El gobierno de Yamandú Orsi enfrenta el desafío de generar un fuerte crecimiento económico para dar respuestas a las necesidades del país en el corto plazo y a la vez promover cambios en la matriz productiva pensando en un crecimiento sostenido para los próximos diez o 20 años, planteó a la diaria el magíster en Historia Económica Juan Ignacio Geymonat.
La situación se complica porque el escenario de incertidumbre económica a nivel mundial pone en jaque la estrategia de crecimiento basada en la llegada de capitales y bienes del exterior, lo que para Uruguay representa un desafío adicional debido a la extranjerización del capital y la debilidad de su empresariado local, añadió.
Ante este escenario, el profesor e investigador universitario consideró que la falta de grandes grupos económicos nacionales que impulsen un crecimiento sostenido desde dentro del país obligará a “colocar a las empresas públicas a la vanguardia de los sectores con mayor potencial tecnológico y productivo”.
Es decir que el gobierno, en lugar de “blindarlas o protegerlas artificialmente de la competencia”, deberá “integrarlas en los eslabones clave donde se definirá el cambio tecnológico en los próximos diez o 20 años”, señaló.
Esto será indispensable en un mundo que enfrenta una tendencia hacia el “cerramiento”, con una reversión de las reglas de la globalización que habían dominado en las últimas décadas. “No hay grandes jugadores ni capitales nacionales que puedan impulsar un crecimiento económico fuerte. Más bien parece que los capitales están rezagados y generando ganancias a través de inversiones financieras en el exterior”, explicó Geymonat.
Como ejemplo, mencionó que Ancap debería vincularse con la producción de biocombustibles e hidrógeno verde, sectores que podrían convertirse en motores de crecimiento. “De lo contrario, corremos el riesgo de seguir con un modelo extractivo sin valor agregado”, advirtió. En este escenario, uno de los dilemas centrales que enfrenta el nuevo gobierno es cómo alcanzar un crecimiento económico del 3% sin profundizar la desigualdad.
Geymonat advirtió que el crecimiento basado en commodities y exportaciones primarias no es sostenible a largo plazo, ya que los países que han alcanzado mayores niveles de desarrollo han diversificado su economía hacia sectores de mayor sofisticación. Pero no puede ignorarse que los gobiernos están atados a ciclos electorales, lo que muchas veces los lleva a priorizar resultados inmediatos sobre transformaciones profundas.
“No se puede ignorar que a Orsi no se lo juzgará por haber sentado las bases para un nuevo modelo productivo, sino por variables más tangibles en lo inmediato como la generación de empleo, el aumento de ingresos o el crecimiento del consumo”, sostuvo.
El investigador dejó en claro que no puede ignorarse que el modelo productivo actual tiene signos de “desgaste social” y exige cambios.
¿Cómo caracterizaría la presencia e influencia de los grupos económicos en Uruguay?
Hay un cambio muy grande que se inicia en la dictadura y que tiene como signo una pérdida de peso relativa de los grupos nacionales. Esa pérdida tiene varios capítulos. Un primer capítulo es en la dictadura, cuando los grupos económicos pierden la pata financiera.
Un grupo económico es un conjunto de empresas independientes que están controladas por un mismo empresario o familia empresarial. En Uruguay estos grupos han sido históricamente controlados por familias. En la década del 80, después de la crisis financiera del 82, los grupos económicos que tenían una pata en la banca pierden su presencia. Y después, durante los 90 y sobre todo en el último ciclo de crecimiento a partir de 2005, de la mano de la entrada de inversión extranjera, varios de estos grupos lo que hacen es vender sus empresas o retirarse de algunos sectores que pasan a estar en manos del capital extranjero. Entonces, si se sacara una foto de la cúpula empresarial en los 60, 70, encontraríamos una presencia nacional mucho más fuerte que la actual, donde algunos sectores clave ya no están controlados por estos grupos económicos nacionales, sino que están organizados en torno a empresas transnacionales.
¿Qué impacto tiene eso en el crecimiento económico?
Desde la dictadura hasta acá, ha habido una especie de política de Estado para impulsar el ingreso de inversión extranjera con el diagnóstico de que no hay grandes acumulaciones de capital que puedan promover fuertes impulsos de inversión en la economía, entonces Uruguay tuvo que ser una economía abierta y muy favorable al ingreso de capitales extranjeros.
No estoy poniendo un juicio de valor a este tema, simplemente describo que fue una política confirmada por los distintos gobiernos que se han sucedido después de la dictadura. Esa política obligó a que Uruguay tenga una institucionalidad más o menos acorde y atractiva al ingreso de capitales extranjeros, una política macro más o menos estable, sin muchos sobresaltos y cambios bruscos, que tenga una entrada y salida libre de capitales, que siga un conjunto de normas internacionales.
No sé si lo mismo se podría haber hecho con los grupos económicos nacionales. Lo que les sucede a los grupos uruguayos se explica por una simple ley de competencia entre capitales: los más grandes terminan siendo más eficientes, más productivos, y dominan a los más chicos. Cuando esos capitales chicos estaban protegidos por el Estado, por barreras arancelarias, por restricciones a la entrada y salida de capitales, podían existir dentro de este espacio nacional. Cuando esas reglas de juego cambian, estos capitales nacionales lo que tratan de buscar es cómo aliarse a los otros grandes que están llegando y después cómo retirarse en los mejores términos posibles. A la larga o a la corta, lo que se impuso es el capital más grande.
¿Cuáles son los principales sectores dominados por estos grupos y cómo condicionan el desarrollo del país?
En el caso del capital extranjero, los principales sectores van desde el exportador, donde más o menos las empresas internacionales tienen el 70% de la exportación de bienes; también hubo un avance fuerte del capital extranjero en el sector del comercio de grandes superficies. En el sector financiero, la banca privada es 100% extranjera. En el control de la propiedad de la tierra, la extranjerización ha crecido pero todavía sigue siendo bastante inferior a otros sectores. En la producción industrial, la extranjerización ha crecido bastante.
¿De qué manera estos grupos nacionales e internacionales pueden influir en la formulación de políticas públicas en Uruguay?
El lobby empresarial siempre ha existido. Es común ver a empresarios o grupos empresariales tocando puertas en ministerios, intentando influir en decisiones. Eso sucede en todos lados.
Juan Ignacio Geymonat (archivo).
Foto: Ernesto Ryan
Ahora bien, cuando te proponés desarrollar un conjunto de instituciones económicas que sean transparentes, donde no podés proteger a ciertos sectores en detrimento de otros, y donde no podés crear aranceles específicos de un lado para otro, sino que preferís aplicar una política más estandarizada, la posibilidad de hacer lobby se limita. ¿Qué pasaba en los 60 o 70? Los empresarios industriales iban al Estado y pedían que subiera los aranceles de ciertos productos que competían con los que ellos fabricaban. Y el Estado subía esos aranceles, protegiendo la industria nacional. Hoy esas posibilidades ya no existen.
Cuando usted habla de limitaciones, ¿se refiere por ejemplo a que no se apliquen determinados impuestos al capital?
Exacto. Si querés que UPM venga, vas a tener que estar dispuesto a ofrecerle exoneraciones fiscales, incentivos específicos, y comprometerte a respetar los contratos de forma estricta. Además, si surgen problemas, tenés que estar dispuesto a llevarla a un organismo internacional, sin recurrir al derecho nacional para resolverlos. También tenés que asegurarle que podrá retirar las divisas que necesite sin ninguna restricción. Es una disyuntiva política, no estoy haciendo un juicio de valor sobre si está bien o mal, pero hay que entender que, al optar por un camino, hay otras cosas que te limitan y no podés hacer.
Toda la política industrial y de inversión en Uruguay está fuertemente atada a este tipo de incentivos fiscales. Ahora incluso están discutiendo si hay que revisarlo luego de lo que ocurrió con Yazaki.
¿Qué peso tienen la herencia, el esfuerzo personal y la educación en las posibilidades de ascenso social en Uruguay?
Se sabe poco sobre este tema, pero lo que se puede observar es que la educación y la inversión personal en formar capital humano pueden contribuir al movimiento social, especialmente en ciertos sectores de la escala socioeconómica.
Por ejemplo, si alguien está en los primeros deciles de ingresos, como el 20% o 30% más pobre, y decide educarse, ir a la universidad, es posible que pueda ascender en la escala social, moviéndose hacia deciles más altos. Sin embargo, lo que ocurre en el decil más alto, el 1% más rico, es que salir de esa posición es muy difícil. La movilidad descendente para este grupo es casi nula, y su estatus no está necesariamente explicado por la inversión en educación o el talento, sino por las circunstancias que los llevaron a esa posición.
En Uruguay, alrededor del 90% del valor de los negocios es heredado por el 1% de la población, aunque la situación mejora un poco con la vivienda, ya que más personas son propietarias. No obstante, en lo que respecta a los negocios y los activos financieros, la desigualdad es bastante fuerte. Así, la herencia sigue siendo un factor clave en la perpetuación de la desigualdad.
En ese contexto, ¿qué desafíos cree que enfrenta el nuevo gobierno liderado por Yamandú Orsi?
Es un problemón. Hay una bomba ahí enfrente. Nadie puede predecir con certeza qué va a pasar en el mundo dentro de cinco años. Lo que veo es una tendencia hacia el cerramiento. Durante mucho tiempo, la globalización parecía incuestionable: apertura total, libre comercio, mercados sin fronteras. Pero desde 2008 esa lógica ha cambiado y ahora estamos viendo una embestida fuerte contra esas reglas.
Si el mundo sigue este camino de cierre, hay que preguntarse qué pasa con la estrategia de crecimiento basada en la llegada de bienes y capitales del exterior. Esa dependencia se vuelve incierta. Esto puede generar problemas para el crecimiento y plantear dilemas difíciles: ¿hasta qué punto los países estarán dispuestos a hacer sacrificios –salariales, laborales, regulatorios– para seguir siendo atractivos en este nuevo escenario?
¿Qué opciones quedan?
Una de ellas es aprovechar el peso de las empresas públicas en sectores estratégicos. Hay que tener una política agresiva de cómo vincular estas empresas. No se trata de blindarlas ni protegerlas artificialmente de la competencia, sino de integrarlas en los eslabones clave donde se definirá el cambio tecnológico en los próximos diez o 20 años. Estas empresas pueden atraer inversiones nacionales y extranjeras, generando sinergias y aprendizajes en sectores estratégicos.
Por ejemplo, Ancap debería asociarse con la producción de biocombustibles e hidrógeno verde. Si esa es la dirección que tomará el mundo, es fundamental que una empresa estatal participe activamente en el proceso. No significa excluir al sector privado, sino garantizar que haya un actor público liderando la transformación y generando conocimiento. De lo contrario, corremos el riesgo de quedarnos con un modelo extractivo sin valor agregado.
No soy futurólogo y no puedo trazar un mapa claro de lo que le depara a Orsi, pero veo que los jugadores clave para el desarrollo están ahí. Apostaría por colocar a las empresas públicas en la vanguardia de los sectores con mayor potencial tecnológico y productivo. Además, es crucial captar ahorro y capital nacional para estos proyectos, siempre con un liderazgo estatal claro. En un mundo incierto, también debemos buscar formas de reducir la dependencia del ciclo de inversión extranjera.
En este escenario, ¿se puede crecer al 3%?
Sí, pero la cuestión es cómo. Uruguay podría lograrlo incrementando la producción de commodities o aprovechando un boom de precios internacionales. Sin embargo, la historia económica demuestra que este tipo de crecimiento no es sostenible. La especialización en bienes primarios tiene sus limitaciones: los precios fluctúan y los países que han alcanzado niveles altos de desarrollo han apostado por sectores más complejos y sofisticados.
Estos sectores no sólo generan más empleo, sino que diversifican la economía y fortalecen la matriz productiva. Si Uruguay no avanza en esta dirección, enfrentará problemas estructurales a largo plazo. La clave es diseñar una política industrial que redirija recursos hacia sectores estratégicos sin descuidar el crecimiento a corto plazo.
Ese es el dilema: cómo equilibrar la necesidad de resultados en el corto plazo con la urgencia de construir una economía más sólida y sustentable a futuro.
¿Y en materia de combate a la pobreza y a la desigualdad?
Hablamos de pobreza y desigualdad, que aunque son distintas van de la mano. Sin embargo, ha habido un esfuerzo de algunos sectores por separarlas, como si la desigualdad no importara. Un claro ejemplo fue el discurso de Gabriel Capurro, expresidente de la Asociación Rural del Uruguay, quien dijo hace mucho que le preocupaba la pobreza, pero no la desigualdad, porque “somos todos distintos”.
El problema es que en un país muy desigual, combatir la pobreza se vuelve mucho más difícil. Si la economía crece un 1%, ese crecimiento no se distribuye de manera equitativa: algunos sectores pueden crecer un 5%, mientras que otros no crecen nada. Esto hace que el proceso de reducción de la pobreza sea más lento e ineficiente.
Pero hay algo aún más profundo: tenemos indicios claros de que el modelo productivo actual se desfonda socialmente. Es decir, la matriz productiva de Uruguay no alcanza para sostener a los tres millones de habitantes del país. Si comparamos con los años 60, la economía es casi dos veces y media más grande por habitante. Sin embargo, hoy tenemos más suicidios, más presos y más personas en situación de calle.
Esto muestra que el crecimiento económico, por sí solo, no garantiza mayores niveles de cohesión social ni una mejor calidad de vida. No se trata sólo de pobreza, sino de la habitabilidad de la sociedad en su conjunto. Entonces, la pregunta clave es: ¿cuánto más hay que crecer para que bajen los homicidios, para que disminuya la gente en situación de calle? ¿O acaso estamos creciendo de una manera que, en ciertos aspectos, nos está desgastando socialmente?
Creo que hay algo de eso. Se puede crecer a costa de tener mano de obra barata, informalidad o empleo precario. Pero ese crecimiento no garantiza estabilidad social ni equidad. Y ahí está el verdadero problema que enfrenta Uruguay: estamos creciendo sin atender el impacto social de ese crecimiento.