“Lo que hay que explicar es por qué siguen los que siguen, porque realmente es admirable”, manifestó a la diaria Nilia Viscardi, doctora en Sociología, especializada en el estudio de la violencia en y hacia los jóvenes, respecto de los adolescentes que viven en uno de los barrios con mayor índice de homicidios y violencia de Montevideo, y que continúan en el sistema educativo.

Lo expresado por Viscardi corresponde a unas de las conclusiones a las que se arribó luego de llevar a cabo la investigación “Los obstáculos en el camino al estudio: el mapa de la inseguridad desde las adolescencias de barrios vulnerables a la violencia de Montevideo”, junto a Fabiana Espíndola, Mauricio Fuentes, Ignacio Salamano y Gabriel Tenenbaum, integrantes del Grupo de Investigación en Violencias, Juventudes y Criminalidad en América Latina, de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) de la Universidad de la República.

Según explican en un documento en el que exponen los hallazgos de la investigación, se propusieron “recorrer como línea investigativa la conexión entre la permanencia y la continuidad en la educación formal con la violencia en el espacio urbano camino al estudio”. Es que según consideran, “se ha observado cómo en contextos barriales fuertemente segregados y estigmatizados las trayectorias educativas de los jóvenes son tempranamente interrumpidas”.

Así fue que llegaron a Casavalle, debido a que “en dicha zona se registran los indicadores de bienestar más sumergidos de la ciudad, así como las tasas más altas de homicidios a nivel del país”. La investigación se desarrolló durante 2022 y crearon talleres en los que participaron 145 adolescentes en tres zonas de Casavalle. El estudio muestra el análisis de una de las tres zonas y a partir del trabajo con 46 adolescentes que estaban cursando primer y tercer año de ciclo básico de enseñanza media.

“Las representaciones gráficas y verbales de los adolescentes señalan un entorno hostil, que genera temor y miedo de caminar hasta el centro educativo porque las calles son peligrosas para muchos de ellos”, es una de las primeras afirmaciones. De acuerdo al estudio, estos puntos cobran relevancia “en el tránsito de la enseñanza primaria a la media, ya que junto a la transición de niveles educativos se expresan otros pasajes, como el de caminar por el barrio, caminar para ir al centro educativo, cultural o deportivo, a la policlínica, a la plaza, a hacer compras, a la casa de los amigos, familiares o vecinos”.

De lo escolar a la educación media

Una de las herramientas utilizadas en el estudio fue intentar acercarse a lo que los adolescentes “hacen, piensan y sienten”, a través de nubes en las que, a partir de las ideas que escribieron, se logró sintetizar “los rasgos más salientes de la experiencia educativa y del primer año de enseñanza media en las tres dimensiones referidas”.

La sociabilidad fue uno de los factores a los que hicieron referencia en el hacer: “Los amigos, los recreos, algunos deportes y juegos”. Sin embargo, en estos contextos “no se trata de una sociabilidad exenta de conflictos y de problemas que pueden afectar la convivencia en los centros educativos”. De hecho, muchos manifestaron que en la escuela se “robaba”, “pegaba” y “peleaba”, mientras que en la enseñanza media “se golpea, se pelea, se insulta o menosprecia (‘se pajean’)”.

La visión más “optimista” de los investigadores, en sus palabras, “por no decir negadora de las condiciones de vida de estos adolescentes”, es que “la experiencia de la transición escuela primaria-enseñanza media provoca cierta paralización en el actuar (dimensión del hacer) o en la identificación de lo que se hace y una confusión en el pensar o en la identificación de pensamientos, que se producen conjuntamente con una movilización afectiva ligada a la expectativa formativa y la continuidad educativa”.

Es que en los tres aspectos que analizaron pudieron identificar la existencia de “nudos problemáticos” en dicha transición, aunque también visualizaron algunas “prácticas o actividades, pensamientos o razonamientos y sentimientos o afectos positivos en las configuraciones que hacen a la experiencia educativa en ambos niveles”.

Para Viscardi, este es uno de los factores identificados que se suman a la discontinuidad de los adolescentes en el sistema educativo. La investigadora describió que la experiencia educativa de los adolescentes “está cargada de problemas de convivencia” y “dificultad para resolver hostilidades que surgen” en el tránsito educativo.

Si bien en la escuela se observó el énfasis en el poder jugar o que brindan alimentación, por ejemplo, “el pasaje a un sistema más exigente de estudios se asocia a una experiencia escolar significada más bien en desesperanza”, dijo Viscardi. Si bien no desaparece el nombramiento de “amigos, amistad o jugar”, la llegada a la educación media “está asociada a una experiencia más bien general negativa, ya que no hay un disfrute en ese desafío” y es vista “como un obstáculo, con pocos recreos y poco espacio de convivencia”.

En ese contexto, Viscardi aseguró que “el esfuerzo de los adolescentes en la educación media no se ve compensado con un espacio de disfrute” y “se suman dos vivencias distintas: la combinación de la independencia de la adolescencia muy amenazada con la inseguridad del barrio, con un tránsito a la enseñanza media que se vive de algún modo hostil, doloroso y de sufrimiento”.

Percepción de inseguridad

“Las violencias del barrio estructuran el hacer cotidiano de sus habitantes. La presencia de la Policía, patrullando y en operativos, las balaceras, sobrevivientes, desaparecidos y muertos por los enfrentamientos entre grupos delictivos construyen la arquitectura de las gramáticas sobre el barrio y, en ese sentido, también aquellas referidas al camino al estudio”, manifestaron en el estudio.

En ese marco, los investigadores observaron que en los estudiantes “se despiertan y naturalizan miedos, angustias e incertidumbres que inciden en la toma de decisiones estratégicas y de olfato sobre el cómo, por dónde y con quién caminar en el barrio” y así “el camino al centro educativo es reflexionado, es un problema a resolver”.

Una de las actividades que se les propuso a los adolescentes que participaron en el estudio es que representaran en un mapa de Casavalle sus “gramáticas de la violencia” alrededor del entorno educativo al que asisten.

A partir de ello, visualizaron que “buena parte de las calles/caminos para arribar y volver a su centro de estudio son señaladas como ‘muy peligrosas’, particularmente las de mayor movilidad de transporte (las avenidas San Martín y Aparicio Saravia)”. Por otro lado, los adolescentes plasmaron que en la zona de la Unidad Misiones suceden “robos, disparos personales, tiroteos, entre otras”, y desde ahí hasta la Unidad Casavalle, destacaron “la ausencia de la Policía, así como los problemas que la misma Policía genera en el barrio”. Más hacia el norte, apuntando al Borro, los adolescentes esgrimieron que “matan gente”, así como también –y “con mayor intensidad”–, en una de las calles de la Unidad Misiones.

De acuerdo al estudio, “el mapeo de la percepción de los jóvenes sobre la inseguridad camino al estudio tiene un comportamiento semejante a la distribución espacial de los homicidios ocurridos en el segmento mapeado ubicado en el barrio Casavalle”. Según especificaron, desde finales de 1980 Casavalle es “uno de los barrios considerados más ‘peligrosos’ e ‘inseguros’ de Montevideo” y hay, por ende, un “impacto emocional de la violencia que se transmite intergeneracionalmente entre los habitantes de la comunidad” que “se suma como un factor más de desprotección”. En conclusión, manifestaron que “la violencia histórica, estructural, acumulada no ‘irrumpe’, sino que se reproduce y reactualiza intergeneracionalmente”.

Conclusiones generales

La presencia de covid-19 fue uno de los factores destacados en la investigación. Es que según aseguraron, la suspensión de las clases presenciales se sumó a los demás factores e “impactó negativamente la frágil permanencia en el sistema educativo, por lo cual aumenta el riesgo de exposición a los factores desencadenantes de la violencia”.

Además de este punto, el estudio da cuenta de que lejos de un tránsito educativo “pacífico, protector y estimulante”, los adolescentes de este territorio tienen una doble vivencia: “Se conjugan de modo amenazador la violencia del camino al liceo junto al malestar del tránsito vivido al finalizar la escuela e ingresar al ciclo básico de enseñanza media”.

Para Viscardi, los adolescentes que en estos contextos “continúan estudiando son muy meritorios, porque enfrentan una dificultad social muy importante; al contexto educativo lo viven más como una experiencia desestructurante que como un soporte para seguir adelante”. En suma, dijo, “son adolescentes que tienen que atravesar contextos de peligros, entonces, o se repliegan o van con el contexto, porque no tienen protección”.

En el estudio hablan de “supervivencia cotidiana”. Al respecto, reclaman que “cada vez menos debe darse por supuesta en los territorios” y que “requiere ser tematizada y problematizada”, así como también las consecuencias de las medidas tomadas por la pandemia.

Por último, consideraron que para “revertir la desafiliación educativa” es necesario incidir “en las relaciones de convivencia y en la vivencia de su ‘trayecto educativo’ (el camino para ir a estudiar y los intereses educativos)”. Esa marcha atrás la piensan “no solamente desde el estudio del currículum y los desempeños escolares, sino también desde las relaciones con la comunidad educativa y con las instituciones sociales”.