“A principio de año nadie quería ir”, recuerda Lucas, un tanto nervioso ante un auditorio al que no está acostumbrado. Habituados a vivir el centro educativo como un lugar en el que las acciones deben tener una recompensa tangible, sus compañeros de primer año del liceo 24 preguntaban si les iban a pagar por trabajar en la tierra, o si al menos esa tarea les iba a dar más nota a nivel curricular. Lucas ahora está cursando segundo y como ya no tienen un espacio semanal de trabajo en la huerta, recuerda con nostalgia que allí “se aprende lo mismo que en clase pero te divertís”.

Los que ahora están en primero coinciden con él en que en la huerta “se aprende de otra forma”, que además de ser más divertida es “más sana”. Además, eso les permite enseñar lo aprendido en sus casas, y muchas veces introducen a sus familias en mundos culinarios desconocidos. La dinámica de trabajo hace que los niños se lleven parte de lo cosechado en el liceo, donde también trabajan sobre las propiedades y la función de cada elemento en el ecosistema de la huerta. Justamente, el ecosistema fue el tema que la profesora de Biología de primer año, Adriana da Cunha, tomó del programa de la asignatura para aplicar al trabajo en la huerta, coordinado por el orientador Andrés Luttringer. Dicho espacio llegó al liceo 24 de Paso de la Arena en el marco del proyecto Planto y aprendo, de la Facultad de Agronomía (Fagro) de la Universidad de la República, que aporta el trabajo del tallerista. Como se trata de un liceo que funciona bajo la modalidad de tiempo extendido, la propuesta se enmarca en los módulos socioeducativos que implementa el Ministerio de Educación y Cultura en coordinación con la Administración Nacional de Educación Pública en los liceos con esa modalidad, al igual que en los de tiempo completo y en los que se implementa la Propuesta 2016.

La idea es que se generen actividades formativas innovadoras, que se apueste a lo lúdico-pedagógico, a lo cultural y a lo deportivo. De esa forma se espera que mejore la motivación de los estudiantes, al mismo tiempo que lo hacen los aprendizajes y el sentido de pertenencia al liceo, y que ello repercuta en que los jóvenes no dejen de estudiar. Además, estas propuestas apuntan a que se genere articulación entre distintas asignaturas y una lógica de trabajo en proyectos, talleres y otras modalidades distintas de las más tradicionales.

Los inicios

En una charla organizada por la Inspección Regional Metropolitana I del Consejo de Educación Secundaria y la Casa de Alicia, en el marco de un ciclo para conocer experiencias que se dan en liceos del oeste de Montevideo y en San José, junto a algunos estudiantes Da Cunha y Luttringer explicaron cómo comenzaron a coordinar acciones. Según explicó Luttringer, de no haber conseguido trabajar en conjunto con una docente del centro educativo, los talleres de huerta se hubieran ofrecido de todos modos pero en forma optativa, por lo que no habrían tenido el mismo impacto. Si bien señaló que lo más frecuente sea que trabajen en conjunto con los profesores de Biología, el tallerista señaló que también han trabajado con otras asignaturas como Educación Física o Idioma Español.

De hecho, si bien en el liceo 24 los grupos a cargo de Da Cunha trabajan una hora semanal de Biología en la huerta, la profesora explicó que también se han involucrado otros docentes del liceo e incluso de otras instituciones educativas. Luttringer, que también es estudiante de la Escuela de Artes y Oficios Pedro Figari de UTU, realizó un nexo entre la agroecología y el arte, y se han generado instancias con estudiantes de ese centro educativo para el tallado de piezas de madera y para la realización de un mural, en las que también participó el profesor del liceo de Educación Visual y Plástica.

Precisamente, los educadores destacan que en la huerta no sólo se aprende biología, sino también “otro montón de aptitudes”. Por ejemplo, hacen hincapié en la comunicación, el trabajo en equipo y el respeto por el otro; además, es un espacio en el que aprenden muchas palabras nuevas y también a clasificar, observar, interpretar, experimentar y medir. En suma, los estudiantes reflexionan acerca de prácticas muy naturalizadas, como la cadena de producción de alimentos. “Ellos ven la lechuga en el súper, pero al sacarla de la huerta es otra cosa”, plantearon los educadores. En la huerta trabajan la idea de alimentación saludable, el cuidado del ambiente y evalúan formas de tener una postura responsable al respecto. Según comentó el tallerista, también se aborda el tema de la biodiversidad, y, por ejemplo, identifican las plantas que atraen a determinados insectos y qué efecto producen en la huerta.

La currícula y el interés

Da Cunha explicó que el trabajo en la huerta es una excelente oportunidad para trabajar el concepto de red trófica, pero también pueden tratar otros temas del programa como reproducción, en este caso a nivel del mundo vegetal. No obstante, es un espacio en el que pueden articular con profesores de otras asignaturas, como ocurrió con Idioma Español, materia en la que trabajaron en la escritura de recetas que se podían hacer con lo que se producía en la huerta.

Esta experiencia también les permite vincularse con actores que van más allá del liceo. Por ejemplo, desde el centro educativo están pensando en que los estudiantes participen en un espacio al que asisten personas que sufren de hipertensión, en la policlínica de la zona. Además, el año pasado el centro educativo participó en un congreso latinoamericano de huertas, en el que recibieron a visitantes de varios países. Los educadores destacaron que esa actividad coincidió con un período de vacaciones, lo que hacía que tuvieran temor de que los estudiantes no concurrieran al liceo. Sin embargo, no sólo asistieron sino que se comprometieron con las actividades y tareas que debían realizar. En suma, contaron que los propios estudiantes han planteado que si el liceo estuviera abierto en verano, se turnarían para ir a trabajar la tierra y regar las plantaciones.

Más allá de la desconfianza de principio de año a la que hacen referencia los estudiantes, no se demora mucho tiempo en que los niños se apropien rápidamente del espacio y reclamen pasar más tiempo en la huerta. Da Cunha y Luttringer contaron que, como cuando llueve no pueden salir a la huerta, pese a que igual diseñan actividades para trabajar en forma de taller, igual los estudiantes manifiestan claramente su descontento por no poder salir. De hecho, contaron que cuando los niños “se portan mal”, ellos saben que su salida a la huerta corre riesgo, por lo que se esfuerzan para que eso no ocurra. Hasta el momento no hay actividades en la tierra previstas para los segundos años, pero ante el reclamo de los estudiantes, actualmente hay conversaciones con profesores de ese grado para generar alguna actividad que les permita retomar lo que aprendieron el año pasado. Más allá de eso, muchos estudiantes que ahora cursan segundo se siguen acercando al espacio de huerta.

Según Da Cunha y Luttringer, para lograr esa apropiación es clave trabajar a partir del interés de los estudiantes, que tienen margen para hacer propuestas y desarrollar su creatividad. Además, es importante el aprendizaje a partir de una realidad concreta, que tiene repercusión en la vida cotidiana de los jóvenes.

Proyecto

El proyecto Planto y Aprendo, de la Fagro, trabaja en liceos con seis horas y media semanales por cada tallerista, más dos horas que se dedican al trabajo con la comunidad puertas afuera del centro educativo. Según explicó Luttringer, el objetivo del programa es “difundir la agroecología” y para ello instalan una huerta en la que se trabaja de forma comunitaria. Además, en la facultad también se brindan otros espacios de formación en la temática, como un curso de producción agroecológica que todos los años se realiza entre abril y mayo.