Pese a que estaba en los planes que los niños y adolescentes concurrieran a clase todos los días y todo el horario, 23 días después del inicio de cursos, el gobierno definió la suspensión de la presencialidad. Para muchos grupos no se trató de un corte abrupto, ya que habían tenido que sortear la suspensión total o parcial de actividades. Por la cantidad de estudiantes y el tamaño de los salones, algunos grupos tuvieron que subdividirse para cumplir con los protocolos sanitarios, escenario que se dio en mayor medida en la educación media. A esas situaciones se sumó que decenas de estudiantes y docentes tuvieron que aislarse por contagio o por haber tenido contacto con personas que dieron positivo de covid-19, lo que empezó a suceder cada vez con más frecuencia a medida que comenzaron a aumentar los casos confirmados en todo el país, a partir de la segunda semana de cursos.

la diaria habló con docentes acerca de cómo impactó la pandemia en su trabajo y todos coinciden en que, más allá de los aprendizajes logrados el año pasado, es una situación que se vive con mucha incertidumbre.

Alejandra Sanguinetti es docente de Biología en dos liceos de Las Piedras, donde comenzó a trabajar el mismo día que comenzaron las clases. También tomó horas más tarde en un liceo montevideano, y por esa razón tuvo menos tiempo para conocer a esos estudiantes. En todos los casos debió partir sus grupos en dos, por lo que veía a cada subgrupo cada dos semanas. De todas formas, explicó que en paralelo generó contenidos del curso e instancias de consulta en la plataforma Crea por si tenían dudas, porque “15 días es mucho tiempo”. Para posibilitar la interacción virtual la docente debió dedicar tiempo por fuera de su horario de trabajo, de forma de “no perderlos”, algo que desde el principio fue su mayor preocupación.

Según relató, en los liceos en los que trabaja hubo varias cuarentenas e incluso tuvo estudiantes que cursaron covid-19, por lo que no siempre pudo verlos con la periodicidad planificada. Esta situación fue mucho más marcada después del 16 de marzo, cuando se definió que la asistencia ya no era obligatoria y varios estudiantes dejaron de asistir de manera presencial. En promedio, la concurrencia a sus clases se redujo a la mitad, y tampoco era seguro que los mismos estudiantes que asistían una semana lo fueran a hacer la siguiente. Según señaló, esa semana de trabajo fue “terrible”. Concurría al liceo pero no tenía información sobre por qué sus estudiantes no asistían.

Otro sistema

Leonardo Nahum, docente de un grupo de segundo año de una propuesta de Formación Profesional Básica en la UTU de Paso de la Arena, contó a la diaria que las clases en la institución comenzaron marcadas por la falta de adscriptos y educadores, al igual que en todas las escuelas técnicas. Ello generó que, más allá de la buena voluntad de los docentes, los adolescentes y sus familias no siempre tuvieran la mejor orientación y acompañamiento para el inicio del año lectivo. “Pasaron dos semanas y se tomaron esos cargos, pero la cantidad de alumnos que tienen por las mismas horas es el doble”, lamentó.

En su caso, tiene en lista a 24 estudiantes, de los cuales no concurrían de manera diaria más de 20, y pudo trabajar todos los días y todo el horario gracias a que contaba con un salón amplio. No obstante, mencionó que es difícil cumplir con los protocolos sanitarios. “Lo que puedo ver como docente es la emoción que los chiquilines tenían de volver a la presencialidad, de poder encontrarse, jugar, charlar, verse a los ojos; es mágico y es lo que tiene la presencialidad”, agregó. En ese sentido, dijo que a su edad es natural que quieran acercarse y, pese a que se intenta, mantener el distanciamiento a rajatabla se vuelve inviable. Por el contrario, entiende que asumir una postura extremadamente rígida no funciona bien en la práctica y consideró que “el rol docente es fundamental para que los estudiantes puedan sentirse lo más cómodos posible en la clase y perder miedos”.

Entorno virtual

El pasaje a la virtualidad definido esta semana implica desafíos similares a los del año pasado y está marcado por la preocupación de no “perder” a los estudiantes, explica Sanguinetti. En su caso, si bien ganó tiempo porque ya tenía materiales subidos a Crea, puso actividades para que los estudiantes hagan esta semana en la plataforma y tuvo que explicarles el funcionamiento bajo la nueva modalidad. Su intención es que sus estudiantes sigan trabajando a un ritmo similar, pero es consciente de que no todos cuentan con las mismas condiciones materiales para lograrlo.

Al igual que Nahum, encuentra que muchos de los adolescentes no tienen acceso a una computadora y deben seguir las actividades desde un teléfono celular, al que incluso muchos tienen acceso limitado. Por ejemplo, es frecuente encontrar estudiantes que sólo acceden al dispositivo cuando su madre llega de trabajar y cuentan con un tiempo limitado para hacer las actividades de todas las materias. En este sentido, no en todos los centros de educación media los profesores cuentan con espacios de coordinación o lineamientos claros sobre cuántas actividades semanales poner para que los adolescentes puedan seguir los cursos en función de su situación.

Según Sanguinetti, más que el grado de dificultad de las actividades importa que “los chiquilines no se desvinculen”, ya que, de esa forma, por lo menos hay posibilidad de buscar alternativas para explicar los temas si no los comprendieron. A partir de su experiencia del año pasado, Nahum sostiene que, si bien lo ideal es trabajar de manera presencial, la virtualidad funciona para los estudiantes que tienen apoyo de sus familias. Al respecto, lamentó que menos de la mitad del grupo suele conectarse para las actividades y que muchos le escriben para decirle que sólo pueden acceder a Whatsapp. El docente mencionó que las videoclases en vivo son “una posibilidad”, pero de esa forma no llega a todos sus estudiantes. Si bien la herramienta Conference de la plataforma Crea no consume datos gracias a un acuerdo con Antel, es necesario contar con saldo de internet, lo que no siempre ocurre.

Nahum vio a sus estudiantes “muy tristes” con la noticia de la suspensión de la presencialidad. De hecho, cuando se puso en suspenso la obligatoriedad, si bien hubo un descenso en la asistencia en su grupo, no fue tan pronunciado. El docente considera que la presencialidad “hace posible acompañar a los chiquilines” y señaló que “hay algunos que no logran concentrarse si no están en el salón”. En suma, cree que es imposible que instancias educativas virtuales suplanten a las presenciales, porque está “muy alejado del acto pedagógico de encontrarse en el aula con los estudiantes, generar vínculos, trabajar sus particularidades y potencialidades”. Dijo que, en suma, “los que más necesitan son los que no alcanzan la virtualidad”, y “frente a eso no hay nada institucional, no se previó nada”, concluyó.

Distinto al marzo de 2020

Juan Gabito, integrante del Consejo Directivo Central de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP), dijo a la diaria que el sistema no está en la misma situación que en marzo del año pasado. Por el contrario, valoró que el trabajo de coordinación con Plan Ceibal es más sencillo, lo que hace que la ANEP esté “mucho mejor preparada”.

Para ilustrarlo, mencionó la realización de un test diagnóstico a los liceales a través de Crea para lograr un mejor acompañamiento en la plataforma, que luego quedará a disposición de los profesores de Informática. El consejero, que valora que la concurrencia de niños y adolescentes a clase en las primeras semanas fue “muy buena”, entiende que el sistema educativo reflejó la diversidad de opiniones que hay en la sociedad uruguaya sobre la pandemia, que abarca “desde fundamentalistas prociencia hasta negacionistas totales”. En suma, indicó que también se ha observado una “variabilidad de opiniones dentro de un mismo colectivo”, lo que “hace complejo” el accionar de la ANEP.