La pobreza es un fenómeno multidimensional que refiere a la falta de medios para satisfacer necesidades básicas como alimentación, vivienda, salud y ocio, entre otras. Sin embargo, no existe una única forma de medirla.
En Uruguay, un hogar es considerado pobre si su ingreso se encuentra por debajo de la línea de pobreza, que es la expresión monetaria del costo asociado a una canasta de bienes y servicios “básicos” elaborada por el Instituto Nacional de Estadística (INE) a partir de la encuesta de gastos e ingresos de las familias. Ese costo, a su vez, depende de un conjunto de factores, como el número de integrantes del hogar, su ubicación geográfica y la condición de propietario o inquilino. Para profundizar sobre este fenómeno, el procesamiento de la Encuesta Continua de Hogares permite realizar una caracterización más amplia de la población que se encuentra en esta situación.
En primer lugar, las familias pobres son más numerosas, dado que cuentan con 3,5 integrantes en promedio, uno más con respecto al resto de la sociedad. Eso, por sí solo, implica que esas familias necesitan una mayor cantidad de dinero para situarse por encima del umbral monetario definido.
Por otro lado, mientras el 4,8% de las familias que no están en situación de pobreza vive en condiciones de hacinamiento (más de dos personas comparten una habitación para dormir), entre los hogares pobres esa cifra asciende al 24,6%. En el caso del transporte, el 80% de las familias pobres no cuenta con un vehículo automotor, un poco menos del doble con relación al resto de la población (44%). Para el caso de la calefacción, los datos revelan que casi un cuarto de las familias en situación de pobreza no cuenta con un medio para calefaccionar su vivienda, una proporción que cae al 7,9% para el resto. Algo similar ocurre con el saneamiento, en tanto el 13,5% de las familias en situación de pobreza no cuenta con acceso al agua potable e instalaciones sanitarias adecuadas, siendo el 2,9% en el caso de los hogares no pobres.
En efecto, la condición de pobreza excede largamente la dimensión de los ingresos monetarios, extendiéndose a la órbita más amplia de las condiciones de vida y el confort básico, lo que naturalmente termina condicionando todo el entorno de la persona y restringiendo su capacidad para desarrollarse plenamente.
Situación laboral
El 56,1% de los trabajadores ocupados que están en condición de pobreza pertenece al sector informal y no cuenta con acceso a la malla de protección social ni al goce de sus derechos laborales, una proporción que cae al 18,8% para el resto de la población.
En lo que refiere a las brechas educativas, mientras que los trabajadores en situación de pobreza cuentan, en promedio, con nueve años de educación culminados, los trabajadores que no se encuentran en esa situación acumulan casi tres años más. Vinculado a esto, como se desprende del gráfico, los trabajadores pobres se concentran en empleos con bajos niveles de calificación. En ese sentido, el 36,1% de los ocupados se desempeñaba en ocupaciones elementales (personal de limpieza, peones de explotaciones agrícolas, empacadores, reponedores de estanterías, entre otras), 27,6% eran trabajadores de los servicios y vendedores en mercados y comercios, y 18,8% se desempeñaban como “oficiales, operarios y artesanos” (es decir, trabajaban como albañiles, carpinteros, revocadores, carniceros, chapistas y artesanos, entre tantas otras).
Esto genera, obviamente, importantes disparidades salariales. Concretamente, en 2024 los trabajadores pobres ganaban en promedio cerca de 19.000 pesos líquidos, mientras que para el resto esa cifra supera los 56.000 pesos. Expresado en términos de la remuneración por hora trabajada, los trabajadores no pobres ganaron el año pasado 2,3 veces más que los trabajadores que se encontraban en situación de pobreza.
Dentro de los hogares pobres, en la mayoría de los casos (67%) el referente del hogar (el integrante con el mayor ingreso) es una mujer, que en el 83% de los casos es madre de al menos un niño. Esas mujeres trabajan unas 29 horas a la semana por un ingreso que en promedio fue de 17.400 pesos líquidos. En el caso de los hogares cuyos ingresos superan la línea de pobreza, el 54% tiene como referente a una mujer, siendo el 57% madres. Sin embargo, las horas semanales trabajadas aumentan a 37 y el salario promedio a 55.000 pesos.
Cabe destacar que, entre estas mujeres madres, hay una diferencia de tres años de educación culminados. Además, el 22% de las madres que se encuentran en hogares en situación de pobreza se desempeñan en ocupaciones elementales y 21% en servicios y ventas, siendo esas proporciones del 13% y el 19,6% para el resto, donde el 14,1% pertenece al sector profesional, científico e intelectual.
En síntesis, si bien una mejora de los ingresos de las personas en situación de pobreza mediante el fortalecimiento de las transferencias monetarias es fundamental para mejorar sus condiciones de vida, no necesariamente se traduce en avances sobre las dimensiones estructurales que hacen a este fenómeno, como las brechas educativas, las carencias de la vivienda y su entorno, el acceso a los servicios básicos y mejores oportunidades laborales. Para ello, hacen falta políticas públicas destinadas específicamente a abordar estas dimensiones, cuyos efectos no son de corto plazo. De ahí la necesidad de combinar ambas aproximaciones.
Joaquín Pascal, Centro de Estudios Etcétera.