Hace unos días, circuló masivamente un tuit en el que se mencionaba que en Australia vivían 47 millones de canguros, cuando en Uruguay hay sólo 3,5 millones de personas, por lo que cada uno de nosotros se las debería ver, promedialmente, con 14 canguros. O sea, pelear contra ellos ante una eventual invasión. ¿En qué radica la popularidad del tuit si sabemos que los 47 millones de canguros no tomarán una decisión consciente de embarcarse y llegar a Uruguay? ¿En qué radica su éxito de viralización si lo tomamos como una invasión y los canguros no sólo se dedican a pelear, más allá de su caricaturización como excelentes boxeadores? ¿Por qué supondríamos que sólo nos defenderíamos boxeando y no tomaríamos otros recaudos? ¿Qué necesidad tendrían de cambiar de clima, territorio y hábitat?

Evidentemente, el creador del tuit posee una gran capacidad didáctica: valerse de una imagen que se puede visualizar con claridad y que resulta simpática, porque el animal en cuestión no es un gusano –y el promedio de gusanos que nos tocaría a cada uruguayo y uruguaya sería bastante más dramático–, para comunicar algo más complejo, que implica reflexiones y discusiones más amplias. Esto es del orden de la intencionalidad, es decir, una apuesta pedagógica que tiene el que está enviando el tuit (educando, diríamos en términos más amplios): problematizar aspectos demográficos –entre ellos, nuestra escasa población y nuestra baja tasa de natalidad–, aunque posterga una nueva densidad poblacional en nuestro territorio, del orden de 280 habitantes-canguros por kilómetro cuadrado y sus eventuales complicaciones.

También la intención puede haber sido reflexionar acerca de cómo nos preparamos para una supuesta invasión o, en términos de mayor alcance, ante un imprevisto de dimensiones considerables. En este sentido, resulta de mayor acogida un mensaje con una invasión de canguros, sabiendo que es prácticamente imposible enviar mensajes con invasiones de ejércitos, migraciones por crisis humanitarias o colonias de mosquitos portadores de dengue. Es decir, con una imagen de canguros estamos más “dispuestos” a pensar en posibles escenarios futuros, antes de colocarnos a la defensiva, más allá del asidero “real” de las condiciones que dan sustento a esos escenarios. Una de las fortalezas de la imagen de los canguros es su imposibilidad, como absurdo, despertando el humor y recibiéndola con mayor agrado.

Como se puede apreciar, la comunicación y la educación son fenómenos abiertos, imposibles de saturar y suturar, ya que se podrían atribuir estas dos intenciones a la imagen difundida, u otras. Tal vez quien elaboró el tuit tuvo alguna de estas intenciones, u otras. Por ello, resulta ineludible considerar los contextos en que tiene lugar la transmisión de conocimientos, como ámbito de significados compartidos que sostienen una trama conceptual que contiene dicha comunicación. En este caso, el abanico de opciones a atribuir como intención es más amplio, ya que la mediación de la tecnología sitúa a quienes se están comunicando por esa vía en coordenadas diferentes de tiempo y espacio; por tanto, el diálogo posee algunas características que complejizan la construcción “conjunta” de esos significados: discusión, intercambio, pareceres, marchas y contramarchas, búsquedas. En el aula o en otros ámbitos donde convergen en tiempo real los actores del proceso educativo, el diálogo puede resultar más fluido, aunque también podemos dejarlo de lado y sólo generar monólogos. Esos diálogos contribuyen, entre otras cosas, a explicitar intenciones, aclarándolas, profundizándolas.

Otras imágenes no basan su potencial pedagógico en el humor que despiertan ante el escenario probable que plantean, sino en la familiaridad que podemos tener con alguna situación cotidiana. Se trata, en este caso, de la primera fotografía de un “agujero negro”, que también se dio a conocer hace unos días. Podemos postergar por ahora las preguntas filosóficas sobre cómo se puede captar algo que no es, o que es un agujero, está vacío y no hay nada, pero se lo puede hallar, delimitar y hay algo. Precisamente, una imagen que un docente de Física una vez me comunicó, con gran sentido didáctico, fue la siguiente: si tenemos una sábana tensa dispuesta en el aire como si cubriera una mesa y dejamos caer una bola de cristal en su centro, la sábana se arruga y colapsa totalmente hacia el agujero que provoca la bola. El agujero tiene una fuerza de atracción tal que todo lo que está en sus cercanías es “tragado” hacia su seno, provocando un vacío. Pasó del saber sabio al saber enseñado. Con las disculpas del caso a los letrados en física y astronomía, esa fue la imagen que quedó impresa en mis recuerdos y agradezco a aquel docente que la planteó.

La intención de este docente, intuyo varios años después, fue hacer “entendible” un concepto difícil y abstracto, pues su convicción educativa se basaba y basa, creo yo, en que todo conocimiento contribuye a (auto)comprender mejor la aventura humana en la historia. Y nada, aun lo que se estime más remoto, nos resulta ajeno. Esa es la imagen que encontró para que pudiera apropiarme de ese “misterio” y que, aunque me desborde, constituya la base para seguir indagando, continuar preguntando. Fomentó en mí la inquietud por la investigación, o sea, hallar algunas respuestas para avanzar en la búsqueda.

Creo que lo mejor que despertó en mí fue la capacidad de asombro: que soy una parte minúscula de algo inmenso, que conozco algunas cosas pero otras miles nunca las conoceré, que puedo hacer algunas cosas pero otras miles me trascenderán. Como intencionalidad pedagógica, se trata de un asombro bien diferente a imaginar que 47 millones de canguros nos pueden invadir.

Mag. Álvaro Silva Muñoz, Departamento de Pedagogía, Política y Sociedad, Instituto de Educación, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Udelar).