En un inicio la preocupación de las diez familias que fundaron el Centro Pindó era que sus hijos pequeños recibieran cuidados y educación “con amor”. Si bien varias de ellas tenían experiencias previas en algunos centros educativos comunitarios de la zona de Marindia, en aquel momento no se afiliaban a ninguna pedagogía alternativa en especial. Eso vino después.

En 2012 Pindó se volvió una realidad, ya que las familias lograron poner en marcha el centro en una casa un poco más alejada de la zona, en la intersección de las rutas 34 y 87, donde comenzó a funcionar como centro de educación inicial. Según explicó a la diaria Valentina Monfermoso, trabajadora y madre de una de las estudiantes, en esa etapa inicial el maestro tenía experiencia en pedagogía Waldorf, pero no era la que “guiaba” a la escuela, como ocurre ahora. En aquel entonces la búsqueda de una escuela diferente para los niños no tenía que ver únicamente con el modelo educativo, sino también con la forma en que el centro debía interactuar con la comunidad y el entorno.

Un año después lograron alquilar el local donde el centro funciona hasta el día de hoy. Ello vino junto con el deseo de expandirse y, además, de atender a algunos niños que habían cursado educación inicial y ya ingresaban a primaria. En ese momento pudieron alquilar la mitad del local, pero mudarse más cerca de la costa les permitió que se sumaran más familias.

“En sus inicios, a diferencia de emprendimientos más empresariales o cuestiones más cooperativas que surgen desde los propios docentes, Pindó surge desde la necesidad de las familias. Identificamos una necesidad de una alternativa educativa y nos ponemos en campaña para empezar a crearlo. Dimos un poco de tumbos hasta que logramos que algunas maestras fueran parte del proyecto de una forma más orgánica y más a la par”, explicó Juan Russi, integrante de una de las familias fundadoras del proyecto y que hasta hoy es parte.

“Comunidad” es otra palabra que ambos usan para contar lo que se logró construir. Russi recuerda que en los inicios fueron clave “la fuerza de empezar algo” y la de “querer algo bueno” para los niños. Ello hizo que, más allá de las personas, el proyecto fuera incorporando una serie de valores que, entre otras cosas, permite que los hayan incorporado quienes no son parte del centro desde el inicio, como es el caso de Monfermoso. Ella es maestra, ingresó al centro como madre, y ahora se desempeña como referente de “pedagogía curativa”, pero está al tanto de los orígenes y la historia del centro.

La elección del método Waldorf

En esos primeros tiempos de búsqueda las familias fueron investigando sobre distintas pedagogías alternativas e intentaron hacer una síntesis. Russi recuerda ese intento como un “camino muy tortuoso” y “muy difícil”, que los llevó a darse cuenta de cuál debía ser su lugar como padres. “Ese no era nuestro lugar, no teníamos el conocimiento y estábamos permeados por ser padres de esos mismos niños. No era sano que ese fuera nuestro lugar”, señaló.

No obstante, en aquel momento concluyeron que la pedagogía Waldorf les daba “un montón de respuestas y todas juntas” a lo que estaban buscando para sus hijos, lo que fue clave para que la terminaran eligiendo. A ello se sumó que en Uruguay existe un movimiento de centros educativos que trabajan con esa metodología y que apoyan a colegios que quieran transitar hacia ese modelo educativo. Russi recordó que, en el caso de Pindó, recibieron una especie de apadrinamiento y “mucho apoyo”, que sigue hasta el día de hoy. “Fue entrar a un lugar que nos resonaba pedagógicamente y fue bastante ameno poder hacerlo”, resumió.

La pedagogía Waldorf surgió en 1919 en Alemania y se ha ido extendiendo hacia distintos países y niveles educativos en todo el mundo. Si bien cada centro le da su propio enfoque, en esencia, se trata de un modelo que intenta poner en el centro al estudiante y sus aprendizajes, al mismo tiempo que, con la guía de los educadores, fomenta la autonomía de los niños. Además, apunta a lograr aprendizajes a través de herramientas artísticas y en esta pedagogía el cuerpo tiene un rol importante.

En el caso de Pindó no se siguen al pie de la letra los programas de la Administración Nacional de Educación Pública, igual que hacen otros centros que trabajan con este y otros métodos alternativos. Por ello, al terminar la primaria, los estudiantes del centro deben rendir una prueba que acredite los aprendizajes en el sistema educativo y, al aprobarla, los niños quedan habilitados a seguir el tránsito en la educación media. Según señaló Monfermoso, los estudiantes del centro siempre han tenido éxito en la prueba, lo que les da la pauta de que la pedagogía funciona y es adecuada. Además, agregó que ya van tres generaciones de alumnos del centro que ingresan al liceo y les va bien, por lo que el tránsito de los estudiantes en el liceo también continúa de buena manera, valoró.

En la práctica

Monfermoso resumió que la base de la pedagogía Waldorf es “la observación del niño en sus diferentes etapas y acompañar” con los conocimientos correspondientes a cada una de ellas. En ese sentido, consideró que, si bien termina aprendiendo lo mismo que en la escuela tradicional, la principal diferencia es que lo hacen a “diferente ritmo”.

En el caso de la propuesta de educación inicial, dijo que “la base de la pedagogía y de lo que hacemos en Pindó es el juego libre”. “Se le propone al niño jugar, que es como la gran conquista que tiene que hacer durante sus primeros siete años, principalmente a través del movimiento y de explorar el mundo”, dijo, y explicó que en el juego libre el niño tiene el material a su disposición para que “cree sus propios mundos”. “Es el niño el que es protagonista de lo que sucede. Se trabaja mucho también la vivencia interior, la imaginación. Está todo el material disponible para, con las mesas, crear barcos, casas, y ahí los mundos; cada uno va a un rol dentro de ese juego”, relató.

Al mismo tiempo, en su proceso de observación, las maestras se preocupan especialmente de que los niños “se cuiden entre ellos, que cuiden los materiales, el cuerpo del otro y a sí mismos”, indicó Monfermoso. A su vez, las docentes van “guiando” diferentes actividades a las que los niños son invitados a participar. Por ejemplo, contó que los lunes pintan con acuarelas, los martes trabajan con barro, los miércoles hacen huerta y que los jueves salen a pasear por los alrededores del centro, que queda a pocas cuadras de la playa y de un amplio parque. En vez de otro tipo de festividades, la escuela celebra el cambio de estaciones y ello siempre se hace en contacto con la naturaleza y el entorno.

“Estamos rodeados de un entorno natural que, a través de esos paseos, permite también ir viendo cómo cambia el entorno, por ejemplo, ver las hojas de los árboles cuando llega el otoño y las flores cuando llega la primavera. Lo van viviendo semana a semana, no es algo que se dé como un contenido por el día de la primavera, sino que lo van vivenciando”, ilustró. A su vez, las maestras y los niños de inicial cocinan su propia merienda, lo que implica una participación activa: “No es que los niños miran, sino que están ahí amasando el pan o las galletas con sus manos”.

Monfermoso señaló que también se trabaja mucho a través de canciones y cuentos, lo que se piensa interrelacionadamente a las acciones que los niños van viviendo en el mundo exterior, de forma que puedan “nutrirlas”.

Foto: gentileza Pindó.

Foto: gentileza Pindó.

Para adelante

En el caso de primaria, dijo que la propuesta es más parecida a una escuela tradicional, ya que los niños están sentados en bancos y sillas, por lo general de a dos. No obstante, contó que los cuadernos son de “hojas en blanco”, de forma que el niño “construya su propio renglón” y, por lo tanto, “su propio espacio de trabajo”.

Según fundamentó, la expresión artística tiene un lugar preponderante en la propuesta y en la pedagogía Waldorf, porque, de esa forma, el niño incorpora que “él es creador en este mundo”. “El niño va descubriendo el mundo y no es el maestro el que dice lo que hay que aprender. Le va generando el espacio para que el niño descubra. Por ejemplo, los niños en primaria tocan flauta, tejen, modelan con barro, siguen trabajando mucho a través de lo manual y del arte los contenidos. En quinto, cuando dan Grecia, con el barro construyen un escenario griego y después lo actúan: la historia se vuelve viva, no es aquello que hay que memorizar sino que lo pasan por su cuerpo y lo vivencian”, retrató.

Al respecto, Russi dijo que desde su rol de padre una de las cosas que más valora de esta pedagogía es “sostener, con todo el desafío que implica, la particularidad de cada niño al hacer ese proceso”. “Todo está armado partiendo de la base de que nadie lo va a hacer de la misma manera. Son salas pequeñas, la relación de docentes por niños es baja, los ritmos de la escuela, las rutinas, está todo diseñado para que el marco que se le da no se interponga con distintas maneras de hacer”, planteó.

Por su parte, Monfermoso contó que los niños no reciben un carné de calificaciones, ya que no se quiere incentivar “esa competencia o comparación a la que estamos tan acostumbrados en la escuela tradicional”. Para evaluar el proceso de cada niño a lo largo del año se realizan dos reuniones con las familias, en las que se habla sobre cuáles han sido sus logros y sus dificultades. Por lo general, el mismo maestro o maestra acompaña al mismo grupo durante los seis años de la primaria, de forma de lograr un vínculo más cercano y de mayor conocimiento.

La docente consideró valiosa esta propuesta, porque “cada uno tiene una forma de aprender”, lo que también se ve en los adultos, y porque “hoy en día el conocimiento está disponible, no es como en el siglo XIX, en donde había que ir a que alguien te instruyera”. “Las letras y el mundo del conocimiento están a nuestro alrededor. También esta pedagogía trae mucho el contacto con nuestro cuerpo, con la naturaleza, con el otro. Después llegará la época de las tecnologías o lo abstracto, pero al principio todo es en base a lo que experimento con mi cuerpo”, sostuvo.

Sostén de la gestión

La forma legal de Pindó es una asociación civil sin fines de lucro. Según contó Russi, en su seno se toman decisiones por consenso. Al menos una vez al mes se realiza una reunión de gestión, que es abierta a todos los adultos que son parte de Pindó: docentes, padres y madres. “Ahí se llega a los acuerdos marco, en donde después todos los planes de acción tienen que encajar. Ninguna acción debería estar por fuera de esos acuerdos”, indicó.

Según amplió, a nivel pedagógico las directrices son llevadas a la práctica por un equipo docente colegiado, espacio en el que no intervienen directamente las familias. Por otro lado, existe un consejo encargado de los aspectos operativos de la gestión, integrado por padres y madres que pueden acceder a un descuento de la cuota mensual. Dicho espacio es actualmente integrado por Russi, quien aclaró que no se visualiza como un lugar de mayor jerarquía, sino “de poder mirar el todo y poder aportar a cada equipo de trabajo”. Precisamente, también funcionan distintos equipos encargados de aspectos concretos como administración, comunicación, mantenimiento y embellecimiento. En síntesis, Russi explicó que el modelo de gestión es visto como una serie de “círculos concéntricos” con los niños en el medio, en el siguiente nivel están los docentes y en el círculo más grande están las familias, que son el sostén del proyecto.

Con el paso de los años, el Centro Pindó ha ido creciendo. Aquellas diez familias se convirtieron en 80, que envían a 90 niños al centro educativo. Actualmente cuentan con tres grupos de educación inicial repartidos en dos turnos -de mañana y de tarde- y seis maestras en ese nivel, ya que trabajan en duplas. En primaria se realiza un único turno en la tarde, aunque los quintos y sextos años tienen más carga horaria para prepararse de cara a la prueba de acreditación de primaria, por lo que almuerzan en la escuela.

También hay un cargo de coordinadora administrativa -similar al de dirección escolar-, que en los hechos funciona “como una maestra que está disponible para las demás y a la orden ante distintas situaciones cotidianas que surjan”, dijo Monfermoso. Además del rol de referente de “pedagogía curativa” que ella desarrolla y que actúa cuando se presenta cualquier dificultad en los niños, el centro también cuenta con talleristas de educación física y música.

En crecimiento

Russi consideró que “el crecimiento es todo un desafío”, porque “no es lo mismo ponerse de acuerdo entre 15 que hacerlo entre 120, y eso también es una riqueza”. Al respecto, valoró que “la multiplicidad de sentires y miradas hace que el organismo vaya madurando y el crecimiento registrado -en particular en los últimos años- los ha llevado a seguir perfeccionando los procesos para recibir a las familias nuevas. Por ejemplo, el año pasado pusieron en marcha un dispositivo de talleres mensuales “para que las familias vayan conociendo, entendiendo que se precisa tiempo, y cada uno llega a su propia manera al entendimiento de qué es el centro, para después asumir el compromiso de transformarlo y hacerlo a su manera; son etapas”.

Por su parte, este proceso también los ha llevado a pensar en cambiar de local. Según aclaró Russi, esa idea no tiene que ver con generar un crecimiento exponencial de matrícula sino con “solidificar” el proyecto que está en marcha. En ese sentido, se apuesta a tener un lugar construido pensado exclusivamente para las necesidades del centro educativo y, en particular, del aprendizaje de los niños. Al respecto, contó que están en gestiones con arquitectos, financiadores y la Intendencia de Canelones para acceder a un terreno en comodato donde armar y construir el proyecto.

Si bien los grupos tienen topes de estudiantes y cada año se abren cupos para que entren uno o dos por grupo, en esta etapa de crecimiento desde Pindó apuntan a que distintas familias interesadas se involucren, ya sea en el corto plazo o dentro de unos años. Si bien las inscripciones estarán abiertas incluso hasta una vez iniciado el año lectivo, Russi señaló que lo ideal es que las nuevas familias se anoten cuanto antes, de forma de poder aprovechar los talleres de recibimiento.

Tanto él como Monfermoso coincidieron en que esta forma de construir la educación de sus hijos no es más sencilla que otras más tradicionales, pero también tiene mucha riqueza. Por ejemplo, Russi define a Pindó como una gran “comunidad de aprendizaje”, también para los adultos. Por su parte, Monfermoso considera que en el centro vivió un proceso de “transformación profunda” y lo vive como un pequeño aporte para generar cambios en las generaciones más chicas y las que vienen.