El 2 de mayo cumplió años quien fuera la maestra que yo más admiro entre todas las que me tocaron y a quien aún recuerdo. Siempre tengo presente su fecha, desde aquel lejano 1982, cuando vi y escuché que varias de sus colegas la saludaban y felicitaban en el patio del recreo. Al no verla más, desconozco si todavía vive, aunque estimo que en aquel entonces ya rondaba los 60, por lo que ahora tendría 90 y tantos.

De todo lo que aprendí de ella recuerdo en particular el abordaje de una lección que hoy, habiéndome dedicado a profundizar en cuestiones educativas, reinterpreto como una genialidad: estábamos dialogando sobre geografía y ella, globo terráqueo en mano, preguntó dónde estaban el norte y el sur. Nuestra respuesta fue casi unánime, apoyándola con nuestros índices, señalando “arriba” y “abajo”. Ella siguió como si nada, continuamos conversando sobre otros asuntos, hasta que en un momento “dio vuelta” el globo y volvió a hacer la misma pregunta. Contestamos, nuevamente, “norte-arriba”, “sur-abajo”. Entonces, nos contradijo: “Pero, ¿no había otros países antes en el norte, no había otras tierras?”. Despistados, fuimos y vinimos en la discusión, hasta que comprendimos el carácter relativo y arbitrario de los puntos cardinales y otros conocimientos, simples claves para que nos podamos situar en el mundo, intentar comprenderlo y apostar a transformarlo. Carmen Troncoso, así se llama ella, rompió cierto sentido común y el tan mentado conocimiento cerrado, ya construido, cristalizado, que tantas veces criticamos y pocas veces cambiamos. Le puso suspenso a la lección y puso en suspenso el conocimiento tácito que generamos en torno a nuestra relación con el mundo.

Estimo que tiene lugar una tensión entre el carácter relativo del conocimiento y las mínimas certezas que vamos construyendo para poder conducirnos en medio de nuestra existencia. Es lo que, desde otro lugar, Hannah Arendt planteó como “suspender el juicio”; es decir, necesitamos la formulación de juicios para calibrar posibilidades, valorar éticamente las situaciones y reflexionar sobre los escenarios a la vista, entre otros aspectos. Pero, simultáneamente, debemos suspenderlo para que no nos valgamos sólo de prejuicios, como acumulación de juicios elaborados por la experiencias vividas que no abren posibilidades a la novedad porque nos atrapan en ellas. De lo contrario, el prejuicio deviene sentido común y ya todos hemos experimentado lo difícil que nos resulta removerlo, como el hecho de que el norte está siempre “arriba” y no podemos reubicarlo según nuestra perspectiva de cada lugar.

Esta suspensión, en términos pedagógicos, guarda relación con que, en el seno de la interacción social, nuestras propias acciones se ponen en juego junto a otras que son infinitas, diferentes, diversas, inesperadas. Como inesperado fue el gesto de la maestra Carmen, que rompió nuestra serena visión de los puntos cardinales. Esta cuestión, dice Arendt, es del orden de la política, como búsqueda de lo común en la inter-acción, como lenguaje común (el norte, el sur, encontrarnos gracias a los puntos cardinales) de los que somos distintos. La maestra Carmen estaba haciendo política, estaba desplegando la dimensión política de la educación y lo hacía instalando un conflicto: según el nivel que se quiera abarcar, podía ser sólo un conflicto cognitivo, pero también podía ser un pequeño conflicto existencial. Tal vez sólo yo me lo tomé a la tremenda, guardé ese recuerdo como un tesoro y para el resto de mis compañeros pasó inadvertido. No lo sé. Forma parte de la suspensión del juicio, no sabemos hasta dónde llega la acción educativa.

Desde otro lugar, Antonio Gramsci aborda esta cuestión del “sentido común” como hegemonía cuando la trama de valores, ideas y símbolos de una cultura se vuelven predominantes, en términos de visión del mundo. Obviamente, desde su relectura marxista, se articulaba con la legitimación del orden desigual generado por las sociedades capitalistas. Por ello, buena parte de su esfuerzo radicó en intentar proponer una contrahegemonía, como búsqueda de alterar ese “sentido común” que se naturaliza. En este sentido, Gramsci priorizó el papel de los intelectuales, es decir, de aquellos que desarrollan una función social ligada a la generación de pensamiento y de nuevas ideas; a su vez, se comprometen con las posibilidades de construir un nuevo orden. La maestra Carmen, diría Henry Giroux, es una maestra intelectual, como síntesis del ejercicio de una profesión que ofrece el espacio para alterar el sentido común y proponer otras lecturas.

Pero ciertamente la educación navega en la tensión entre, por un lado, ofrecer las claves para situarse en el mundo y no quedar huérfano en él. En particular, en relación a una sociedad determinada: adquirir las herramientas para aprender una lengua y no otra, para vincularse con un territorio y no con otros, para interpretar una historia nacional y no otras, para vincularse con un mercado de trabajo y no con otros; y, por otro lado, ofrecer la novedad, lo distinto, para mirarlo de otra manera y desarrollar otras posibilidades. Y que estas puedan devenir en alteración de las relaciones y estructuras sociales, en ejercer la crítica, en construir alternativas; diría Adriana Puiggrós: habilitar nuevos desempeños laborales y maneras de producir, nuevos diálogos interculturales, nuevas formas de conocimiento, nuevas organizaciones. Reconozco que el suspenso es incómodo, como incómoda fue la pregunta acerca del norte y el sur de la maestra Carmen.