“Esta será la edad de oro de Estados Unidos. Y vale el precio que hay que pagar”. Esta fue la promesa y la advertencia que repitió Donald Trump antes de lanzar una nueva ofensiva arancelaria. El instrumento es el mismo que utilizó durante su primer mandato, cuando inició la guerra comercial que actualmente sigue en curso. En definitiva, “arancel” es su “palabra favorita del diccionario”.

Sin embargo, la nueva versión, como era esperable, va mucho más a fondo en su alcance, desafiando la racionalidad que puede ser adjudicada a este tipo de medidas –racionalidad desde la perspectiva de un mercantilista que entiende el comercio como un juego de suma cero que anula cualquier chance de mutuo beneficio–.

Amigos son los amigos

En ese sentido, la nueva ola arancelaria profundiza el proteccionismo frente a China, algo que no sorprende dada su retórica de campaña, y que es consistente con la disputa hegemónica que ya lleva varios años. En efecto, la guerra comercial no nació y murió con su primer mandato, sino que se mantuvo también durante la administración de Joe Biden. Lo que sí sorprende es que esta vez las medidas se despliegan también sobre México y Canadá. Y no sólo eso: se despliegan sobre ellos con mayor intensidad, dado que los aranceles en ambos casos ascenderían al 25%, siendo del 10% en el caso chino. Como dijo una vez Henry Kissinger, “es riesgoso ser enemigo de Estados Unidos, pero puede ser fatal ser su amigo”.

A este respecto, The Economist elaboró un indicador de afinidad geopolítica para Estados Unidos, tomando como referencia los patrones de votación en la Asamblea de Naciones Unidas durante el período 2005-2022. El indicador se mueve entre 0 (completa afinidad) y 10 (completo alejamiento). El 0 es el propio Estados Unidos y el 10 es Irán. En el caso de Canadá, que votó el 98% de las veces alineada con la potencia occidental, el índice se ubica en 0,2, mientras que en el caso de México toma el valor 3,9 (para China se estimó en 9,6).1

A la luz de este estudio, la revista británica concluye que estos aranceles “no sólo influirán en la forma en que fluye el comercio a través de las líneas geopolíticas existentes, sino que también afectarán esas mismas líneas. Los países ahora saben que no pueden confiar en Estados Unidos como socio comercial creíble”. En efecto, las nuevas acciones de Trump desafían la lógica geopolítica y ofrecen un panorama de lo que vendrá: más furia y más imprevisibilidad para socios y rivales.

La justificación de la migración y el tráfico de fentanilo no son lo suficientemente creíbles, sopesando las ventajas y los costos de este tipo de accionar. Tampoco lo es el déficit comercial que mantiene Estados Unidos con sus dos vecinos, dado que entre ambos no llegan a arañar el déficit que mantiene con China. De eso se trata su falaz lógica mercantilista: si un país le vende más de lo que le compra, lo está “estafando”.

La dimensión de las medidas

En función de las primeras estimaciones, si efectivamente entraran en vigor estas medidas –que ahora quedaron suspendidas por un mes en dos de los tres casos–, las barreras arancelarias estadounidenses serían las más altas de los últimos 70 años, arrastrando al mundo en un espiral proteccionista de ataques y represalias que dejará a todos peor.

Los costos: la dimensión logística

La industria automotriz funciona como un buen ejemplo para capturar la irracionalidad de esta estrategia, dado que los tres países forman un bloque que se beneficia mucho de su integración. Se estima que un automóvil atraviesa las fronteras norteamericanas hasta siete veces, dado que el valor se va agregando en sucesivas etapas e intercambios. Esta industria representa el 11% de la producción manufacturera total de Estados Unidos, y genera cerca de diez millones de empleos de forma directa e indirecta. Para ello, se nutre del suministro de autopartes que provienen de Canadá (13%) y México (42%), por lo que la disrupción de los flujos entre el bloque implica una importante desventaja comparativa.

Debe tenerse presente, desde esta perspectiva, que un arancel opera como un impuesto a los fabricantes nacionales y que, a medida que aumentan las importaciones, también aumenta la producción del país. En otras palabras, se encarece la producción y se achica la capacidad productiva. De esta manera, Estados Unidos se está autoinfligiendo un daño importante en un sector clave de la economía, perdiendo ventajas relativas con el resto del mundo (principalmente China).

Foto del artículo 'Donald Trump 2.0'

Los costos: la dimensión macroeconómica

Este nuevo impulso proteccionista, sumado a las acciones desplegadas en la órbita migratoria, impulsarán los precios al alza. A modo ilustrativo, en el caso del gas natural podrían implicar un incremento de 8,4% en el nivel de precios, lo que golpea directamente y por dos vías las condiciones de vida de los estadounidenses. El primer golpe es justamente este, una aceleración de la inflación y un cambio en el nivel de los precios que erosionará el poder de compra. En particular, los productos alimenticios se encarecerán, dado que las importaciones agrícolas que provienen de México y Canadá totalizan casi el 45% del total. En el caso de las paltas, por ejemplo, el 90% viene desde el sur.

El segundo golpe viene por el lado de la actividad económica. Una inflación mayor obligará a la Reserva Federal (FED) a mantener una política contractiva (o, al menos, menos expansiva de lo que podría ser), encareciendo el crédito y afectando el consumo y también la inversión. Además, este tipo de medidas incrementan la incertidumbre y eso, obviamente, es negativo para la inversión, que requiere reglas claras y certidumbre. Según estimó la FED, en 2018 los aranceles impuestos contrajeron la inversión en al menos 1% (parece poco, pero no lo es).

En lo que refiere a la cuantificación de este fenómeno, algunas estimaciones sugieren que un hogar “promedio” podría enfrentar un incremento de costos de hasta 1.200 dólares por año. Quizás esta sea la manifestación más directa del precio que deberían pagar para impulsar la edad de oro de Estados Unidos.

Dos ejemplos del pasado reciente

El caso de las lavadoras

Para terminar de dimensionar los efectos asociados a estas disputas, es útil repasar lo que sucedió en 2018 cuando Trump introdujo aranceles sobre las lavadoras de ropa para “beneficiar a los consumidores” y “crear muchos empleos”.

Entonces, cada vez que una empresa estadounidense importaba uno de estos electrodomésticos, pagaba una tarifa que luego trasladaba al precio final, encareciendo por esa vía el producto para el consumidor final. Ese es el sentido del instrumento: reducir la demanda externa para sustituirla por producción doméstica. Además, la afectación se extiende hacia otros bienes que no son objeto de la protección arancelaria, en este caso las secadoras de ropa, que también registraron un incremento de sus precios.

¿Cuáles fueron los resultados?

Por un lado, efectivamente se dio un incremento muy localizado del empleo, alojado en las empresas extranjeras que se instalaron en Estados Unidos para producir sin asumir esos costos (como Samsung, Whirlpool y LG). Punto para Trump. Por el otro, el gobierno recaudó cerca de 82 millones al año.

Sin embargo, como contrapartida, los consumidores enfrentaron un salto de los costos, estimado en más de un billón y medio de dólares (producto del aumento de los precios). Según el estudio, lo anterior significa que ellos pagaron 815.000 dólares por cada empleo creado; es decir, fue una política de empleo extremadamente cara.

El caso del acero y el aluminio

Este fue el ejemplo más conocido de imposición arancelaria por parte de Estados Unidos con dirección a China. De acuerdo con un estudio realizado por aquel entonces, estos fueron los resultados.(1)

En materia de empleo industrial, el efecto fue neutro: no aumentó, pero tampoco se redujo. Sin embargo, al considerar la economía en su conjunto, se constató una destrucción de aproximadamente 142.000 puestos laborales. Por otra parte, la política implicó un costo de 625 dólares por hogar estadounidense y logró afectar el comportamiento de las empresas, que migraron desde China. En contraparte, también modificó el comportamiento de los chinos, que contraatacaron agresivamente con medidas espejo.

(1): US Trade Representative Review.

Los costos: la dimensión geopolítica

Son muchos los errores no forzados que ha cometido en muy poco tiempo esta nueva administración. A la disputa con sus aliados ya descrita se suma el “bullying” a los países en desarrollo, en particular de la región, el cese de la asistencia extranjera, la erosión de las instituciones fundamentales sobre las que se debería erigir una democracia, la purga y sustitución de funcionarios clave por figuras serviles, y la promoción de mayores divisiones internas, entre otras tantas cosas.

Naturalmente, esto le facilita las cosas a China, que podría comenzar a atraer economías que forman parte de la esfera de influencia estadounidense (a esto se refería el pasaje citado más arriba del estudio realizado por The Economist).

Los costos: la recesión norteamericana

Teniendo en cuenta los profundos lazos que unen a los tres países del continente, todo indica que tanto México como Canadá ingresarán en un período recesivo. Aproximadamente el 77% de las exportaciones canadienses tienen como destino Estados Unidos, y una cifra mayor es la que corresponde al caso de México. Como ilustra el gráfico, los tres países se resentirán ante la implementación de estos aranceles, aunque el impacto varía marcadamente.

Obviamente, el lastre será mayor a la luz de las contramedidas que podrían aplicar los países afectados en caso de que entren a regir estas medidas en un mes. Esa fue la estrategia mexicana hace algunos años y es lo que ha deslizado también Canadá, buscando imponer barreras comerciales a los productos que son relevantes para los estados republicanos (como cítricos, bourbon, motocicletas, arándanos, etcétera).

El lío de los pollos y las camionetas

Otra dimensión para tener en cuenta tiene que ver con la persistencia de este tipo de medidas proteccionistas, que muchas veces escapa al horizonte coyuntural que les dio pie originalmente. La llamada “guerra del pollo”, que tuvo lugar a comienzos de la década del 60 e involucró a Estados Unidos y Alemania, constituye un ejemplo colorido de este fenómeno.(1)

De forma sucinta, el problema se originó como consecuencia del incremento exponencial que experimentaron las ventas de pollo de Estados Unidos hacia Alemania. Esa inundación de pollos provocó la indignación de los productores europeos, que impusieron un arancel para encarecer el producto en su territorio. Esto provocó una disminución importante de las exportaciones estadounidenses, lo que ocasionó un creciente malestar entre los productores y políticos estadounidenses. Esto derivó en una contraofensiva que adoptó la forma de un arancel a las camionetas provenientes de Europa, en particular las Volkswagen.

El resultado: los alemanes pagaron más caro por el pollo y los estadounidenses por las camionetas, accediendo además a una gama mucho más limitada de modelos. Este ejemplo ilustra, por un lado, las consecuencias de este tipo de medidas: hieren a los consumidores, protegen industrias muy específicas (en detrimento de otras) y alteran el comportamiento de las economías. Paradójicamente, tras la “fiebre del pollo” alemana, las tarifas a las camionetas se mantuvieron en las siguientes décadas. En definitiva, este tipo de distorsión siempre genera ganadores que, nucleados en torno a grupos de presión, terminan por consolidar ese statu quo que los beneficia a costa del resto.

(1): "Why Economists Hate Trump’s Tariff Plan". The Wall Street Journal.

Los costos: un problema emergente

Para los países emergentes todo lo anterior implica un escenario complejo con impactos que se extienden a la actividad, la fiscalidad y los precios. En efecto, una política más restrictiva por parte de la FED (principal banco central del mundo) implica condiciones de acceso a financiamiento más restrictivas (por costo y acceso) y presión sobre las monedas, que ya se han venido debilitando producto de los anuncios de las últimas semanas.

Además, resta atractivo para la captación de inversiones e introduce presiones bajistas sobre el precio de las materias primas (producto del fortalecimiento global del dólar).


  1. “Donald Trump’s tariffs defy geopolitical logic”. The Economist