El catalán Xavier Aragay se especializa en la transformación de instituciones educativas y en la gestión del cambio, para lo que desarrolló una metodología que ha impulsado a través de su trabajo como consultor en distintas partes del mundo. En ese marco, la semana pasada estuvo en Montevideo trabajando con centros educativos de la Asociación Uruguaya de Educación Católica (Audec), que nuclea a 157 colegios y casi 60.000 alumnos. En concreto, participó del seminario Líderes Impulsores en Innovación, del que participaron directivos de 25 de colegios de la asociación.

Entrevistado por la diaria durante su estadía en el país, Aragay habló sobre cómo impactó la pandemia de la covid-19 en el sistema educativo, que en un principio tuvo que adaptarse como pudo a las actividades en plataformas digitales. Según el especialista, esto no puede catalogarse como educación virtual, sino que se denomina enseñanza remota de emergencia, que de a poco fue incorporando herramientas pensadas y planificadas. Aragay fue fundador y director general de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), la primera enteramente virtual. Desde su experiencia, reflexionó sobre la forma en que la educación universitaria se implementará en un futuro cercano.

Su campo de actuación es la innovación y el cambio. ¿Qué pasó en esa área en la educación durante la pandemia?

Cuando llegó la covid-19, en marzo de 2020, nos tomó a todos de sorpresa. Algunas instituciones educativas ya estaban en proceso de innovación y cambio, otras no. El método mayoritario de transmitir el conocimiento, que es la clase magistral, ya estaba en crisis, porque los alumnos hoy tienen mil opciones distintas y seguramente se les estaba formando para un mundo que ya no era el que iban a encontrar. Vino la covid-19, ha sucedido todo lo que ha sucedido. Lo interesante es que en todo el mundo se ha observado que las instituciones que ya habían iniciado procesos de transformación y cambio han podido afrontar mucho mejor toda la situación que tuvimos que vivir con el encierro y con la covid-19, porque habían generado internamente mayor flexibilidad. Tenían un proyecto, sabían a dónde iban, tecnológicamente estaban preparadas en general. En cambio, aquellas instituciones que iban replicando el día a día, pero no habían generado un proyecto de cambio, se encontraron en una situación difícil y han tenido mucha más dificultad para dar respuestas.

Estamos en un momento en que la covid-19 se va disipando. En Uruguay y en todo el mundo está disminuyendo mucho y, si no hay ninguna sorpresa, porque todo es incierto, en 2022 vamos a entrar en una cuasi normalidad. Las escuelas han tenido que generar protocolos, reorganizaciones, han descubierto cosas que funcionan y que se van a quedar, tecnologías que pueden utilizar. Pero la cuestión es: ¿y ahora qué? Esa es la gran pregunta de fondo. Existe el gran peligro de volver a lo que teníamos. Hay quienes piensan que esto ha sido un gran paréntesis, que nos hemos agotado y por fin volverá lo que teníamos [antes de la pandemia]. Yo creo que no va a volver, es imposible. Hay escuelas que ya están generando proyectos de transformación y cambio, que incluso pueden aprovechar los aprendizajes de estos 18 meses, que son muchos. Y hay otras que tienen un gran desconcierto, que no saben qué responder si se les pregunta: ¿y ahora qué?

Usted ha planteado que, además de preguntarse para qué generar una transformación, en este contexto también es importante preguntarse desde dónde hacerlo. ¿A qué se refiere?

Es una novedad y lo hemos descubierto en estos 18 meses de pandemia. Muchas veces nos encontrábamos con personas que dicen: yo quiero que mi escuela cambie. Cuando les preguntaba si ellos también estaban dispuestos a cambiar, me decían que no: “Yo hago muy bien todo”, como si hubiera una disociación y la institución fuera algo diferente. Lo que se ha visto en estos 18 meses es que es muy difícil que la institución cambie si no hay un proceso de cambio personal de sus integrantes. En el sentido de poner en crisis ciertos marcos mentales, incluso ciertas creencias que a veces tenemos instaladas pero que no están basadas en evidencias científicas, pero que inercialmente hemos ido siguiendo. Si no hay un trabajo personal para ponerlo en crisis es muy difícil. Al final, una institución educativa es las personas, y debemos trabajar con cada una de ellas. De los aprendizajes obtenidos en la pandemia, ¿cuáles queremos que se queden y cómo vamos a hacerlo? Trabajar esto colectivamente requiere de una mirada interior que es muy importante.

Poco a poco, lo que fue pura enseñanza remota de emergencia fue tomando ciertos elementos de lo que se denomina enseñanza virtual. El problema es que un buen sistema virtual requiere de mucha preparación y tiempo, hay que preparar unos buenos materiales, hacer una buena planificación, requiere de una plataforma. De todo eso no hemos tenido tiempo.

Muchas veces en la virtualidad se ha intentado replicar formatos de la presencialidad, pero sin mucho éxito. ¿Cuáles son las claves del trabajo virtual para lograr buenos resultados en instituciones educativas?

Es importante ponerle nombre a lo que nos ha sucedido. Estábamos en la presencialidad, de pronto el virus nos encierra y entramos en lo que muchos especialistas denominan “enseñanza remota de emergencia”. Aquello no era virtualidad. Es enseñanza, porque intentábamos enseñar, remota, porque el alumno estaba lejos, y de emergencia porque tuvimos que improvisar. Por tanto, aquello que se generó, que fue una buena respuesta, no fue enseñanza virtual ni formación online, era pura respuesta. Como para entendernos, es como cuando la Cruz Roja se despliega cuando hay una inundación. Eso es lo que hicimos, desplegarnos, con muy buena voluntad y utilizando la tecnología que teníamos a mano. Poco a poco, lo que fue pura enseñanza remota de emergencia fue tomando ciertos elementos de lo que se denomina enseñanza virtual, que ya existía, se desarrolló muchísimo antes. El problema es que un buen sistema virtual requiere de mucha preparación y tiempo, hay que preparar unos buenos materiales, hacer una buena planificación, requiere de una plataforma. De todo eso no hemos tenido tiempo. Lo que ha pasado es que lo que era enseñanza remota de emergencia se ha ido mejorando y haciendo pequeñas incorporaciones inspiradas en la experiencia de lo virtual.

¿Hacia dónde vamos?

Si entendemos esto que nos ha pasado, podemos entender por dónde deviene el futuro. El futuro no se trata de mezclar las dos cosas de cualquier forma. Hemos aprendido que cada formato tiene su lógica, su coherencia. En el futuro la educación va a ser híbrida. La tecnología va a mediarlo todo, ya lo está haciendo. Pero ojo, la tecnología es un medio, no es un fin. Es importante descubrir que a lo mejor hay ciertas actividades o asignaturas más teóricas que bien pueden tener un formato totalmente virtual, con unos materiales bien elaborados utilizando los foros, pero que hay otras actividades en las que la presencialidad es irrenunciable. Lo que hemos de hacer es evolucionar, transformar nuestras instituciones educativas utilizando lo virtual y lo presencial. No hay una combinación ideal, cada institución debe de ir descubriendo en función de su contexto, de su historia, de la materia, de la capacidad tecnológica instalada, qué combinación debe ir haciendo entre el canal virtual y el presencial.

Es como cuando la Cruz Roja se despliega cuando hay una inundación. Eso es lo que hicimos, desplegarnos, con muy buena voluntad y utilizando la tecnología que teníamos a mano.

Usted siempre ha puesto mucha importancia en el rol de los directores de los centros educativos en las transformaciones. ¿Qué papel han jugado durante los cambios que trajo consigo pandemia?

En todos los países hemos observado que los directivos, entendidos ampliamente, juegan un papel fundamental para lo bueno y para lo malo. Si ellos no tienen claro qué se responde al “¿y ahora qué?” y que hay que ir a una transformación, más allá de la buena voluntad de un docente en una asignatura, que, aunque pueda hacer pequeñas innovaciones, es muy difícil que esto escale y se traduzca en un proyecto que transforme. Normalmente, nosotros trabajamos primero con los directivos, porque entendemos que de nada serviría apostar por una formación con los docentes si los directivos no entienden qué vamos a hacer, porque ellos mismos frenarían eso. No obstante, aunque los directivos quieran hacer el cambio, este no es obvio, requiere de una estrategia, de una metodología, de un proceso de cambio, porque transformar una institución educativa es muy complejo.

¿Los directores también tienen un papel importante en la educación pública, donde lograr transformaciones puede ser más difícil si hay un sistema muy rígido?

En general sí. Depende de la centralización de decisiones que tenga el sistema público de la escuela o de la universidad. Los directivos pueden tener menor margen, pero en general siempre juegan un papel importante. Es importante que las autoridades educativas sean conscientes de que si favorecen la descentralización, si generan confianza en los equipos directivos y en los docentes, será mucho más fácil generar procesos de transformación y cambio. Hay experiencias de escuelas públicas que están haciendo transformaciones interesantísimas. Aquí en Uruguay con el Plan Ceibal están haciendo experiencias interesantes. Pero en general estas experiencias corren el peligro de tocar el techo si luego, desde la administración, no se facilitan procesos de descentralización y flexibilización de las normativas. La mayoría de las cuales vienen del siglo pasado.

La propia OCDE reconoce que PISA ya no es el estándar de evaluación que se debería de utilizar y ha empezado a generar nuevas herramientas e instrumentos que van a mensurar mucho más directamente la creatividad, la capacidad de trabajar en equipo, de aprender. Esos sí que son una nueva generación de estándares de evaluación.

Siempre se dice que los procesos de cambio en educación dan resultados en el mediano o largo plazo, pero a veces un proceso puede quedar trunco cuando, por ejemplo, se define cambiar el rumbo cuando los resultados de las pruebas PISA no son buenos. ¿Es necesario generar nuevas formas de evaluación de las instituciones y de los sistemas educativos en general?

Es muy importante evaluar los procesos de innovación y cambio, y empieza a haber experiencias en el mundo. Es importante que se evalúen porque también son procesos de aprendizaje en los que puede existir el derecho al error. En general, son todos exitosos, pero si se evalúan se puede corregir determinados aspectos. La segunda cuestión es ver qué tipo de evaluación hay que hacer. Una evaluación tipo PISA no sirve porque es resultista; está vinculada a los resultados académicos. Generalmente, las transformaciones educativas buscan, más allá de los resultados académicos, impactar en otras formas de proceder de las personas; por ejemplo, en que los alumnos sean más creativos, que sepan trabajar con los otros, que se conozcan más, que generen proyectos de vida. Para eso hay que generar procesos de evaluación que vayan más allá de esto.

La propia OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) reconoce que PISA ya no es el estándar de evaluación que se debería de utilizar y ha empezado a generar nuevas herramientas e instrumentos que van a mensurar mucho más directamente la creatividad, la capacidad de trabajar en equipo, de aprender. Esos sí que son una nueva generación de estándares de evaluación. En todo el mundo se están generando nuevas preocupaciones, nuevas herramientas y formas de evaluar este tipo de innovaciones y transformaciones, porque ya no se trata de que nuestros alumnos saquen las mejores notas de matemática y no sepan qué hacer con su vida. No se trata de que uno tenga muchos conocimientos y no pueda aplicarlos, se trata de ir mucho más allá de eso.

A partir del pedido de estudiantes, principalmente del interior y que trabajan, en Uruguay se generó un debate sobre la permanencia de la virtualidad en la enseñanza universitaria. A partir de su experiencia en la UOC, una universidad enteramente virtual, ¿qué cosas hay que tener en cuenta a la hora de ese debate?

La UOC fue la primera universidad virtual del mundo, pero empezó a funcionar en 1996; son 25 años. En muchos países las universidades a distancia por correspondencia ya se transformaron y son enteramente virtuales. Hoy la oferta de universidades virtuales en el mundo es inmensa. Esto ha abierto posibilidades de aprendizaje universitario a sectores de la población que lo tenían muy difícil: trabajadores, personas que viven en zonas geográficas alejadas y, por tanto, amplió el acceso. Frente a personas que pensaban que lo de la universidad virtual era una devaluación de la universidad, el tiempo ha demostrado que no. Por ejemplo, en la UOC y en otras universidades virtuales se generan licenciados y doctorados con una calidad exactamente igual que la que generan universidades de tipo más presencial. Pero lo virtual no se puede trabajar de cualquier forma, requiere mucha preparación, inversión, unos buenos materiales, una buena plataforma, muchísimas cosas. No es cuestión de poner un profesor parlante y largarlo por Zoom.

La universidad va a tener que transformarse. En mi opinión, la universidad ya estaba en crisis antes de que llegara la covid-19, pero el coronavirus demostró que ha perdido el monopolio de la formación y debe de transformarse para ofrecer nuevas oportunidades, nuevos caminos de formación universitaria, más flexible, más abierta y más vinculada a los entornos. Se está dando una verdadera revolución, centenares de universidades se están replanteando cuál debe ser su función, su estructura, su funcionamiento. Incluso están replanteando a fondo cuál puede y debe ser el proceso de enseñar y aprender. La mayoría está llegando a la misma conclusión que para la escuela: que los sistemas tendrán que ser híbridos. Incluso, un alumno en una misma universidad a lo mejor puede ir a un primer semestre totalmente presencial y luego combinar, tomar algunas asignaturas presenciales y otras virtuales. Estos sistemas híbridos, flexibles, bien ordenados, en los que el alumno también debe tener un papel protagonista e ir construyendo su propio itinerario, van a ayudar mucho más a construir el tipo de graduado que se requiere para un mundo tan incierto y cambiante. Además, la demanda de estudios universitarios está creciendo. En muchos países, nuevos sectores de la población la están demandando y esta combinación híbrida puede permitir incluso ampliar esta capacidad con las universidades existentes. Vigilando siempre que haya un equilibrio de los que ingresan frente a los que egresan. No puede ser que la universidad sea un embudo, en el sentido de que entran 1.000 y terminan 100; eso es un desperdicio de energía, de vida y esfuerzo para muchas personas. La universidad debe garantizar con los medios oportunos que cada persona encuentre su camino y su capacidad de realización. Esto es un desafío.