“¿Para qué creer en el azar? Yo nací para esto”, supo cantar hace casi 20 años el músico argentino multifacético Gustavo Cerati. Y la vida de Verónica Pérez parece tener algo de parecido. Con la “excusa” de la pandemia, se puso al hombro lo que siempre soñó: tener un merendero para niños y niñas en el Cerro. Ahora, su objetivo es crear un club de niños en donde se pueda dar apoyo escolar y alimenticio.

En su casona, que tiene unos 110 años, cocina, recibe, da talleres y mima. Más que nada mima. De 8.30 a 17.00, tiene su lavadero sobre la calle República Argentina, esquina Portugal. De eso vive. “Siempre, siempre, siempre quise tener un merendero. Siempre quise tener un lugar para los niños que están en contexto crítico”, dice a la diaria recostada sobre un sillón mate en mano y acompañada de sus dos perras, luego de un arduo día de trabajo y mucho frío. Señala que cuando el gobierno decretó la emergencia sanitaria, el 13 de marzo del año pasado, se dijo a sí misma: “Es ahora”. “Creo que es una excusa darles de comer. Mi idea es ir un poco más allá de eso. En un futuro, los quiero tener acá, pero ahora pasa todo esto. No quiero que estén en condiciones bajas, porque eso ya lo tienen”, dice.

Actualmente, les da de comer y ayuda a algo más de 80 niños del asentamiento El Caño, que está a escasas cuadras de su casa. Con una garrafita de siete kilos, una olla de 40 litros y un sartén ella se “arregla”. “Empecé con una copa de leche los martes, jueves y sábados, porque hay lugares que hacen una vez por semana y me pareció muy poco. Trato de darles tres veces por semana y darles algo de comer, lo que sea”, dice. Arroz con leche, refuerzos de membrillo, flan, panqueques con dulce de leche, buñuelos, tortas fritas y ensalada de frutas son algunas de sus especialidades. “Lo que consiga yo lo hago. Después de que cierro el lavadero, en general. Cocino de noche, según lo que tenga que hacer y las horas que me lleve”, explica. Lo increíble de todo esto, dice, es que no le gusta cocinar.

Pero detrás de todo eso, lo único que la motiva son los gurises. “Lo hago con todas las ganas, quiero darles algo digno, quiero mostrarles que hay otro lugar, que hay alguien que les puede hablar bien, que si les tiene que decir que algo no está bien los trate con cariño y que tenga un nombre”, agrega. Afirma que le encanta ayudar a la gente, porque siempre fue lo suyo: “Y más a los que son los más vulnerables, como son los niños”. Y cuenta que ir a jugar con los pies en el barro es de las cosas que más le divierten.

No es fácil

Sobre la no presencialidad en los centros educativos que se registró –y registra– durante estos últimos tres meses, Verónica está segura de que niños y adolescentes la “están pasando mal”. Dice que no tienen internet en sus casas y que “ir al liceo presencialmente y vincularse con sus pares está bueno”. Agrega que “no es todo tan fácil, no van a entrar a Crea, nadie se va a sentar al lado a hacer deberes”. En ese sentido, opina que “hay mucha ayuda social”, pero que “está mal distribuida”. “Realmente, estoy segura de que es así”, afirma.

“En el asentamiento hay mucha carencia; tienen apoyo social, o sea, el Mides [Ministerio de Desarrollo Social] da asignaciones, la canasta a veces llega, hay lugares en donde tratan de ayudar para edificar todo, pero creo que el tema de la comunidad es clave. Hay gente que elige vivir entre el barro. Otra persona se hubiera cansado, ya hubiera tirado la toalla. Yo trato de saltar eso y ver a los niños nomás”, manifiesta.

Talleres de higiene bucal, huerta, expresión corporal, cine y música fueron algunos de los cursos que brindó con el apoyo de docentes que voluntariamente se ofrecieron “a dar una mano”. “Mis hijos me apoyan porque me conocen. Ellos siempre joroban cuando estoy muy arriba de algún niño que tiene algún problema o necesita algo. Siempre se dicen: ‘¿Viste que mamá adoptó a otro?’”, bromea.

Antes de que surgiera el merendero, Verónica siempre festejó el Día del Niño. Para recaudar fondos para alquilar inflables o un toro mecánico, teje almohadones de crochet y los vende a voluntad. Ese domingo de agosto suele cerrarse la cuadra por tres horas para que los niños y niñas puedan divertirse. “Los vecinos saben cómo soy. Una amiga me decía el año pasado: ‘Vero, te volvés loca’. Sí, quizá sí, pero con que uno de esos 120 niños que vinieron haya subido por primera vez a un inflable o a un toro mecánico, haya probado un algodón de azúcar, ya está. Para mí ya está, te juro”, dice. No sólo hace planes para ese día, también para el Día de Reyes. Y los niños lo festejan.

¿Cómo ayudar al merendero?

Para mantener el merendero una vez al mes hace feria en la vereda de su casa. “Lo que no se venda ese mismo día, se junta y se reparte”, dice. De mañana sale a caminar con las perras, agarra botellas, vacías porque “en general” las familias “se olvidan de la botella para venir a buscar la leche”. Botellas para las familias y bidones para el asentamiento. Y para quienes son intolerantes a la lactosa, que son tres niños, hace aparte leche de avena.

Pero a veces, no alcanza. El insistente pedido a los grandes supermercados no surtió efecto, pese a la crisis que aqueja no sólo a los vecinos de El Caño, sino a gran parte de la población. “Imposible que pueda poner todo yo porque no se está laburando nada. Con lo que me dan, yo cocino, me arreglo y veo”, agrega, y sostiene que “cualquier cosa sirve”. Si bien pidió ayuda al Mides y a la Intendencia de Montevideo, por medio del plan Ayuda Básica a la Ciudadanía, todavía no hay una respuesta concreta.

Frutas, verduras, leche en polvo, avena, pan, arroz, ollas, garrafas e incluso herramientas de construcción, como también yeso, para reformar la casona y convertirla así en el club de niños, son algunas de las cosas que está dispuesta a recibir. Si a algún lector o lectora le sobra alguna computadora, también sirve. “Son para ellos, para que estudien”, afirma. Juguetes para el Día del Niño que se avecina también se aceptan. Quienes quieran colaborar pueden comunicarse con Verónica al 092 277 985 o al 2314 6673.