Esta facultad, o su antecesora directa, fue creada por ley de 1885 como Facultad de Matemática y Ramas Anexas, de manera que se puede decir que procedemos de la matemática. Sus cursos empezaron en 1890 y su creación estuvo marcada por discusiones sobre si valía la pena crear una facultad o era más conveniente contratar extranjeros o mandar a estudiantes al exterior, lo que, sin duda, era mucho más barato, pero no más conveniente. Esa discusión se saldó, lo que permitió que ingenieros nacionales llegaran a tiempo para realizar grandes obras, como la red vial, la ferroviaria, el puerto, y más tarde la red eléctrica; obras de las que aprendieron y a partir de las cuales enseñaron. Esas polémicas vuelven periódicamente bajo distintos aspectos. Entre ellas, por qué los ingenieros tienen que saber bastante (o mucho o demasiado, según las visiones) matemática, física y, en general, ciencias fundamentales.

La Facultad de Ingeniería aprecia lo que vale tener un Instituto de Matemática de nivel internacional, con investigadores en diversas ramas de la matemática. La formación básica es lo que permanece, mientras que las tecnologías cambian durante la vida profesional. Egresados que, cuando eran estudiantes, opinaban que los contenidos eran excesivos valoran esta formación a lo largo de su experiencia. Es la diferencia entre aplicar herramientas cuyo fundamento se desconoce y entenderlas realmente.

La matemática, en la formación del ingeniero, cumple una doble función. En la ingeniería se aplican constantemente los conocimientos matemáticos para finalidades prácticas, desde calcular una estructura hasta predecir la estabilidad de una red eléctrica o modelar la crecida de un río o el intercambio de gases en el proceso de conservación de un alimento. Es entonces una herramienta imprescindible y tiene que ser usada en forma fina, crítica y razonada, porque en general se construyen modelos de la realidad y se debe saber qué variables interesan, cómo es de sensible el modelo a sus variaciones o errores de medida y hasta dónde la complejidad es necesaria. La segunda función no es instrumental: es desarrollar el pensamiento analítico y la capacidad de enfocar y resolver problemas. No es la única manera de desarrollar el pensamiento abstracto, pero es una de las más efectivas. Para esta finalidad, especialmente, es que no basta transmitir el conocimiento de la matemática desde alguien que lo sigue, sino que es necesario tener docentes que sean investigadores. Aunque en sus cursos de grado casi nunca enseñan aquello en que están investigando, pues los cursos son de matemática clásica, la enseñanza impartida por alguien que crea en esa disciplina adquiere la luz de lo vivo, y es sólo desde esta posición que se puede enseñar a pensar. Y esto es lo que permanece y sirve para casi todo lo que uno haga en la vida. De paso, el pensamiento crítico e independiente es clave de la ciudadanía.

Este Instituto de Matemática y Estadística, además de tener un rol fundamental en la formación de grado y posgrado y de tener su investigación propia de muy buen nivel, participa en investigaciones y proyectos de otros grupos de la facultad, ilustrando que ciencias fundamentales y tecnología forman un ecosistema y se enriquecen mutuamente. Las interacciones no son lineales, como a veces se cree en forma simplificada hasta la falsedad; no hay creación científica abstracta y luego devienen aplicaciones tecnológicas. A veces pasa eso, a veces de la aplicación surgen nuevas y desafiantes preguntas hacia las ciencias fundamentales, a veces hay una mutua inspiración. Así, por ejemplo, los trabajos sobre la estabilidad de José Luis Massera son citados desde estudios de procesos químicos o sistemas de control de máquinas.

No creemos que la investigación básica tenga que justificarse por sus aplicaciones. Tiene enormes aplicaciones y eso es inherente a ella, y bienvenidas son; a veces llegan en forma no prevista, como es el caso (un ejemplo entre muchos) de los algoritmos de encriptado que usamos sin saberlo en nuestras transacciones electrónicas, y que nacen de una de las ramas más teóricas de la matemática, que es la teoría de números. Pero además, o desde antes, entender y crear nos hace más humanos. La persona que mira el firmamento y entiende por qué los planetas deambulan o por qué la luna tiene fases, sin duda tiene algo más que quien no lo entiende. La aventura humana es entender el universo y desarrollar el propio pensamiento.

Esta reflexión se aproxima a las que versan sobre el arte o la cultura. Se las justifica a menudo por sus externalidades, como generar trabajo o presentar al país, externalidades también bienvenidas, pero esa justificación no es necesaria. No afirmaría que el arte o la cultura nos hagan siempre más felices, pero sí más humanos.

Otros actores escribirán artículos centrados en la historia del Instituto, en la que se destacan precursores, visionarios que se propusieron hacer ciencia y la hicieron, que formaron a varias generaciones académicas, personas entrañables a las que admiramos y queremos. Personalmente tuve la alegría de conocer a algunos de sus profesores más reconocidos, pero no coincidí con otros, como su fundador, don Rafael Laguardia. “Por sus hechos los conoceréis”: esas personas crearon un colectivo científico digno, cuidadoso de la calidad, atento a su contexto y de proyección internacional. Uruguay es conocido en ciertos ámbitos no sólo por el fútbol o el constructivismo, sino además por su escuela matemática. En esta historia, además de personas, hay instituciones clave, entre las cuales se cuentan el Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas, la Facultad de Ciencias, todas las facultades, varias universidades del mundo.

Uno podría preguntarse por qué el Instituto de Matemática está en la Facultad de Ingeniería. Desde el principio destacamos su importancia para la facultad y la importancia de que exista y sea bueno. Otros ordenamientos institucionales serían posibles. El plan Maggiolo, del que este año se cumplen 50 años, preveía institutos centrales (de matemática, historia, biología...) que impartieran las distintas carreras en escuelas. En el otro extremo, ya superada, estuvo desde mucho antes una concepción napoleónica, en la que ingenieros formaban ingenieros y no se necesitaban matemáticos ni físicos. La institución universidad es una de las más antiguas y estables, y lo es porque se transforma. Tal vez tendamos a tener institutos centrales o a fortalecer la cooperación entre unidades, como en los hechos las unidades asociadas de matemática y de física hacen que haya un colectivo que transciende a las facultades. La construcción y el crecimiento de esa red de cooperación y formación, que lleva a la consistencia en el nivel y a la excelencia académica, es una de nuestras tareas constantes; no sólo el futuro de la ingeniería, sino de un concepto de ciencia, tecnología y cultura en un país independiente.