Uno hace un viaje hasta un área protegida y mientras se llena los pulmones de aire limpio, mira al cielo. Por más límpido y falto de nubes que esté el firmamento, por más empeño y paciencia que uno ponga, jamás podrá ver aletear a un guacamayo azul ni a un playero esquimal. La razón es tan sencilla como trágica: ambas aves se encuentran extinguidas en Uruguay. Hasta la expresión en sí misma refleja la vergüenza de la propia lengua, que ante la impotencia prefiere decir que se encuentran extinguidas a decir que lisa y llanamente ya no se encuentran –ni se encontrarán más– en el país. El fenómeno no es extraño, ya que actualmente la pérdida de biodiversidad es uno de los grandes problemas mundiales, y se considera que hoy al menos 10% de todas las especies de seres vivos del planeta están en peligro de extinción. Las aves de Uruguay no son una excepción: de las 453 especies registradas en el país, 46 se encuentran amenazadas. En el ámbito científico hay consenso de que esta extinción masiva –la sexta desde el inicio de la vida en el planeta– es consecuencia de la acción de los seres humanos.

Esta pérdida de biodiversidad es causada por la destrucción de hábitats, debido a actividades productivas como la agricultura, la forestación o la industria; por los cambios climáticos de origen antropogénico; por la introducción de especies exóticas invasoras; y por uno de los grandes males de la humanidad: la ignorancia. Para hacer frente a ese último factor, tres biólogos uruguayos, Adrián Azpiroz, del Departamento de Biodiversidad y Genética del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable, Matilde Alfaro, del Centro Universitario Regional Este de la Universidad de la República y de la Asociación Averaves, y Sebastián Jiménez, del Laboratorio de Recursos Pelágicos de la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos, hicieron el relevamiento de todas las especies de aves registradas en el país y tipificaron su nivel de riesgo de acuerdo a los criterios internacionalmente aceptados de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Ese trabajo, imprescindible porque no se puede proteger lo que no se conoce, culminó con la publicación en 2012 de la “Lista Roja de las Aves del Uruguay”, una publicación exhaustiva y rigurosa que sirvió de guía para saber que de los 458 taxones de aves registradas en nuestro país, 46 están bajo amenaza de extinción. Dentro de este grupo de aves amenazadas, 31 están en la categoría “vulnerable” (VU), 12 en la categoría “en peligro” (EN) y dos en “peligro crítico” (CR). El recientemente publicado Libro Rojo de las Aves del Uruguay, que tiene al trío Azpiroz-Jiménez-Alfaro como editores, compila toda la información disponible por la ciencia de este país y la región sobre las 14 especies de aves que corren mayor peligro de extinción (categorías CR y EN) y las dos que ya no están más con nosotros, así como recomienda medidas y acciones a tener en cuenta por parte de las personas, organismos e instituciones que tienen entre sus fines preservar la biodiversidad. Al respecto, Jiménez, coeditor y autor de las fichas de las aves oceánicas, afirma que el libro, junto con la “Lista Roja”, “deben verse como herramientas para desarrollar prioridades de investigación, de conservación y de acción para el manejo, para tratar de revertir la situación de las aves que están más amenazadas”.

Un animal peligroso

Nuestras aves en peligro crítico son el gaviotín real (Thalasseus maximus maximus) y la tijereta de las pajas (Alectrurus risora). Probablemente entre ellas no se conozcan: mientras la primera tiene su única colonia reproductiva en las islas de La Coronilla y se distribuye a lo largo de las arenas de la costa atlántica hasta la Playa Penino en San José, la tijereta de las pajas prefiere los pastizales altos naturales. Sin embargo, hay algo que las une: su delicada situación en el país es consecuencia de la actividad del animal más peligroso que haya posado sus pies sobre la Tierra. Para la tijereta se señala como principal amenaza “la pérdida de hábitat vinculada a la intensificación agropecuaria” y “en particular se han mencionado los impactos negativos de los cultivos, ganadería y forestación, que se traducen en la alteración y fragmentación de áreas dominadas por pastizales naturales”. El gaviotín, por su parte, tiene un enemigo propio en su única zona de nidificación –“la alta tasa de depredación de huevos por parte de la gaviota cocinera, especie que también se reproduce en el Grupo de Islas de la Coronilla”– pero comparte con la tijereta el sufrimiento causado por los Homo sapiens sapiens: “En los sitios de alimentación y descanso fuera de la temporada reproductiva, presenta las mismas amenazas que enfrentan las especies que utilizan esos mismos hábitats, como son pérdida y modificación del hábitat por el crecimiento urbano, disturbios por las actividades turísticas, contaminación, etc”.

El diagnóstico se repite con pequeñas variaciones en la gran mayoría de las restantes aves que el Libro Rojo coloca en la categoría “en peligro”. Tomemos un caso: para la loica pampeana (Leistes defilippii) se establece que “la modificación de hábitat es el factor principal responsable de su disminución poblacional”, y se apunta a que “la agricultura elimina la vegetación nativa y el pastoreo modifica la estructura y composición del pastizal. Una menor cobertura puede afectar la disponibilidad de alimento o las interacciones con competidores, depredadores o parásitos,y esto a su vez, reducir el éxito reproductivo y limitar el tamaño poblacional”, al tiempo que se señala que en relación con la ganadería “existe evidencia circunstancial que sugiere que la reciente reducción poblacional en la región de Arerunguá [relicto del ave en Salto y Tacuarembó] podría estar vinculada con el uso de antiparasitarios a través de su efecto sobre las poblaciones de invertebrados que representan una fuente de alimento clave para esta ave”.

Al tiempo, advierte que “en Uruguay la agricultura avanza sobre el campo natural en la región de Arerunguá y la posibilidad de instalación de una nueva fábrica de pasta de celulosa en el centro del país seguramente generará presión sobre los pastizales naturales de esa región”. La gaviota cangrejera (Larus atlanticus) la tiene complicada debido a “la eliminación o reducción de los humedales con cangrejales por emprendimientos urbanísticos”, y se alerta que “el desarrollo urbano y la contaminación asociada amenazan tres de los principales sitios utilizados por esta gaviota: Playa Penino, Laguna José Ignacio y el arroyo Maldonado”. Hay excepciones en las que la causa de la amenaza no son los emprendimientos productivos o la urbanización –es el caso del cardenal amarillo (Gubernatrix cristata) y el del pato criollo (Cairina moschata), asediados por la caza y la captura ilegal–; sin embargo, la agricultura, la forestación, la especulación inmobiliaria y la construcción en la faja costera o la contaminación figuran a lo largo del libro como una presencia ominosa. Todos sabemos que volver a una época preindustrial o preagrícola es un sueño romántico que todo amante de la naturaleza abandona antes de iniciar el ciclo escolar. Sin embargo, en las entrañas de una dependencia del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca brilla una luz de esperanza.

Espantar para conservar

Todos queremos creer que la oposición entre país productivo/país sustentable es una falsa dicotomía. De todas maneras, en la práctica parece difícil apostar a producir sin llenar todo de agrotóxicos o fertilizantes, verter compuestos contaminantes o introducir especies invasoras u organismos modificados genéticamente que atentan contra la biodiversidad. Pero lo que los humanos no siempre logran en la tierra... algunas veces sí lo hacen en el mar.

Sebastián Jiménez me recibe en el Laboratorio de Recursos Pelágicos de la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara). Hace casi 15 años, cuando apenas era un estudiante de Facultad de Ciencias y un entusiasta de las aves marinas, se acercó a este laboratorio tras trabajar con los gaviotines reales con la ONG Averaves en las Islas de la Coronilla. De hablar pausado pero entusiasta, pestañea un segundo para dejar que los recuerdos se hagan más presentes: “Me contacté con Andrés Domingo, que en ese entonces era el director de este Laboratorio [hoy es el flamante director de la Dinara] y me dijo que había todo un tema con las aves y la pesca y que se estaba recabando información. Entonces me abrieron las puertas, y empecé a colaborar”. Como casi siempre, los caminos de los científicos no son lineales, pero por más que el método que emplean tienda a ser lo más racional posible, las emociones marcan la cancha: “Ya en la facultad me interesaban las aves, y cuando encontré las aves marinas sentí una gran fascinación. Como también me interesaba la conservación, la elección fue sencilla: si uno mira las listas rojas, no sólo de acá sino de todo el mundo, entre las aves más amenazadas están los albatros y los petreles. De hecho, la familia de los albatros, comparada con cualquier otra familia de aves, es la más amenazada a nivel mundial. El Laboratorio de Recursos Pelágicos era una gran oportunidad para trabajar en conservación y con aves marinas”, rememora.

Tanto tiempo trabajando con las aves que viven en pleno océano –“pelágico” refiere tanto a los organismos que viven lejos de la costa como a los que se encuentran en las capas superiores de la columna de agua océanica– justifica que el biólogo Adrián Azpiroz haya convocado a Jiménez a relevar y escribir sobre los albatros y petreles de nuestro país, tanto para La “Lista” como para el Libro Rojo. En este último aparecen cuatro aves pelágicas que están amenazadas (EN): el albatros real del norte (Diomedea sanfordi), el albatros errante (Diomedea exulans), el albatros pico amarillo (Thalassarche chlororhynchos) y el petrel atlántico (Pterodroma incerta). Salvo el petrel, cuya población mundial está declinando debido a que el ratón común (Mus musculus) se come los pichones en la isla de Gough, único lugar en el que el petrel se reproduce, los tres albatros amenazados en Uruguay enfrentan un peligro común que Jiménez explica bien: “El problema que están sufriendo los albatros es global, no es un problema de un único país. Se distribuyen en una amplia región de los océanos Atlántico, Pacífico, Índico, dependiendo de las especies, y en toda esa zona de distribución tienen problemas con las pesquerías. Es un problema de captura incidental, no deseada”.

Si yo fuera una persona de mar, tal vez entendería cuando Jiménez me dice que nuestros tres albatros amenazados tienen problemas, más que nada, con la pesca con palangre pelágico. Pero como uno es una persona curiosa, pregunta por lo que no sabe. El palangre es una línea (un cabo que puede ser de distintos materiales) del que salen otros cabos (cientos, miles) que llevan un anzuelo con carnada. El palangre es pelágico cuando los anzuelos están pensados para capturar animales, como el atún, que andan sobre columnas elevadas de agua y no en las tan profundas. Esos anzuelos, con sabrosas carnadas destinadas a capturar a un famélico atún, demoran un tiempo en hundirse. Y es entonces que los albatros, también buscando algo para llevarse al estómago, se precipitan sobre las carnadas y quedan, accidentalmente, enganchados.

El trabajo de décadas de investigación que el Laboratorio de Recursos Pelágicos de la Dinara ha llevado a cabo se refleja en el Libro Rojo: Jiménez da cuenta de que en 415 muestreos realizados en palangres pelágicos entre febrero de 2005 y noviembre de 2008, se encontraron 1.865 albatros de pico amarillo, 376 albatros errantes y 174 albatros reales. Y esto, que podría considerarse una tragedia, tiene su otra cara: gracias a estos conteos y el trabajo de ese laboratorio de la Dinara, se puede ayudar a los albatros. Jiménez lo explica así: “En este laboratorio trabajamos en la elaboración del Plan Nacional para reducir la captura incidental de aves marinas en las pesquerías uruguayas. Hicimos un documento en 2006 en el que se evaluaron todas las pesquerías y todas las interacciones que había con las aves marinas. Allí también determinamos medidas de mitigación específicas para las pesquerías que las afectaban. Ese documento lo revisamos en 2015 y establecimos en una nueva edición las medidas de mitigación actualizadas para la conservación de las aves marinas”.

Y en el mar pareciera que el tamaño del país no importara. Al menos, eso se desprende de lo que Jiménez dice con una mezcla de humildad y orgullo: “Uruguay, a pesar de ser un país chico, ha hecho bastantes aportes para mitigar estos daños. Desde la Dinara hemos hecho experimentos para evaluar las medidas de mitigación, hemos publicado artículos científicos que demuestran la eficiencia de las medidas que investigamos, y esas medidas, que han sido recomendadas y estudiadas en este laboratorio, hoy en día están en el Acuerdo para la Conservación de Albatros y Petreles”. Las medidas sugeridas son tres: el calado nocturno, es decir, tirar las líneas en horas de la noche, cuando los albatros no ven las carnadas con tanta nitidez y además descansan; el tendido de una línea espantapájaros, que va por el aire con cintas de colores de distinta longitud,y la colocación de pesos a alturas específicas en los anzuelos. “La configuración de las líneas espantapájaros para barcos menores a 35 metros de eslora surge de estudios que se hicieron en Uruguay y en Brasil”, cuenta el científico, y agrega: “Nuestras investigaciones han contribuido a que esas medidas sean parte de las recomendaciones internacionales de medidas para la mitigación”.

Las medidas son efectivas y han reducido la captura incidental de los albatros no sólo en Uruguay. Si bien es optimista, ante la pregunta de cuál albatros cree él que será el que podría pasar a la categoría de “en peligro crítico”, Jiménez dice que sin dudas es el albatros errante: “Tiene el estado más preocupante a nivel internacional. La población que viene a Uruguay, que se reproduce en una isla subantártica del Atlántico, está bastante comprometida. No podría decir que en 20 años se va a extinguir, pero hay que tomar acciones a nivel internacional para poder proteger a esta especie”. Y para tomar acciones, lo primero es investigar y publicar las investigaciones. Bienvenido, entonces, el Libro Rojo de las Aves del Uruguay. Hace 75 millones de años un meteorito casi acaba con la vida de los dinosaurios. Por suerte, un grupo de ellos sobrevivió y evolucionó hasta convertirse en las aves que vemos hoy en día. Como bien demuestra este ejemplo de la Dinara, se puede producir –hacer dinero– tratando, al mismo tiempo, de minimizar los impactos no deseados. Que la agricultura, los pesticidas, la forestación y las casas de veraneo no terminen de hacer, al menos con estas 14 aves del Libro Rojo, lo que un meteorito inmenso no pudo hacer con todo el planeta Tierra.

De mal en peor

Categorías de las Listas Rojas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN): LC: preocupación menor | NT: casi amenazados | VU: vulnerables | EN: en peligro | CR: en peligro crítico | RE: extinto a nivel regional | EW: extinto en estado silvestre | EX: extinto