En marzo, cuando las escuelas y las familias comenzaban a adaptarse al vínculo mediado por la virtualidad, muchos opinaban que superaríamos el confinamiento y saldríamos de esa situación siendo mejores. Carlos Skliar, investigador argentino especializado en pedagogía y filosofía, volvió a hacerse esta pregunta hace pocas semanas, cuando en Uruguay estamos saliendo de esa virtualidad y en camino de regreso a la presencialidad. “La educación pospandemia: ¿creemos que seremos mejores?” fue el título de una charla que dio a través del canal de Youtube de Plan Ceibal, en diálogo con la inspectora técnica del Consejo de Educación Inicial y Primaria, Selva Pérez.

Dijo que la pregunta del título de la charla es “honesta” y que la cuestión surgió “inmediatamente después de la pandemia: si se trataba de una oportunidad para ser mejores o si se trataba de una hecatombe que definitivamente iba a radicalizar ciertas zonas oscuras y tenebrosas del mundo”.

Planteó primero varios motivos por los que cree que no seremos mejores en la educación pospandémica. En primer lugar, por cuestiones del “mundo anterior”: “por cierta condición que hizo que todo progreso se volviera tecnológico, y que todo el conocimiento y el saber se volvieran lucrativos, o se entendiera que todo conocimiento es o debe ser lucrativo o no lo será”. También porque “en ese mundo prepandémico se consideraba como valores o virtudes lo que muchos de nosotros consideramos errores, y que todavía están vigentes: la aceleración del tiempo, el cansancio por un trabajo a destajo siempre precario. Porque la meca era el mercado y no la propia existencia en comunidad, acuciada siempre por ese extraño atributo de una quimera de ser exitosos o por creer que el fin de todas las acciones sería tener un éxito inmediato, mezquino, personal”.

En ese sentido, mantuvo el pesimismo porque antes de la pandemia “la educación en buena medida ya era un presagio de la tecnocracia, de la pérdida de centralidad de los maestros y las maestras, de esa exigencia brutal de rendimiento, y de la estimulación de lo que llamamos la autocapacitación, o de sugerir que no se trata de enseñar, sino de aprender directamente de esa máquina llamada mundo, o de ese mundo entendido como una máquina de pura información”. Agregó que “nos hemos confundido y hemos creído de una manera torpe, superflua, que primero está la conectividad; después, en todo caso, la comunicabilidad; y, por último, la responsabilidad por tener algo que mostrar de ese otro mundo que nos apasiona”.

Las escuelas no pueden estar en las casas

Pero también se mostró optimista, porque “al lado de este mundo que me da a entender que no seremos mejores, hay otro mundo que me da a entender que sí lo seremos”. “Nos hemos dado cuenta, ahora en el presente, que el mundo es algo que hay que cuidar, y también que el mundo es algo de lo que hay que tener cuidado”, dijo, y aseguró que esto es lo que deben plantearse las escuelas al volver a la presencialidad. “Las escuelas son los lugares donde aprendemos a cuidarnos del mundo, de cierto mundo, y a cuidar el mundo”, dijo.

Consideró que este período dejó en claro que las escuelas “no pueden estar en cualquier lugar”, por ejemplo en las casas, “porque ocupan un tiempo y un espacio muy particular, y ese espacio comenzó a echarse en falta”. Lo que se extrañaba, dijo, no fue “lo que se naturalizó, que fue dar las tareas, registrar lo hecho y evaluar, lo que sería una mueca muy mezquina de la escuela”, sino, “algo quizá imperceptible, el encuentro, la reunión, las pequeñas políticas de cofradía, de amistad, la posibilidad de estar juntos; todo eso que los cuerpos sólo pueden hacer y decir en presencia”, y “las oportunidades para ser otra cosa de lo que somos”.

“No es lo mismo mirar el mundo detrás de una ventana o de un lugar insalubre que desde la escuela”, graficó, y reivindicó a las escuelas como espacio de encuentro “con la infancia, con la posibilidad de tener tiempo para afirmarnos en la diversidad de los varios mundos y las varias vidas, el reencuentro con el arte”.

“[Se necesita] una pedagogía que abandone los vicios de la parafernalia de recursos, que abandone los efectos especiales y se arrogue para sí misma la posibilidad de trabajar con todo aquello que el mundo ha destruido, con lo que el mundo considera inútil, inservible, sin posibilidades de ser transformado en lucro o en mercancía”. Carlos Skliar.

También afirmó que seremos mejores “si recuperamos las escuelas para ese tiempo de intensidades y de oportunidades, y no sumergimos a los niños en el barro de esas cronologías absurdamente burocráticas, adultas; si podemos reconstruir las escuelas a partir de los cimientos de ciertas tradiciones, de ciertos rituales que desdigan que la escuela ya está hecha, o que es imposible hacerla; si entendemos de una buena vez que las escuelas son espacios y tiempos uniformes, que hay que hacer escuelas todo el tiempo, cada día”.

Invitó a aplicar algo que llama “pedagogía pobre”, en homenaje al teatro pobre de los años 60: “una pedagogía que abandone los vicios de la parafernalia de recursos, que abandone los efectos especiales y se arrogue para sí misma la posibilidad de trabajar con todo aquello que el mundo ha destruido, con lo que el mundo considera inútil, inservible, sin posibilidades de ser transformado en lucro o en mercancía, porque ahí está lo mejor de nosotros”.

“En algunos países del mundo la disputa ha quedado delineada. Por momentos parece una batalla muy interesante que hay que dar, y por momentos una batalla campal entre la tecnocracia y el neohumanismo de las pequeñas cosas”, dijo, y opinó que “hay que tomar partido”. “Tomar partido aquí quiere decir utilizar los recursos de la nueva tecnología, cuidando al planeta, como uno de los medios disponibles que la humanidad ha creado junto con tantas otras tecnologías que hemos enterrado demasiado prematuramente, pero no colocar la tecnología como una forma de gobierno a propósito de satisfacer, contentar, porque estamos conectados pero aún no sabemos qué decir ni para qué decirlo ni quién lo diría”.

La creatividad y los miedos al contagio

Con algunas semanas de regreso a la presencialidad, Pérez bajó a tierra la cuestión de cómo será la educación pospandemia. Comenzó por preguntarse si con el regreso a las aulas se ha sostenido la creatividad, “la idea de cuerpo colectivo” o la interdisciplinariedad a la que los docentes recurrieron durante el período de educación a distancia. En los trabajos propuestos por docentes durante el confinamiento, dijo, “había un encuentro para pensar en grandes conceptos y nutrirlos desde varias disciplinas, maravillosamente y sin ningún decreto. Ahora, en la presencialidad, ¿cómo hemos vuelto a la escuela?”.

También se preguntó si cambiará el vínculo con las familias: “¿Seguimos invitándolas a integrarse o hay otra cuestión, miedos, que nos hacen [pedirles] que nos esperen del portón para afuera, y ese control que nos determina la covid nos está afectando también lo pedagógico?”.

“La creatividad que se tuvo desde la virtualidad ahora está siendo inmovilizada por el miedo del contagio, el miedo físico. A los niños les preguntás y lo primero que te dicen es que hay que lavarse las manos, y está bien, porque tienen que ser conscientes de eso, pero que no se vuelva tan extremo que les impida vivir, que les impida disfrutar, y ojo: que no vayan a sentir que el otro puede ser una amenaza”, apuntó. Pérez pidió “no volver a una naturalidad tal vez formateada desde el siglo XIX, de la escuela graduada, donde todos los niños aprenden lo mismo en el mismo momento y en el mismo lugar; tenemos que cuidarnos para no volver a eso”.

Skliar retomó la cuestión original, y se preguntó si la oportunidad “ha sido sólo contingente, y la desecharemos apenas volvamos a cierta habitualidad, olvidando que la habitualidad nos hacía sentir incómodos en muchas cosas” del mundo anterior a la pandemia. Advirtió que la dificultad está también en que es necesario contar con tiempo para “sedimentar” todo lo que ha ocurrido: “Estamos en un umbral de cansancio y hartazgo que es contradictorio con esto de pensar”.