Estas semanas los docentes de la educación formal en todos los niveles venimos transitando nuestra labor de manera virtual con los estudiantes en dos modalidades fácilmente identificables. La primera, una modalidad asincrónica, “subiendo” tareas que pueden ir acompañadas de largas explicaciones escritas, con pautas de trabajo y condiciones de entrega, o simplemente subiendo archivos para que los estudiantes resuelvan de manera autónoma. En algunos casos estas actividades asincrónicas pueden ir acompañadas por una selección de recursos multimedia (imágenes, videos, presentaciones), incluso el docente puede aparecer con su voz y rostro en una grabación de audio o video. Lo más habitual corresponde a tareas para entregas individuales, pero también se encuentra en esta modalidad la generación de foros para el intercambio público entre estudiantes y docente. En estos días, en menor o mayor medida, todos hemos transitando esta modalidad como docentes, estudiantes o acompañantes en casa.

Las limitaciones de la modalidad asincrónica parecen evidentes; incluso el docente puede ser fácilmente sustituido por un manual donde sólo hay que seguir capítulos y ejercicios y los estudiantes resolverlos autónomamente, si pueden. En este mismo sentido se están desarrollando desde hace algunos años, por parte de universidades y reconocidas editoriales de libros de texto, algunas de ellas con presencia en nuestro país, sistemas educativos que permiten la autorregulación por parte de los estudiantes/usuarios. Los llamados PLE (entornos personalizados de aprendizaje, por su sigla en inglés) son entornos virtuales adaptados con contenidos estructurados en secuencias, que proporcionan ayuda y feedback automáticos y evalúan los resultados obtenidos por estos estudiantes/usuarios. Es decir que se está avanzando fuertemente en la automatización de los procesos de enseñanza y aprendizaje, ofreciendo una rápida retroalimentación y, por tanto, cuestionando la necesidad de la mediación docente. Estos sistemas PLE son aplicables para una modalidad asincrónica de educación virtual (como la que estamos desarrollando momentáneamente por la crisis sanitaria), pero también en la modalidad presencial que implique un curso con una secuencia casi de manual.

¿Qué tenemos para ofrecer los docentes ante esta automatización? En principio aún podemos quedarnos tranquilos, ya que la evidencia científica respalda que la mediación presencial del docente parece insustituible siempre que cumplamos con algunas condiciones, por ejemplo: ser auténticos mediadores, retroalimentar, además de otras ventajas significativas que no pasan sólo por la presencialidad física del educador.

Pero actualmente, además de la modalidad asincrónica, se vienen desarrollando los cursos en una modalidad sincrónica. Se trata de “clases en vivo” con videollamadas en un modelo expositivo-interrogativo clásico, en las que damos explicaciones permitiendo preguntas y generando intercambio. Las más populares en este momento, Zoom, Meet (Google) o Conferences (Ceibal) permiten incluso compartir la pantalla para mostrar contenidos. Dejamos de lado aquí las dificultades detectadas/sufridas, como los molestos ruidos de ambiente por el audio de los micrófonos, no lograr visualizar a los participantes por el no uso de cámaras, inconvenientes con la conectividad, la presencia de usuarios intrusos, problemas con la asistencia, entre otros.

Sin embargo, una alternativa en la modalidad sincrónica es crear en cualquiera de las plataformas un “chat en vivo” mediante un foro de intercambio entre estudiantes y docente, donde en simultáneo nos vamos leyendo entre todos, explicando consignas y resolviendo dudas durante el tiempo de clase.

¿Para qué sirven las plataformas educativas más allá del contexto actual? Esta crisis pasará, retomaremos la vuelta a los edificios, algunos volverán a las clases totalmente presenciales y otros continuarán en una modalidad mixta con clases presenciales y complementos colocados en una plataforma, la combinación de lo sincrónico y asincrónico. Cabe preguntarnos: ¿por qué los docentes en general no se sienten cómodos con estas plataformas o recursos digitales que ofrece internet con tanta facilidad? Existe infinidad de recursos/herramientas tecnológicas al servicio de la educación; muchas de ellas nacieron para el ámbito empresarial, el trabajo de oficina o el entretenimiento, y en el mejor de los casos se adaptaron para entornos educativos pero desde una lógica que nos resulta ajena a lo que realizamos en el aula. Nuestras clases son fundamentalmente sincrónicas y presenciales, por eso el fracaso relativo de plataformas como Moodle o Schoology (que utiliza Ceibal como soporte), desarrolladas con éxito para la educación a distancia, pero cuando se imponen en la educación presencial a la que estamos acostumbrados los docentes en general sienten que no aportan demasiado, utilizándose poco y básicamente para “colgar” materiales complementarios. Actualmente las plataformas mencionadas, u otras como Classroom (Google), sólo tienen un uso masivo momentáneo por el impedimento de la presencialidad.

“Nos falta incluso apoderarnos de una terminología propia, no podemos naturalizar el uso, por ejemplo, de la palabra ‘videoconferencia’ para referirnos a nuestras clases. ¿Algún docente formado en los últimos 50 años sigue un modelo de conferencia en sus clases?”.

Sin embargo, nadie puede negar las ventajas significativas que ofrece la tecnología digital en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana, lo que parece difícil negárselo al ámbito educativo formal. ¿Por qué entonces su uso es aún limitado o de escaso valor pedagógico? ¿El objetivo es reconvertir mis clases y pensar, por ejemplo, cómo diablo utilizar Twitter o Youtube con mis estudiantes? Algunos gurús de la educación y/o tecnología, que en el contexto actual han cobrado notoriedad aunque no pisan un aula desde que eran alumnos, creen que sí, que tenemos que adaptarnos a utilizar estas herramientas “exitosas”, populares en ámbitos de oficina, comunicación o entrenamiento, para “motivar” a los estudiantes. Si ponemos el dispositivo/recurso/herramienta a disposición sin una planificación clara y estructurada previa, los resultados son estrepitosos fracasos desde el punto de vista académico. Es decir, se pondría adelante el aspecto instrumental/tecnológico antes que el pedagógico/didáctico.

Con menos visibilidad, desde otras perspectivas de la pedagogía crítica, en la que también se incluye la tecnología educativa, en el ámbito académico de la investigación se identifica que lo que falta aún es diseñar una estructura de software propiamente educativa, con perspectivas pedagógicas-didácticas variadas, y no seguir importando software creados para otros fines. La educación formal debe diseñar entornos educativos que combinen necesariamente las ventajas de ambos modelos, lo sincrónico y presencial insustituible y las ventajas de lo asincrónico y virtual, incorporando variadas y adaptables modalidades de enseñanza y aprendizaje, para no seguir reproduciendo modalidades que con amplio consenso en el ámbito educativo sabemos que han sido parcialmente superadas o resultan obsoletas.

El cambio es pedagógico, no tecnológico. Los entornos educativos actuales en nuestro país son diseñados por grandes compañías multinacionales archiconocidas por todos, que ofrecen prestaciones para que los actores de los centros educativos se adapten a esos formatos. Incluso aquellos docentes más interesados en incorporar tecnología en sus clases necesariamente deben recurrir a recursos externos, no siempre diseñados con fines educativos, o a servicios pagos para lograr ciertos objetivos didácticos, porque los entornos educativos creados por estas corporaciones no ofrecen todo lo que los docentes necesitan.

Nos falta incluso apoderarnos de una terminología propia, no podemos naturalizar el uso, por ejemplo, de la palabra ‘videoconferencia’ para referirnos a nuestras clases. ¿Algún docente formado en los últimos 50 años sigue un modelo de conferencia en sus clases? Para estas compañías comerciales parece que sí. ¿Podemos seguir hablando de educación a distancia? El vínculo que pretendemos tener con nuestros estudiantes por medio de Ceibal, Moodle, Classroom u otras plataformas no puede ser el del siglo XVII de educación por correo/cartas, que parece ser el modelo que replican las compañías comerciales sustentadas por viejas concepciones pedagógicas.

En este sentido, estas semanas han pululado en el ámbito educativo infinidad de charlas, seminarios, cursos, webinars, algunos de ellos de institutos o universidades con alcance internacional, en los que se repiten ciertas palabras claves: educación a distancia, e-learning, aulas virtuales, clases con videoconferencias, entre otras, pero lo curioso es que en una revisión rápida de estas ofertas educativas suele predominar una lógica de modelo pedagógico muy tradicional: exposición escrita o en video a modo de presentación del tema, archivos para leer y/o ver junto a una actividad para resolver, y luego se repite la secuencia con sucesivos temas; una evidencia más de que lo que se hace es poner el centro en lo tecnológico en lugar de en lo pedagógico.

Quizá sea tiempo de abandonar concepciones dicotómicas de educación virtual o presencial, sincrónica o asincrónica, con o sin recursos digitales. Las distintas modalidades de enseñanza y aprendizaje requieren repensar y aprovechar las ventajas de los espacios físico/virtual y tiempos sincrónico/asincrónico para desarrollar estos complejos procesos. La tecnología digital actual tiene un gran potencial para facilitarnos la tarea a todos, pero lo fundamental estará en la reflexión colectiva de nuestras propias prácticas profesionales con los errores acumulados, experiencias didácticas y corpus teóricos que vamos incorporando, sin esperar ni adaptarnos a formatos externos en los que nunca nos sentiremos cómodos.

Hernán Urriza es docente de secundaria, especializado en tecnología educativa.