El caso tiene al menos dos novedades. La primera es que el Hospital de Clínicas retomó, hace dos semanas, las operaciones de reasignación de sexo que suspendió hace cuatro años. La segunda es que el proceso se desarrolló por completo en el sector público, puesto que la policlínica del hospital Saint Bois de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE) fue la que se ocupó de su atención integral, incluido el proceso de hormonización. El caso se presentó ayer en una ronda de prensa y es significativo, porque se da en medio de un proceso de trabajo que está logrando que las personas trans acudan y confíen en instituciones de salud.

La muchacha tiene entre 20 y 25 años. “Recibía discriminación, odio, le costaba inclusive ir al Saint Bois, interrelacionarse en el ómnibus, y cuando fui a la visita al hospital la vi radiante. Fue una cirugía hiperexitosa que culmina todo nuestro proceso. He tenido la oportunidad de analizar a muchas mujeres trans y generalmente las técnicas [de cirugía] eran antiguas, la forma de abordaje era diferente; la vi como una vulva biológica, prácticamente. Los equipos se vienen perfeccionando, las técnicas vienen avanzando cada vez más y trabajamos mucho en coordinación”, resaltó, en diálogo con la diaria, Daniel Márquez, docente de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República (Udelar) y adjunto de la presidencia de ASSE.

Márquez integra la policlínica de Medicina Familiar y Comunitaria del Saint Bois, una unidad docente asistencial (Udelar-ASSE) integrada por profesionales de endocrinología, salud mental, medicina familiar y enfermería. La policlínica tuvo una actitud abierta para recibir a las personas trans y una muy buena receptividad, aunque al principio Márquez les explicaba que sólo podía ofrecerles el buen trato. “Sólo el buen trato generó que ellas, con su red, eligieran el Saint Bois para atenderse. Y no era un trato diferencial, era el trato habitual”, rememora. No era el destrato típico al que estaban acostumbradas las mujeres y los varones trans: ese que los señala según su sexo biológico –y no con el que se sienten identificados– y que de inmediato recurre a un recetario para pedir exámenes de VIH sin siquiera entablar un diálogo.

En 2014 la policlínica cumplió su primer objetivo: comenzar a brindar los tratamientos de hormonización. Lo hace de manera gratuita, acompañando todo el proceso de cambio que genera en la persona: “Si es una mujer trans, tenés menos vello, los testículos se reducen, la piel queda más suave, más elástica, se redistribuye la grasa corporal, pasa de una forma androide (la de los varones) a una forma ginoide, con más grasa en las caderas”, explicó Márquez. Los varones trans pasan a tener barba y dejan de menstruar, entre otros cambios. La cuestión va más allá de lo estético: el médico mencionó que en el caso de las mujeres trans los cambios “les dan la posibilidad de no ser insultadas, golpeadas”, y señaló la condena social y la presión del machismo, que las acusa porque fueron varón y pasaron a ser mujer.

Quienes trabajan en el Saint Bois tienen la sensibilidad necesaria para que las personas sientan que son respetadas y pueden confiar en el sistema de salud, y así lo muestra la creciente demanda. Tras poco más de tres años de comenzar con la hormonización, ya han pasado por la policlínica 250 personas trans, de las cuales 40% son varones y 60% mujeres. Según el censo hecho por el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) en 2016, en Uruguay hay 853 personas trans; 90% mujeres y 10% varones. El alto porcentaje de varones que asiste a la policlínica se explica porque se creó un colectivo de varones, que esperan hasta el final de la consulta (se atiende hasta las 22.00) para viajar todos juntos de regreso en un mismo ómnibus.

Integrados

Márquez destaca dos virtudes de la policlínica del Saint Bois: se da en el primer nivel de atención y no es exclusivo para personas trans. Explicó que en muchos países la atención se concentra en hospitales, algo que no es acertado, porque “no es una patología; el hospital es un lugar donde se tratan enfermos y enfermas, y estas son personas sanas, con mucho sufrimiento, pero personas sanas”. Dijo que la atención a nivel de policlínica “es una premisa que tiene connotaciones éticas”, porque apunta a atender a las personas trans como a cualquier persona. La otra peculiaridad es la integración. “No quisimos generar servicios exclusivos para personas trans”, dijo. Relató que hace diez años que trabaja en la policlínica, y personas que se habían atendido siempre con él le decían: “Ahora hay gente rara, yo no me quiero atender acá”, pero que “después de que empezaron a convivir en la sala de espera esa usuaria dejaba a su hijo con una mujer trans mientras entraba a la consulta. Salir a la sala y ver que hay una coexistencia entre mujeres trans, varones trans, niños, embarazadas, adultos mayores, para nosotros es una satisfacción. En la persona trans genera algo de integración y en las personas cis [las que no son trans] también. Lo mismo pasa con los estudiantes que nunca antes habían tenido contacto con una persona trans”.

El caso uruguayo ha servido de modelo para el exterior: así como se forman allí estudiantes de la Facultad de Medicina, también lo hacen residentes de otros países. El pasaje de los estudiantes extranjeros permitió la formación de “servicios en espejo” en Florianópolis, en Río de Janeiro y en Buenos Aires, a partir de los pasantes que conocieron la experiencia del Saint Bois. “El modelo uruguayo ha sido bastante innovador, porque el Estado se encarga 100% de todo lo que cubre el proceso de atención integral, hormonización, las cirugías, la formación de recursos”, evaluó Márquez.

Paso a paso

En la primera consulta se le hace una anamnesis: una entrevista que aborda a la persona de manera integral, incluyendo los cuidados en su sexualidad. Si tiene problemas de colesterol y glicemia, por ejemplo, primero abordan esas cuestiones para luego pasar a la hormonización; es parte del pacto.

Los tratamientos de hormonización sólo los brinda ASSE, y no alcanza a los usuarios del sector mutual, así como tampoco las cirugías. A medida que se fue incrementando la demanda de la policlínica del Saint Bois, comenzaron a llegar personas de los puntos más lejanos del país, y eso habilitó, recientemente, la creación de policlínicas similares en Paysandú y en Las Piedras (Canelones).

En 2015 incluyó un segundo paso: las cirugías. En estos tres años se han hecho 26 cirugías: 12 mastectomías para trans masculinos, siete implantes mamarios para mujeres trans (se hacen en el Centro Hospitalario Pereira Rossell, CHPR) y siete histerectomías con anexectomías (quitar útero, trompas de falopio y ovarios), en el CHPR en conjunto con la Clínica de Ginecotocología A de la Facultad de Medicina. Ahora alcanzó otro peldaño: las cirugías genitales. La de hace dos semanas fue la operación número 27, hecha por un equipo integrado por profesionales de urología, cirugía plástica, ginecología, medicina familiar y comunitaria, psicología, endocrinología y enfermería (de ASSE y la Udelar).

“Nunca habíamos podido lograr un espacio en que la persona ya haya atravesado todo el trayecto de acompañamiento por un médico que la conozca”, destacó Márquez, orgulloso. “Hay que abordar muchas cosas antes de la cirugía; nos parece muy irresponsable hacer una cirugía si no hay una evaluación del proceso previo y la capacidad de poder sostenerlo. Es muy difícil para las corporalidades estar con un cuerpo y despertarte al otro día con otro”, expresó.

Los casos se llevan a reuniones de equipo que ayudan, también, a ver a la persona como un todo. Entre otras cosas, trabajan también la voz con el área de fonoaudiología, dándoles a las personas ejercicios para afinar la voz si son mujeres y para hacerla más gruesa si son varones, porque generalmente la fuerzan a un nivel que les provoca patologías, dijo el médico.

Márquez comentó que hay quienes cuestionan la inversión estatal en hormonización y cirugías, pero, además de mencionar que “es una cuestión de derechos y equidad”, “desde el punto de vista económico es una gran inversión en salud, porque estas mismas personas son las que terminan con silicona industrial, en el CTI, con años de vida potencialmente perdida o que terminan autoeliminándose por no poder sentirse como son, no poder expresar su género”. A corto plazo, la inyección de silicona industrial provoca, con frecuencia, una infección generalizada y la muerte de la persona. A largo plazo, la silicona migra a otros tejidos, genera imposibilidades en miembros y, una vez colocada, es muy difícil de sacar. Dijo que el promedio de vida de las personas trans está entre los 35 y los 40 años.

Las mejoras que se están teniendo en la atención de estos colectivos es producto de un trabajo interinstitucional, que incluye a ASSE, la Udelar y también al Ministerio de Desarrollo Social, puesto que la policlínica contacta a ese ministerio para hacer el cambio de sexo registral y la cobertura de prestaciones sociales.