inversión extranjera y, en consecuencia, la pobreza disminuyó de manera acelerada. “En otras palabras, estas aceleraciones transformaron las economías”.
El problema es que, desde comienzos de este siglo, estos saltos relevantes de la inversión han venido siendo cada vez menos frecuentes, lo que explica parte del rezago que vienen mostrando estas economías durante los últimos años, en particular, nuestra inversión. Como indica el estudio, en la primera década del siglo casi la mitad de todos estos mercados registró una aceleración de la inversión, mientras que a partir de 2010 esa cifra cayó a menos de un cuarto. Esto refleja, según indica el análisis, condiciones globales menos favorables, dentro de las que destacan “la desaceleración del comercio, la volatilidad de los precios de los productos básicos y una mayor fragmentación financiera, así como el debilitamiento del impulso de las reformas normativas internas”.
La importancia de la inversión en este contexto
En todos los casos, la inversión es una de las bases del crecimiento a largo plazo, junto con la productividad y los avances en materia de capital humano. Esto es particularmente relevante en el caso de los mercados emergentes y en vías de desarrollo (el grupo sobre el que se focaliza la investigación). En este sentido, la inversión ha representado más de la mitad del crecimiento potencial (es decir, de las capacidades productivas sostenibles a mediano y largo plazo) desde el año 2000.
Además, la inversión representa “el motor de la creación de empleo”, jugando un rol central para alterar la asignación de recursos hacia sectores más productivos, algo que ha sido clave en el pasado para acelerar el proceso de “reasignación de mano de obra desde la agricultura” hacia otros sectores más modernos. A este respecto, subraya el informe, los períodos de rápida aceleración de las inversiones han incrementado el empleo y han mejorado su calidad, especialmente dentro del sector de servicios y de las manufacturas.
El tercer motivo que esgrime el organismo para enfatizar la importancia de reactivar la inversión, asociado a los dos primeros, tiene que ver con “las necesidades de desarrollo básicas”, dado que más de 600 millones de personas aún no tienen acceso a la electricidad, una cuarta parte del mundo carece de agua potable, y la infraestructura digital en muchos de estos mercados sigue siendo poco sofisticada”. De esta manera, para acortar estas brechas, se requieren inversiones sostenidas en infraestructura, clima, energía, educación, salud y tecnología.
Las principales limitantes
Obviamente, los principales factores que restringen un cambio sustancial en este frente son múltiples, por lo que los obstáculos que enfrentan estos países son “enormes”. El espacio fiscal es muy limitado, las instituciones gubernamentales son débiles, los sistemas financieros son poco profundos y existe además una incertidumbre normativa elevada.
En las últimas dos décadas, en particular, la inversión pública se ha visto afectada por los elevados niveles de endeudamiento y por los recortes del gasto público, derivados de la sucesión de shock negativos que se han acumulado en los últimos años. En el caso de la inversión privada, los problemas de fondo que han limitado los saltos de inversión han estado asociados a “la incertidumbre en materia de políticas, el cumplimiento deficiente de los contratos, el acceso limitado al financiamiento y los cuellos de botella en la infraestructura”.
Estos factores, que en varios casos revisten una naturaleza estructural, se acentúan en el contexto actual, signado por el repliegue del comercio y de la integración financiera, la proliferación de restricciones a los flujos de inversión y el incremento de las tensiones geopolíticas. Todo esto ha “incrementado los riesgos y reducido las oportunidades”. En particular, la creciente fragmentación actual está “bloqueando canales como el comercio, la transferencia de tecnología y el capital transfronterizo que respaldaban la aceleración de las inversiones en el pasado”.
Sobre los márgenes para la acción
El Banco Mundial señala que, “incluso en épocas económicas difíciles, la combinación adecuada de políticas nacionales puede provocar un milagro en materia de inversión”. En este sentido, los períodos de aceleración analizados no han sido producto de reformas aisladas, sino el resultado de paquetes de medidas integrales “que estabilizan la macroeconomía, amplían la apertura y fortalecen las instituciones”.
Sobre esto, el análisis de las reformas estructurales impulsadas por los países emergentes y en desarrollo indica que, por un lado, las transformaciones aisladas pueden aumentar la inversión privada entre un 1% y un 2% acumulado a lo largo de tres años; pero que, por el otro, cuando se implementan conjuntamente, estos efectos se multiplican: “Una combinación de reformas que refuercen los vínculos comerciales y financieros y mejoren el funcionamiento de los mercados de productos aumenta la probabilidad de una aceleración de la inversión privada en más de diez puntos porcentuales”.
La investigación agrega que “los beneficios en términos de crecimiento de la inversión pública son alrededor de un 50% más altos en los países con amplio espacio fiscal y gran eficiencia de las inversiones”, y que “la IED produce un impulso casi tres veces mayor que el crecimiento en los países con instituciones sólidas, mejor capital humano y mayores vínculos comerciales”.
No obstante, no bastan las acciones nacionales para mejorar el clima de negocios, priorizar la estabilidad macroeconómica, aumentar la eficiencia de la inversión pública y promover reformas que amplíen el acceso a financiamiento, reduzcan la incertidumbre y apuntalen la integración con los mercados internacionales. Por el contrario, se requiere combinar lo anterior con una reforma del sistema global que renueve el compromiso para generar “un sistema de comercio e inversión previsible y basado en normas” y con la “ampliación del apoyo financiero internacional”.
El informe concluye que “es mucho lo que hay en juego” y que, si no se alteran las tendencias recientes en materia de inversión, “las economías emergentes y en desarrollo corren el riesgo de experimentar una época de estancamiento prolongado, una convergencia con los países avanzados más lenta y el incumplimiento de los objetivos de desarrollo”.
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Banco Mundial (2025). Accelerating Investment: Challenges and Policies. ↩