Crece desde el pie se llama el ciclo de música y cine que organizan la sala Zitarrosa y UNESCO para niños y adolescentes de diversos centros educativos. Son 80 funciones de música y 40 exhibiciones de cine, que se desarrollan entre mayo y octubre, a doble función entre martes a jueves. “La idea es dar una oferta cultural en cine y música, en un rango amplio de edades: tenemos cosas para chiquititos, cortometrajes de animación, y después otras cosas como documentales o películas que pueden ser para adolescentes o jóvenes”, explicó Patricia Zavala, programadora de cine de la sala Zitarrosa.

El programa de extensión educativa se desarrolla desde que se abrió la sala Zitarrosa, en 1999, aunque desde 2018 tomó el nombre Crece desde el pie y comenzó a difundirse en mayor medida en escuelas, liceos, escuelas técnicas de UTU, centros barriales y otras instituciones educativas. La programación se distribuye con anticipación, para que los docentes puedan coordinar el contenido de mayor interés, y en la selección de las obras a exhibir colabora, además de UNESCO, el Instituto Nacional del Cine y el Audiovisual Uruguayo. En mayo y junio pasaron, por ejemplo, los argentinos de Pim Pau y los uruguayos de Encanto al alma, y se exhibieron Mi mundial, la animación La orquestita y el documental francés Swagger; como adelanto, en agosto vendrán los cubanos Dúo Karma.

Los días de cine los organizadores preguntan si para alguno de los espectadores es la primera vez que van a ver algo en la pantalla grande, y según comenta Zavala, “siempre se levantan varias manos; para muchos es la primera vez que van”. En cada función se busca incluir, además del espectáculo, una charla con algunos de los realizadores –en caso del cine–, y si la película es internacional, con algún referente del tema que toca, de forma de disparar un momento de reflexión y dejar puntas para seguir trabajando.

En 2018 hubo menos funciones que las proyectadas para 2019 –fueron cerca de 100–, y unos 35.000 niños y jóvenes pudieron disfrutar de los espectáculos de forma gratuita. Si bien se apunta a que siempre vayan grupos, para que la exhibición “se trabaje desde una perspectiva pedagógica” y tenga que ver con los contenidos curriculares que se puedan estar tratando, si hay butacas libres la sala no les niega la entrada a adolescentes o jóvenes que se acerquen a la hora de las funciones (a las 10.00 y a las 14.00).

Historias mínimas

El miércoles les tocó llegar a la Sala Zitarrosa a niños de varias escuelas en la mañana y a adolescentes de los centros juveniles Jugar de tambores, Movimiento Volpe y Quillapí. El programa indicaba Mi casa en el valle, una película documental dirigida por Mariana Viñoles, que cuenta las historias de seis mujeres que viven en Casavalle –para muchas de ellas todavía conocido como Barrio Municipal–, y que dedican parte de su tiempo a trabajar en el Complejo Sacude, un lugar de encuentro que apunta a generar actividades en torno a la salud, la cultura y el deporte, y que es cogestionado por los vecinos y la Intendencia de Montevideo. Después de la exhibición, Alba Sena, Sandra Chuly Olivera y Norma Espino, tres de las seis protagonistas, junto a Viñoles y Mayda Burjel, asistente de dirección del documental y comunicadora del Sacude, conversaron con los jóvenes que se habían acercado a la sala.

Las protagonistas tienen cosas en común. Cada una de ellas tuvo que pasar por dolores de vida: la pérdida de un hijo, la falta de madre en la niñez, quedar sola con hijos chicos y sin poder pagar un alquiler, crecer tras la muerte de una hermana... Pero todas lograron recomponerse, desarrollar su vida y colaborar, de distintas maneras, con su comunidad, en particular con el complejo Sacude: entre las mujeres hay una tallerista de guitarra, una profesora de atletismo, la portera del complejo e integrantes de las comisiones de gestión y de la radio comunitaria Lengua Libre, también del Sacude.

La idea que dio origen a Mi casa en el valle, que se puede ver en Youtube, fue de Soledad Arbón y Mayda Burjel, trabajadoras del Sacude. “Surge de la inspiración de conocer a estas mujeres que, aun viviendo circunstancias complicadas, eligen dedicar su tiempo a construir comunidad, trabajan para que el lugar donde viven no sea un barrio de puertas adentro”, contó Burjel, que agregó que para quienes llegan desde afuera “ese es un diferencial del barrio”. “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. Esa frase, que se atribuye a Eduardo Galeano, es el enfoque que le dio Viñoles al documental: “Son historias mínimas que son relato de un pueblo”.

En este sentido, un destaque aparte se merecen las imágenes de archivo que contiene el documental: de la construcción del Barrio Municipal y de las actividades multitudinarias a las que convocaba el Club Municipal, que se inauguró en 1941 y es el origen de lo que hoy es el Sacude. A partir de la historia de lo que fue la mudanza al barrio de la familia de María Elena, una de las protagonistas, el audiovisual nos lleva a esa década, a través de imágenes de la construcción del barrio. También desde el presente, a partir de la experiencia de quien es hoy tallerista de guitarra y tiene un grupo en el Sacude con varios niños y adolescentes, el documental se retrotrae a imágenes del coro del Club Municipal, las carreras de ciclismo que convocaban a cientos de personas, y los bailes con orquesta y cientos de parejas ataviadas para la ocasión.

Las seis historias de estas mujeres de Casavalle “cuentan que somos humanos, complejos, que es muy raro que alguien no tenga que atravesar la adversidad en algún momento de su vida y que es muy raro que no se sobreponga a eso”, comentó Viñoles en diálogo con la diaria. También hablan, agregó, de “lo bien que nos hace el impulso constructivo para poder crecer, o ensancharse”.

El miércoles, en la sala y luego de la película, la mayoría de los chiquilines preguntaba a las protagonistas cómo se habían sentido durante la filmación, las consultaban sobre por qué se emocionaron tanto cuando daban sus testimonios. “Una se emociona, y todavía la veo y me sigo emocionando”, dijo Sandra, que en el documental recuerda cómo su padre hizo de madre y padre a la vez durante su infancia, y Norma coincidió y agregó que también se emociona “no solamente por mi historia, sino por la historia de mis compañeras”.

Otra de las preguntas de los jóvenes apuntó a cómo lograron la cantidad de actividades comunitarias que suceden en el Sacude y que muestra el documental. “La comunidad organizada”, insistió Norma, que contó que participa en siete grupos en el complejo, entre ellos algunas comisiones que son cogestionadas con los vecinos y la comuna. “Ahora, que estoy jubilada, puedo hacer cosas que antes no podía. Una es dar tiempo para el que lo necesita. ¿Qué ganamos? Si supieran... Con la gente gano muchísimo más que dinero. Estar cerca, codo a codo, nos eleva como personas, nos sentimos bien”.