La Propuesta didáctica para el abordaje de la educación sexual en Educación Inicial y Primaria, presentada recientemente, se encuentra hace ya varias semanas bajo la lupa y ha generado un profundo debate en el que la cuestión fundamental parece ser qué derecho tiene la institución educativa a la que concurren mis hijos a impartir cierto tipo de conocimiento, y qué lugar ocupan los padres a la hora de decidir sobre la educación de sus hijos. “Adoctrinamiento”, “modelo único de educación” e “imposición ideológica” son expresiones que se encuentran en boca de muchos padres que parecen preocupados por los contenidos de la guía. Sin entrar a cuestionar por qué es en este ámbito que ciertos grupos adultos se preocupan por los contenidos de la educación que se imparte a sus hijos (nadie cuestiona los contenidos ni las formas de enseñar matemática o geografía ni los programas de las asignaturas), es interesante analizar cómo ciertos cambios culturales que vienen ganando terreno en la arena social y política generan ruido, miedo e incertidumbre.
Es necesario, para hacer un análisis correcto y desligado de prenociones personales, comprender que la sexualidad, las distintas identidades de género y la educación sexual propiamente dicha suelen generar incomodidades en la población, puesto que hace muchos años que se mantienen encerradas en un tabú, reflejado en las explicaciones sencillas a las preguntas de los niños, en el no llamar a los órganos sexuales y reproductivos por sus nombres, y amparado en la idea de que hay una edad correcta para adquirir la información necesaria para entender las prácticas sexuales, la identidad de género y el funcionamiento del cuerpo.
La educación sexual no promueve el sexo temprano ni el abuso. Esto es una grave equivocación fundada en las prenociones que fueron previamente expresadas. La exploración del cuerpo en los niños es natural. Se tocan, se miran, se preguntan cosas, nos preguntan cosas. La promoción de herramientas e información certera sobre sus genitales, la intimidad y el significado que tiene tocarnos y que nos toquen es fundamental para prevenir el abuso. Aquellos que creen que dos niños descubriendo sus genitales están sexualizados están erotizando un proceso de autoconocimiento natural y necesario. Y si están sufriendo algún tipo de abuso, muchos niños no lo saben hasta que crecen y se hacen con la información necesaria para reflexionar sobre la propiedad sobre sus cuerpos. Los niños y adolescentes deben tener pleno conocimiento sobre sus cuerpos y el derecho que tienen sobre ellos. Es fundamental la utilización de las prácticas educativas para generar herramientas, derribar tabúes y empoderarse, lo que les permitirá hacer valer sus derechos en caso de ser abusados. Hay que problematizar los secretos familiares, la idea de que cada familia es un mundo y cada niño es criado según el criterio de cada padre, especialmente porque el abuso sexual infantil suele originarse en el hogar.
La educación en diversidad es necesaria y fundamental. El reconocimiento y la promoción del respeto a todas las identidades de género y orientaciones sexuales es una cuestión humanitaria. Mucho se ha dicho con respecto a la guía y la supuesta promoción de la homosexualidad. Quienes adscriben a esta idea deben entender que la homosexualidad no se puede promover, que posicionarse de ese lado de la acera sólo refuerza la ignorancia como valor y configura uno de los tantos argumentos por los cuales esta guía, que está cargada de marco teórico sobre la temática y no de ideología, se vuelve necesaria.
Además, los niños y adolescentes están en contacto con cuerpos sexualizados y estereotipos de género desde la más temprana infancia. Consumen y absorben de la televisión, de internet, de las publicidades, de los anuncios, un montón de contenido mediatizado que va generando ideas sobre qué son los cuerpos, qué debe ser atractivo y qué no, qué se espera de uno como ser sexual y qué es tabú. Eso es inevitable. Estar en contra de la reflexión en el aula, de permitir que los niños y las niñas hagan preguntas y reciban respuestas reales, que se les diga a las cosas por su nombre y que se promueva la tolerancia y la falta de violencia es infantil.
Por último, las familias y los grupos de pares están incluidos en el programa, en sus actividades y en la construcción de contenido para la trayectoria de cada niño y cada adolescente. El discurso del Estado imponiendo homosexualidad y relaciones sexuales promiscuas no es suficiente para posicionarse en un debate sobre esta temática. Los grupos de padres que se manifiestan en contra de esta guía, pidiendo el derecho de educar a sus hijos como más les parezca, caen en una fuerte contradicción, en primer lugar por no dar cuenta de que la absorción de conocimientos en la infancia y la adolescencia proviene de todos los espacios con los que conviven (y nuevamente es menester mencionar la cartelería sexualizada, los medios de comunicación, los grupos de pares) y los centros educativos. Comenzar una cruzada contra la educación formal resulta en la pérdida de formar parte directa de la educación sexual y la educación en salud de sus hijos, una oportunidad única y sin precedentes, presentada de forma más que responsable.