El colombiano Juan Felipe Aramburo ha dedicado los últimos años al desarrollo de políticas públicas de inclusión en educación e impulsa varios programas en su país para lograr una mejora en la convivencia en contextos en que las instituciones educativas son la única presencia del Estado, porque todas las demás se vieron afectadas por la guerrilla y la posguerrilla. “Los desafíos en Colombia son muchísimos, seis de cada diez niños que terminan primaria no siguen secundaria, nuestro sistema expulsa a los niños; eso nos debe preocupar mucho más que las pruebas estandarizadas, y sobre eso es que trabajamos”, detalló en diálogo con la diaria, durante su paso por Montevideo en la Escuela de Verano de Plan Ceibal.

“Nos dimos cuenta de que una variable fundamental para que los chicos se queden en la escuela es mejorar los climas escolares. En Ser + maestro acompañamos a docentes para que puedan mejorar los climas de aula”, comentó Aramburo, coordinador del programa. Entre las características de la iniciativa, destacó como “poderoso y fundamental” que sean los propios docentes del programa los que vayan a las escuelas en todos los contextos: “El hecho de poder llevar formadores al aula de clase es entender cómo trabaja un maestro en la cotidianidad, se adaptan los contenidos y las metodologías para que funcionen en cada escuela”, puntualizó. Hasta el momento han trabajado en 150 de los más de 1.100 municipios colombianos y esperan expandirse, ya que han trabajado sobre todo en escuelas rurales muy alejadas en zonas de posconflicto.

Al llegar a cada institución el equipo de Ser + maestro trabaja en seis ejes temáticos. “Uno de los más importantes es la educación socioemocional: creemos que hay que llevar a los maestros a trabajar con las emociones, cómo se manejan en el aula, que entiendan que no es algo secundario, porque si no logramos que la escuela tenga un ambiente relacional vinculante va a ser muy difícil avanzar”, dijo Aramburo.

También trabajan sobre el rol docente de ser un mediador: para eso aportan herramientas del teatro e invitan a los docentes a usar su cuerpo de forma diferente, tener entonaciones distintas en la voz, y proyectar una presencia escénica para llegar mejor a los estudiantes. Enfatizan en la idea de que el maestro es un líder comunitario, por lo que tiene un rol que va más allá de la institución en la que trabaja.

En cuanto a las didácticas, destacan aquellas relacionadas con la inclusión. Según explicó Aramburo, en Colombia trabajan “en contextos muy machistas y discriminadores”, por eso para el programa es importante conversar sobre temas de los que no se hablan, como discutir qué pasa cuando un estudiante cambia de género. “Cuando un docente después del proceso es capaz de dejar de ridiculizar al estudiante homosexual y lo entiende como un sujeto con derechos y garantías, nosotros lo tomamos como un logro muy importante”. También trabajan sobre los ambientes de aula y en cómo crear un espacio más amigable, y desarrollan proyectos educativos creados e impulsados por los propios docentes.

El equipo desarrolló una serie de herramientas e instrumentos que permiten medir el clima de clase antes y después de la intervención del programa. Más allá de los resultados estadísticos, que son positivos, el coordinador se queda con las impresiones de los equipos docentes. “Después de pasar por una escuela vemos tres cosas que nos parecen claves: la primera es que los maestros empiezan a reconocer que las diversidades son posibles y positivas. En segundo lugar notamos que la clase se convierte en un escenario de participación de los estudiantes, parte de formar en política es permitir que se intercambien opiniones. Por último, notamos que los profesores empiezan a trabajar con sus pares, tienen acciones y enfoques que les sirven para mejorar su práctica pedagógica, y eso siempre es muy poderoso”.