En julio de 1967, el entonces rector, Óscar Maggiolo, presentó el Plan de Reestructuración de la Universidad, que se conoce como Plan Maggiolo. Más allá del nombre, fue una obra colectiva, como todas las cosas realmente significativas en nuestra Universidad, que buscaba transformarla para cumplir mejor sus fines, ajustando su estructura a la realidad cambiante del conocimiento, del mundo y del país, con la convicción de que sin conocimiento no podemos ser libres. Fue la obra de universitarios comprometidos con su tiempo, con el país y su gente, que entendían que era necesario modificar profundamente la Universidad para poder cumplir cabalmente con su misión.
El plan fue un esfuerzo por resolver ciertas carencias de nuestra Universidad, que quedaron pendientes luego de la aprobación de la Ley Orgánica; en particular, la modificación de su estructura académica, el mejor cumplimiento de sus fines (promoviendo un impulso decidido a la investigación científica y buscando fortalecer la educación pública en todos sus niveles, incluyendo también un amplio capítulo dedicado a cómo potenciar la extensión). A pesar de que se centraba en aspectos presupuestales y edilicios y señalaba que otras transformaciones necesarias, como la racionalización de recursos, deberían abordarse también sin dar mayores detalles, la lectura del documento permite percibir una visión global de la institución y un conjunto de ideas que configuran un plan de largo aliento para la transformación universitaria.
Es interesante releer hoy ese documento y pensar en lo que hemos logrado y lo que queda por hacer. En 50 años, muchas cosas han cambiado (el número de estudiantes se ha multiplicado por cinco, por citar sólo una) y nuestra Universidad ha realizado transformaciones muy importantes. Cada tiempo tiene sus propios sueños. De todas formas, hay una continuidad sustantiva entre muchos de los problemas sentidos y de las soluciones propuestas entonces y los problemas y aspiraciones de hoy. Vale la pena notar las continuidades y también preguntarse las razones por las que no hemos sido capaces de realizar algunas de las transformaciones necesarias desde hace ya tanto tiempo. Acá me limito a extraer sólo dos fragmentos y realizar algunos comentarios. Al recorrer la historia de la Universidad, Maggiolo señala que “la Ley [Orgánica] de 1908 [...] introduce en forma decisiva uno de los factores que más ha incidido en contra, para poder tener una Universidad eficiente, como es el principio de la autonomía y autosuficiencia de las Facultades, que consagra a la Universidad como una Federación de Facultades y no como un Instituto único”.
En los últimos diez años, los universitarios construimos y aprobamos una Ordenanza de Grado que, entre otras cosas, corta la dependencia absoluta que tenía la enseñanza respecto de las facultades. Pusimos en marcha embriones de los servicios de nuevo tipo que soñamos: los centros universitarios regionales y el Espacio Interdisciplinario son estructuras que nacen ya con las condiciones para ser vigas transversales en una estructura acostumbrada sólo a las columnas verticales (nuestras facultades). Ambos son espacios universitarios construidos en torno a problemas o áreas de acción más que a disciplinas o áreas de conocimiento. Fortalecimos la investigación en todas las áreas del conocimiento, buscando en particular cultivarla en sectores históricamente débiles en esa función esencial y expandiendo el Régimen de Dedicación Total para apuntar a su generalización a todos los servicios de la institución. Fortalecimos la extensión y la curricularizamos. Tomamos resoluciones fundamentales sobre cómo evaluar la función docente en una perspectiva integral y rigurosa.
Todas estas, y muchas otras, son transformaciones necesarias en sí mismas y pueden ser herramientas poderosas de una transformación de la estructura académica de la Universidad, pero ello requiere constancia, entusiasmo, participación y visión de conjunto. Si no se articulan en una mirada transformadora de largo plazo y con objetivos claros, pueden ser herramientas desarticuladas entre sí e incluso desnaturalizarse.
En estos días se ha relanzado, felizmente, la discusión del Estatuto del Personal Docente. Tanto la discusión como el estatuto pueden convertirse en otra importante herramienta para la mejora sustantiva de nuestra Universidad. Aprovechemos esta oportunidad para retomar el esfuerzo transformador. Ello requiere generosidad, trabajo y mirar lejos.
En referencia a la necesidad de mejorar la formación docente en el país, el Plan Maggiolo señalaba que “es incuestionablemente una necesidad imperiosa de nuestro país establecer un Instituto de Ciencias de la Educación, donde sea posible estudiar e investigar, en los campos de la teoría y la práctica de la formación de los jóvenes”.
Maggiolo creía que el lugar natural de tal instituto era la Universidad de la República. Hace diez años, la Universidad declaró públicamente su convicción de que el país requiere un sistema con pluralidad de instituciones públicas, autónomas, cogobernadas, gratuitas, conectadas entre sí. Sin embargo, seguimos sin una formación universitaria para los docentes de este país. Necesitamos trabajar con convicción y generosidad para construir un Sistema Nacional de Educación Pública.
Queda mucho por hacer y el tiempo, imparable, nos exige avanzar, pues muchas falencias que ya teníamos claras en 1967 se hacen más patentes en la medida en que pasan los años y no logramos resolverlas. En ese contexto, hay que analizar el efecto del inmovilismo en que hemos caído en los últimos años. La Universidad necesita retomar el camino de la discusión colectiva de los grandes problemas que nos aquejan; en particular, necesitamos retomar el camino de la transformación de su estructura académica.