En tiempos de clases virtuales la ansiedad y la incertidumbre aumentan en educadores, estudiantes y familias. Más allá de los escenarios que en el sistema educativo generan las medidas que buscan reducir la movilidad de la población, muchos plantean que los formatos que combinan la presencialidad y el trabajo con tecnologías digitales llegaron para quedarse. Uno de ellos es Juan Ignacio Pozo, docente del Departamento de Psicología Básica de la Universidad Autónoma de Madrid. El miércoles Pozo dio una conferencia para docentes organizada por el Consejo de Formación en Educación en la que abordó el vínculo entre estas tecnologías, la enseñanza y el aprendizaje. El académico, que el año pasado publicó un libro titulado ¡La educación está desnuda!, justamente plantea que la pandemia de covid-19 dejó al descubierto algunos problemas que el sistema educativo arrastraba desde antes, igual que en otras áreas de la sociedad.

Pozo es consciente de que para la mayor parte de quienes trabajan en la educación el formato virtual planteado por la pandemia no sirvió para que los estudiantes logren aprendizajes similares a los de la presencialidad. En suma, aseguró que también quedó a la vista “una falta de autonomía de los alumnos”, que implica dificultades para “regular sus aprendizajes y gestionar su propio conocimiento”. Otro de los aspectos que se arrastraban desde antes pero la pandemia “desnudó” son las “graves desigualdades educativas”, que se acrecentaron. Al respecto, entendió que “la educación –como la salud– sólo puede ser pública”, más allá de que puede haber educación y salud gestionadas de manera privada. “O estamos todos, o los fines de la educación no se cumplen”, resumió.

Por su parte, observó la apertura de “una brecha mayor entre la educación formal, con esos espacios tan estructurados, reglados y organizados en torno a materias, fragmentados, y la vida”, tanto de estudiantes como de profesores. Planteó que es fundamental formar a las personas para que puedan afrontar los “verdaderos problemas que vivimos en la sociedad”. Para Pozo, también se ha develado que “el sistema educativo sigue siendo analógico para una sociedad digital”.

El especialista planteó que en el contexto actual los más favorecidos han sido “quienes gestionamos información y conocimiento y, por lo tanto, podemos utilizar estas tecnologías para seguir en contacto social y desarrollando nuestra labor profesional”. Por lo tanto, valoró que “aprender a gestionar la información y el conocimiento en estos contextos virtuales o digitales ayuda a la integración social y cultural de las personas”. “Quienes no sean capaces de hacer esto no van a ser capaces de incorporarse a la sociedad, no ya en un futuro, sino en el presente”, sentenció.

Algunos cambios propuestos

Pozo planteó que la introducción de la tecnología en la educación es “inevitable si queremos formar a ciudadanos para el siglo XXI”. En concreto, entendió que en una era en la que la información abunda, se trata de dar herramientas a las personas para que puedan convertirla en conocimiento, lo que requiere “competencias muy complejas”.

Para ello, es clave que en las instituciones educativas no se maneje únicamente el lenguaje verbal, ya que en la sociedad circulan otros formatos y se debe “formar no sólo para una mente letrada sino también para mentes virtuales”. En concreto, planteó que el conocimiento basado en la acción y en la imagen es considerado menos importante en las aulas. Además, cuestionó que en los centros educativos predomine “una visión epistemológica basada en la transmisión de conocimiento en forma relativamente unidireccional”. Aunque considera que esta tendencia se acentuó durante la pandemia, advirtió que en los entornos digitales “predomina cada vez más un relativismo”.

En suma, cuando los estudiantes salen de las certezas impartidas en el salón de clase se encuentran con que en la vida “fluye mucha información con este rasgo del relativismo y no hay conocimiento autorizado”. Pozo planteó que “la escuela tiene que trabajar con el enfoque constructivista para ayudar a los alumnos a adquirir competencias para convertir esa información en verdadero conocimiento”. Por lo tanto, indicó, adquirir competencias digitales no equivale a aprender usos de las diferentes tecnologías disponibles.

El especialista agregó que la compartimentación del sistema educativo contrasta con la conectividad de la sociedad en el contexto actual, en que “el conocimiento está distribuido, se trabaja y se aprende en redes, uno se conecta con muchas personas, recibe información horizontalmente y no sólo verticalmente desde la autoridad del conocimiento”.

Hacia dónde ir

Pozo citó varios informes e investigaciones que muestran que si no se utiliza una estrategia específica para el uso de tecnologías en la educación, los estudiantes obtienen peores aprendizajes que en el trabajo presencial. Al mismo tiempo, otra serie de estudios demuestran que si se piensa una estrategia pedagógica propicia para el trabajo con herramientas digitales se puede lograr “una mejora moderada pero sistemática en los aprendizajes verbales, procedimentales y actitudinales en todos los niveles educativos y áreas temáticas”.

De esa forma, las tecnologías digitales son eficaces en la educación cuando se diseñan actividades centradas en los estudiantes, es decir, en las que ellos gestionan el flujo de información, que implica la toma de decisiones sobre qué y cómo buscar y la comparación con otras fuentes. En cambio, las tecnologías son “contraproducentes” cuando se limitan a sustituir la función del docente y a transmitir lo que el educador quiere decir, “en lugar de servir como espacio de diálogo con otras informaciones y conocimientos”. “Las actividades de enseñanza basadas en tecnologías digitales producen mejores aprendizajes cuando los estudiantes dialogan con sus compañeros y con esa información en esos espacios de incertidumbre”, ilustró. “Tenemos que pasar de usos reproductivos de la información a usos transformadores, dialógicos. No se trata de que el alumno acceda a la información, la recorte y la pegue, sino de que sea capaz de hacer un análisis crítico”, añadió.

Pozo planteó que las tecnologías digitales seguirán existiendo, aunque a los docentes no les guste. Por lo tanto, es necesario “formar ciudadanos para interactuar con ellas” y “empoderarse”. Más allá de la pandemia, consideró que se debe “integrar la cultura digital en las metas, los métodos y los espacios educativos, de forma que no sustituya la enseñanza presencial, sino que la complemente”.

¿Cómo pensar la tarea docente?

El especialista dijo que en este nuevo escenario se debe dar autonomía y capacidad de elección a los estudiantes, por lo que aquellas “tareas cerradas en las que todo está decidido y todos hacen lo mismo no tienen sentido en un formato digital”. Si bien el docente puede “supervisar y gestionar esa autonomía”, un aspecto central de estos entornos es la capacidad de colaboración, trabajo y aprendizaje con otros, en lugar de una gestión individual del conocimiento. En ese sentido, consideró que “carece de sentido tener a todos los alumnos en un aula de Zoom mirando a un docente que está hablando”, porque “la información ya está en la sociedad”.

De todas formas, señaló que la autonomía no puede ser dada de un momento para otro, sino que hay que trabajarla con los estudiantes. Al respecto, mencionó que la pandemia mostró que cuando se pasó al formato virtual los alumnos no habían sido formados en las competencias para tomar decisiones y autorregular su aprendizaje. “Por eso la obsesión de los docentes por controlar el aula virtual”, que implicó la intención de “asegurarse que hacían las tareas a la hora y de las formas convenidas”, regulaciones más difíciles de cumplir en el escenario virtual.

Para Pozo, la pandemia reafirmó que es necesario “relativizar la importancia de los contenidos”, lo que no implica excluirlos, ya que “sin contenidos no hay competencias, pero sí puede haber contenidos sin competencias”. Además, consideró que en la educación debería transitarse “hacia sistemas de evaluación menos basados en la competitividad”, por lo que el énfasis debería estar colocado en los aprendizajes antes que en las calificaciones. El especialista también pidió trabajar de manera más integrada y con el salón de clase orientado hacia proyectos, a partir de la trayectoria de la enseñanza basada en problemas. De esa forma, es posible “generar la pregunta antes que la respuesta”, ya que los sistemas educativos hacen mal al darles a los alumnos “respuestas para preguntas que nunca se han hecho”. “Deberíamos dar vuelta el escenario y crearles una necesidad, un problema, una pregunta, y que ellos tengan que indagar para construir la respuesta. Tienen que ser problemas abiertos y no situaciones en las que haya una respuesta preestablecida socialmente que todos compartamos, porque entonces no tiene sentido”, concluyó.

En síntesis, dijo que se requiere cambiar el rol docente hacia una figura que acompañe a los estudiantes “en el viaje del conocimiento” y que ellos tomen las decisiones, pero para ello “tienen que tener una meta, tienen que querer ir a algún sitio; nosotros los guiamos”. Según valoró, en los espacios “dialógicos” el docente sigue teniendo una función “esencial, jerárquica, pero en el marco de un saber más horizontal”.

Acto reflejo

Pozo mostró datos de un relevamiento que hizo en España sobre el tipo de actividades que plantearon los docentes durante el trabajo virtual obligado por el confinamiento. Para ello, diferenció entre actividades centradas en docentes y en estudiantes. Entre las primeras nombró a las típicas acciones “reproductivas”: la explicación de los contenidos de la asignatura por medio de una plataforma como en la clase presencial, y después los estudiantes responden a una serie de preguntas para ver el grado de comprensión. En el otro extremo colocó las clases en que el profesor plantea a los alumnos que accedan a diversas informaciones preseleccionadas por él y les pide que las contrasten y lleguen a sus propias conclusiones mediante el diálogo y el debate con los compañeros.

“En todas las materias y en todos los niveles encontramos que predominan las actividades centradas en el docente: han usado estas tecnologías para seguir transmitiendo información y conocimiento a los alumnos en lugar de ayudarles a dialogar con él”, resumió. En cambio, las actividades menos frecuentes fueron las de tipo cooperativo entre los estudiantes, cuando “si para algo sirven los entornos virtuales es para conectarnos y dialogar con otros”. En relación con la evaluación, Pozo señaló que muchos profesores se sintieron incapaces de evaluar a sus estudiantes porque en pruebas virtuales se puede sacar la información de cualquier lugar y a tan sólo un clic de distancia. Por lo tanto, dijo que en el trabajo virtual deben aplicarse consignas en las que sea necesario analizar y procesar la información.

¿Celular en el aula?

El especialista español cuestionó una disposición de su país que plantea que los estudiantes no pueden entrar a las aulas con su celular y dijo que esa es una muestra de la disociación de los entornos escolares con el mundo virtual. No obstante, señaló que tampoco se trata de dejarlos usar el teléfono de la misma forma en que lo hacen fuera del salón, sino que se debe “integrar estas tecnologías para la gestión del verdadero conocimiento”. Según planteó, de lo que se trata es de volver a llenar de sentido el concepto de alfabetización, que ya “no es aprender a leer, a escribir, a medir o a usar las tecnologías”, sino “medir, leer, escribir o usar las tecnologías para aprender y comprender”.