“En síntesis, las maestras noveles, al igual que las estudiantes de último año de la carrera, encuentran distancias entre la formación del instituto (que denominan “teoría”) y las prácticas que desarrollan en las escuelas. Sin embargo, y debido al paso del tiempo en el ejercicio del rol, reconocen aportes de dichos espacios más teóricos”. Eso establece una de las últimas investigaciones financiadas por el Consejo de Formación en Educación (CFE) y la Agencia Nacional de Investigación e Innovación en el marco del programa CFE Investiga. El proyecto, coordinado por el sociólogo especializado en educación y docente de magisterio Guillermo Pérez Gomar, se propuso analizar cómo se forma la identidad profesional de las maestras; para eso trabajó con estudiantes avanzadas y maestras con menos de cinco años de recibidas con una estrategia de investigación biográfico-narrativa. El resultado fue la investigación: “La construcción de la identidad profesional del docente de educación primaria en la formación inicial y los primeros años de trabajo”.

“La identidad profesional del docente es un campo amplio y hay consenso sobre cuatro momentos que son claves en esa construcción”, afirmó Pérez Gomar. Estos son: el momento previo al ingreso a la formación, los estudios formativos, las prácticas de enseñanza y los primeros años de docencia; la investigación se centra en los últimos dos. “Lo que nosotros encontramos en la práctica preprofesional termina reforzando algo que a nivel de la experiencia se conoce: existe una distancia entre lo que las estudiantes llaman teórico y lo práctico, entre esos dos espacios de formación. El punto es lo difícil que resulta llevar las cuestiones que aprenden de lo teórico al trabajo en el aula”, resaltó el docente.

En las conclusiones los investigadores marcaron ciertos factores del contexto institucional que inciden en la construcción de la identidad profesional. En primer lugar destacan el rol central que tienen las prácticas preprofesionales; “así lo indican la carga horaria, casi en el límite de las posibilidades de cursado, y la centralidad que se le otorga tanto en el orden prescriptivo como en la valoración de las estudiantes”, señalan en el informe final. Sobre este punto Pérez Gomar comentó: “Es muy difícil transitar el plan de estudio por la enorme carga horaria, y las estudiantes, si tienen que priorizar, lo hacen con la práctica, porque es donde ellas sienten si sirven para eso que están estudiando o no. Les puede ir mal en las materias teóricas que cursan en el instituto pero no les puede ir mal en la práctica, porque si no parecería que no son buenas para esto de ser maestra; así de central es la práctica para su formación”.

Relacionado con el rol esencial que se le da a la práctica, los investigadores señalan que “la vinculación entre la práctica y la formación del instituto se aprecia débil y se valora de forma negativa”. Para las docentes su identidad profesional se sostiene en el saber práctico, y el resto de los saberes o procesos que incorporan en su formación están en función de la práctica. “La desconexión y asistematicidad de actividades, y su apreciación tan diferenciada, tienen relación con esta característica”, subrayan los académicos. Pérez Gomar comentó que, entre otros factores, esto se puede deber a que “hay un tema de articulación entre los espacios prácticos y teóricos, que parece que las autoridades no lo ven porque siempre fue así: la formación teórica depende de una institución, que es el CFE, y las escuelas de práctica dependen de otra, que es el CEIP [Consejo de Educación Inicial y Primaria]”.

Asimismo, la experiencia de la práctica depende mucho de la escuela y del equipo docente. “La elección de los lugares de práctica está desregulado, no hay normativas demasiado claras. Cada escuela de práctica termina siendo un mundo en sí mismo, por eso hay experiencias de prácticas que son muy positivas y otras que son desastrosas. Las prácticas de cuarto año, que son en las escuelas Aprender, por ejemplo, responden a la inspección de Aprender, no a la de prácticas; nadie acompaña lo que sucede en esas escuelas en términos de la práctica, sólo la dirección”, comentó Pérez Gomar, que adelantó algunas de las conclusiones de una próxima investigación.

Roles modelos

Existen dos referentes claros para las estudiantes en la práctica: la maestra adscriptora y la dirección. La maestra está relacionada con aspectos más ligados al hacer profesional; para Pérez Gomar, el rol de la maestra adscriptora “es central, porque es con la que aprenden qué hacer y qué no hacer; eso es clarísimo en los resultados. Las estudiantes aprenden porque se identifican con el trabajo y la forma de hacer o porque lo rechaza”. Por otra parte, en la directora ven una figura de autoridad que enseña aspectos más relacionados a lo administrativo y al rol normativo.

Este posicionamiento tan central de las figuras de la maestra y la directora genera que haya “tensión entre la reproducción y el cambio”, aseguró Pérez Gomar. “Esta formación tiene mucho de reproducción, se aprende mirando lo que otros hacen; entonces, lo primero que hacen las estudiantes cuando se forman es reproducir lo que hace su maestra adscriptora, y saben qué está bien y qué está mal”. Esta reproducción, según el investigador, provoca que la profesión “sea muy conservadora”, porque “los márgenes para ensayar caminos diferentes son muy estrechos o casi inexistentes, porque las maestras adscriptoras no sólo son modelos, sino que además son las que las evalúan”.

Tener figuras tan fuertes durante la práctica probablemente sea uno de los factores que hagan que las recién egresadas tengan “sensaciones de soledad y falta de herramientas” cuando se enfrentan a un grupo por primera vez. “Cuando egresás de cualquier carrera seguís aprendiendo en los primeros años de ejercer y nadie te guía, pero lo que sucede en magisterio es que tenés la responsabilidad de 25 niños a tu cargo durante cuatro horas, y eso es muy agobiante; es lógico que la sensación de soledad y agobio sea muy fuerte”.