La fundación Chamangá fue creada en el año 2000 por un grupo de amigos con el objetivo de potenciar a los jóvenes de entre 18 y 30 años que tengan una clara vocación y que por razones económicas y sociales no puedan estudiar lo que les apasiona. Actualmente está abierta la convocatoria para formar la próxima generación de becarios, que obtendrá una ayuda económica para continuar sus estudios, junto con talleres y tutorías relacionadas con su vocación; a modo de contraprestación, participarán en actividades voluntarias de carácter social vinculadas a su eje de estudio de entre dos y cuatro horas por semana. Este año se ofrecerá entre 25 y 30 becas.

Según comentó a la diaria la secretaria ejecutiva de la fundación, Alejandra Bértola, todos los años se inscriben alrededor de 500 personas, por lo que el proceso de selección es muy arduo. La primera etapa consta del estudio de cada solicitud por una comisión; allí se evalúa la situación familiar y socioeconómica de cada candidato, junto con la trayectoria educativa y laboral que muestre documentada. Además, en la decisión de la comisión pesa mucho lo que el aspirante cuente en la carta de motivación para fundamentar su vocación. En la segunda etapa, los jóvenes preseleccionados se entrevistan con el equipo técnico y con un especialista en el área de estudio que cursen. Esos resultados son evaluados por el Consejo de Administración y así determinan quiénes pasan a la última etapa. Ya en diciembre, los últimos seleccionados se presentan ante el jurado de honor, integrado por figuras de múltiples disciplinas, y de allí surgen los integrantes de la siguiente generación.

Muchos jóvenes han logrado culminar sus estudios con el apoyo de la fundación. La condición principal es la vocación, y han pasado alumnos “de todas las áreas, artísticas, científicas, de educación, deportivas y muchos oficios”, comentó Bértola. Agregó que el año pasado le llamó la atención la cantidad de aspirantes relacionados con el área de educación: “Muchos buscaron darles continuidad a las carreras de profesorado y magisterio”.

El apoyo económico es tan sólo un aspecto de la beca, porque la parte fundamental está en el acompañamiento que ofrecen durante todo el año lectivo. Hay un equipo técnico de psicólogos y asistentes sociales a disposición, además de contar con un tutor –que por lo general es docente de la propia casa de estudios del becario– que ayuda al estudiate en las tareas de corte académico. A su vez, becarios y voluntarios se reúnen una vez por mes para compartir vivencias y dificultades. La secretaria ejecutiva remarcó que estos encuentros son muy importantes, ya que hay una gran diversidad de miradas de becarios, que son estudiantes de muchas áreas disciplinares e instituciones del sistema educativo.

Por otra parte, a la fundación le parece fundamental el trabajo comunitario que hacen los becarios porque los vincula aun más con su área de vocación. Por ejemplo, una futura maestra puede colaborar en un club de niños o un médico en formación puede dedicar su tiempo a una policlínica barrial. “La idea es dar una mano a quienes la estén necesitando y, al mismo tiempo, aportar a su formación”, explicó Bértola.

Del total de becarios, un porcentaje es seleccionado por el Fondo de Solidaridad de la Universidad de la República (Udelar), por medio de un convenio con Chamangá. La idea es que la beca económica de esos jóvenes corra por cuenta del Fondo, pero que la fundación pueda otorgarles el acompañamiento y la oportunidad del trabajo comunitario. En este sentido, los becarios deben cumplir no sólo con los requisitos que ya de por sí plantea la Udelar, sino también con los que establece la fundación.