Inicié esta vida liceal con muchos miedos e inseguridades, después de terminar un recorrido escolar con emociones que formaron parte de mi niñez y que hoy recuerdo muchas de ellas con gran nostalgia. Es así que este liceo recibió por primera vez a esta niña-mujer. Ir al liceo para mí fue una historia que comenzó en el año 2012. Me recuerdo como una adolescente desorientada que llega por primera vez a una institución diferente a la que presencio hoy.

Hoy, en el 2017 y presenciando mi último año liceal, puedo decir que las dos instituciones dejaron una huella muy importante en mi vida, una porque me rodeó de ternura y alegrías y otra porque me enseñó a hacerme fuerte y a tomar esas decisiones que muchas veces fueron difíciles de decidir; aprendí a que muchas veces debemos callarnos para evitar confrontaciones, pero otras tantas veces me encontró rebelde ante tantas injusticias.

Ir al liceo es aprender a ser adulto, a saber cómo afrontar situaciones y cómo ir avanzando a partir de ellas. Es aprender a ser responsable y a convivir con compañeros con los que tenés más afinidad y otros con los que no tanto, pero que de todas formas hay que afrontar las diferencias porque de así se trata la convivencia.

Lo mismo pasa con los profesores; tenés aquellos que no te transmiten ganas de estudiar y otros que sí y que además te estimulan con ideas creativas y son capaces de entenderte cuando tenés uno de esos días no tan buenos, esos días en que los deberes, escritos y pruebas se te superponen. Hoy por hoy, ellos tienen un lugar en tu vida y cuando tenés un tiempo libre buscás su compañía, sus palabras pausadas y cariñosas, y las encontrás ahí, en ese mismo lugar, dispuestos a darte un mate y a escucharte…

Muchas veces llegué enojada porque nos hacían madrugar y no nos avisaban que faltaba un profe. Ese era uno de esos días en que aparecía esa adolescente rebelde con ganas de no callarse ante tantas cosas que para mí eran inaceptables. Pero luego, ese enojo se pasaba cuando empezaban a llegar otros compañeros y compartíamos esa impotencia ahí con ese mazo de cartas, y las ganas de pasarlo bien hacían que esa rabia se esfumara con tanta rapidez como cuando llegó.

Me sentí atrapada por algunas materias que movilizaron mi pensamiento, no porque lo haya creído erróneo, sino porque hicieron cuestionarme sobre la realidad, donde también pude intuir la afinidad política de esos profes. Asimismo, pude reafirmar mi postura sobre esa realidad, atesorando mi enseñanza en valores sobre la importancia de lo que el otro vive, lo que siente, y lo que el otro necesita.

Finalizando esta breve descripción de mi vida liceal, puedo rescatar que de allí salieron mis mejores amistades, mis gustos personales y el comienzo de mi nueva etapa adulta, donde comencé a reflexionar sobre determinados temas que de niña no eran de relevancia para mí y que en esta etapa de mi vida me pongo a pensar un poco en ellos ya como una persona madura.

Artículo escrito en el marco de un ejercicio de los talleres de periodismo que estudiantes de distintos liceos y escuelas de UTU están realizando en la diaria.

Paula Sabornín, estudiante del liceo 1 Mario W Long, de la ciudad de Young.