Patricia Fernández, maestranda en neurodidáctica en España, asegura que esa disciplina “tiene mucho para decir” en relación con el aprendizaje de los niños y cómo trabajar la atención. Según la magíster especializada en autismo, que además habla desde la experiencia de ser madre de una pequeña con ese trastorno, “se han hecho grandes avances en cuanto a la atención, se puede afirmar que es algo entrenable, y el desarrollo de las redes atencionales habilita al niño a la regulación de comportamientos y emociones que van madurando en obediencia a la genética y a la experiencia”.

Entre los aportes de las neurociencias referidos a la atención, Fernández destacó la importancia de la motivación: “Es fundamental si queremos que el proceso de atención sea real. Cambia con las edades, pero si algo no nos motiva no vamos a prestarle atención y no se va a dar el aprendizaje; para eso, padres y maestros tienen que conocer los intereses de los niños en sus edades”. Por otra parte, señaló la importancia de tener en cuenta los “tiempos de atención”, porque “es bastante menos de lo que se espera en muchas aulas: los tiempos en realidad rondan los 15 minutos en el caso de los niños, y en los adultos oscilan entre los 30 y 40 minutos en sujetos sin trastornos atencionales”. Un tercer descubrimiento de las neurociencias es el poder de las emociones: “Encienden y mantienen la curiosidad y la atención, y con ello el interés por el descubrimiento de todo lo que es nuevo. El sistema emocional debe regirse por emociones positivas, en las que el cooperativismo, la camaradería y la colaboración sean la máxima”.

Para que el proceso de aprendizaje sea real, “las neuronas deben estar aprendiendo”. “Para eso tienen que estar activas; sin atención, el cerebro no va a poder aprender ni relacionar con otras memorias y otros aprendizajes, aunque haya un bombardeo de estímulos. Los educadores tenemos que chequear si el niño está aprendiendo, y para eso vamos a tener que tomarnos muy en serio la atención y la motivación, para tratar de que todo lo que se muestra genere interés”, afirmó.

Según los estudios en neurociencia, la atención está dividida en dos procesos cerebrales. Por un lado, lo que se denomina atención automática, “que corresponde al estado de vigilia, un estado neurofisiológico de activación cerebral que hace posible el procesamiento de la información. Es lo que nos deja atender estímulos exógenos que están ocupando nuestra atención continuamente, aunque muchas veces en un segundo plano”, detalló. Por otro lado, la atención dirigida o concentrada, que “consiste en la orientación de la atención hacia una dirección específica, requiere esfuerzo y perseverancia para poder ser dirigida y focalizada de forma selectiva”, agregó Fernández, quien considera fundamental que estos conocimientos lleguen no sólo a los educadores, sino también a los padres, “que son parte esencial de la educación de sus hijos”.

En cuanto a los déficits atencionales, explicó que “el cerebro funciona igual, pero que tienen una falta de maduración de la corteza prefrontal, por lo que los niños con estos déficits van a tener más dificultad para concentrarse, van a necesitar un mediador que lo ayude a desarrollar las tareas, y va a ser fundamental a la hora del estudio, porque un niño con TDAH [Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad] o autismo no puede leer de corrido, hay que ayudarlo mucho más a concentrarse, y demora mucho más en filtrar la información, por eso es más directo”.

Según Fernández, la inclusión en las escuelas “es un tema controvertido, porque no se puede integrar de cualquier manera y a costa de lo que sea: es necesario que toda la escuela y el maestro estén dispuestos a hacer este trabajo, siempre y cuando el niño esté dispuesto a ir a la escuela, porque no depende todo de los padres, hay niños que no tienen por qué estar integrados todo el tiempo, con los que se puede trabajar uno a uno”.