El contacto directo con diferentes materiales –tecnológicos o no– y el trabajo en grupo son grandes estimulantes para el aprendizaje. En esas premisas se basa el movimiento maker para aterrizar en terreno educativo. Desde principios de siglo se fue armando su lugar en la academia pero “aún es un movimiento que necesita consolidarse”, comentó a la diaria el brasileño Paulo Blikstein, fundador de FabLearn, una organización estadounidense que difunde ideas y prácticas relacionadas con la tendencia edumaker.

Cerca de 300 personas participaron el viernes 8 y el sábado 9 en el primer FabLearn que se hizo en Uruguay, organizado por Plan Ceibal, la Universidad Tecnológica, el Consejo de Educación Técnico Profesional y la Embajada de Estados Unidos en Uruguay. FabLearn funciona con una dinámica de congreso –charlas centrales de expertos nacionales y extranjeros– pero mezclado con la esencia del movimiento maker: varios talleres en los que se aprenden nuevas estrategias de enseñanza en conjunto. En esos talleres se trabajaron temas muy diversos como inteligencia artificial y robótica, producción microbiológica de biomateriales, herramientas de modelado 3D, entre otros.

Blikstein estudió en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, en inglés) en los años 2000, cuando surgieron los primeros FabLab, talleres de fabricación digital en los que distintos creadores pueden usar la maquinaria que está a disposición de todos. Luego hizo un doctorado en educación en la Universidad de Stanford, y decidió mezclar ambos mundos para trasladar el concepto de Fablab a la educación; así surgió FabLearn, una organización que funciona en la órbita de la universidad de Columbia. Su objetivo es reunir educadores que trabajan con las herramientas maker.

En países como Dinamarca, Estados Unidos, Israel o Japón, donde los eventos FabLearn se hacen desde hace varios años, el resultado fue la creación de una comunidad de docentes e investigadores “que empieza a avanzar, se crea una masa crítica de personas que hacen maker y la comunidad empieza a producir más”, destacó Blikstein. A pesar de que ya hace diez años que se desarrollan estas conferencias, el fundador de FabLearn opinó que “es una comunidad que necesita consolidarse”. Eventos regionales como el de la semana pasada “legitiman mucho el trabajo para los docentes, los estudiantes y los investigadores que están desarrollando su trabajo académico sobre este movimiento”.

Edumaker

Según explicó Blikstein, en “la educación tradicional hay una sola forma de alcanzar el éxito: sentarse, memorizar, hacer una evaluación y pasarla; si los estudiantes no se adaptan a esto, tienen problemas en la escuela. Esto es a nivel mundial, hay muchos niños muy talentosos que no encajan en ese perfil”. Uno de los fines más importantes del movimiento maker en la educación es romper el esquema tradicional y “ofrecerles a los estudiantes una forma diferente de éxito” para que “todos estén incluidos”.

La idea base es aprender haciendo, ofrecerles a los estudiantes una gran diversidad de materiales para que puedan desarrollar los conceptos académicos que corresponden a su grado pero desde la práctica. Por ejemplo, Blikstein contó de un profesor de biología que no tenía suficientes microscopios para su práctica, consultó con el profesor maker y, en un taller conjunto, los estudiantes crearon sus propios microscópicos con madera y lentes de plástico. Otro de los ejemplos que proporcionó fue el de una clásica clase sobre el sistema nervioso, que dio un giro de 180 grados cuando los estudiantes tuvieron que fabricar un robot que funcionara como el sistema nervioso del ojo.

Cada vez son más las instituciones que apuestan por crear un laboratorio maker, un espacio donde se generen conocimientos desde el hacer; otros tantos están incorporando las nuevas herramientas a clases tradicionales. “Lo importante es que haya materiales que permitan expresarse y construir algo nuevo; un salón con una mesa y un pizarrón no es un ambiente válido”, enfatizó el académico. Las herramientas pueden ser tecnológicas, como impresoras 3D o computadoras para programar, pero también pueden ser materiales clásicos como la pintura: “una característica importante es la combinación de materiales digitales y analógicos, y materiales de alta y baja tecnología. Una de las cosas más interesantes es que en estos espacios se combinan las dos cosas y se puede hacer arte interactivo con sensores, por ejemplo”, aseguró Blikstein.

El otro punto que hace al movimiento es la colaboración: “Son espacios donde los niños trabajan juntos, pero no como en un equipo donde cada uno tiene una tarea, sino en grupo en serio; y el rol del docente es ser parte del grupo, siempre desde la enseñanza, pero ubicándose en un lugar donde puede aprender junto a los estudiantes”, agregó el brasileño.

Según Blikstein una de las características que diferencia al movimiento maker de otros es el reconocimiento social que tienen las herramientas que utilizan. “Es un tipo de conocimiento más democrático pero con el mismo valor que los conocimientos tradicionales, está muy bien posicionado. Hay muchas otras cosas en la escuela que se pueden hacer para mejorar la inclusión, pero hay que admitir que no tienen el mismo valor social que lo maker, que tiene aspectos desde lo digital o la programación, cosas que son muy valoradas hoy en día”.