Desde hace 18 años existe el Liceo Cooperativo Aleph y hace bastante menos de uno que existe en un edificio distinto al del resto de los años: el 2 de mayo, de Lagomar pasaron a San José de Carrasco, al edificio donde antes estaba el Colegio San Leonardo.

“Aunque es San José de Carrasco, el barrio donde ahora estamos es mucho más apacible, con el espíritu de la costa, y descubrimos un edificio histórico: es de los primeros y tiene una cantidad de patrimonio de Lagomar”, narró a la diaria la directora del centro educativo, Alejandra Domínguez. Y agregó: “Eso nos sedujo mucho, por más que el edificio está deteriorado y necesita mucho trabajo, sentíamos que teníamos que embarcarnos en este proyecto, jugarnos los cartuchos y que el liceo se transformara en este espacio que tiene el espíritu de lo que el liceo es”.

Domínguez explicó, en primer lugar, que el liceo, como lo dice su nombre, tiene la particularidad de ser una cooperativa. Eso implica que un grupo de docentes son los que llevan adelante el proyecto educativo y también quienes lo administran. Si bien desde el inicio fue un proyecto cooperativo, dos de los seis que actualmente lo integran están desde el comienzo.

“Lo que nos sucedía es que hace 18 años estábamos en Lagomar, en un local enfrente a Tienda Inglesa, por Avenida Giannattasio, y Ciudad de la Costa ha crecido un montón en población, edificación y tránsito vehicular”, dijo. En ese marco, describió que a lo largo de los años sintieron “el cimbronazo del cambio del tránsito”, que el lugar era “neurótico” y además “lleno de cemento”.

Asimismo, comentó que en el exedificio no tenían “más posibilidades de crecer: había complicaciones en cuanto a la habilitación edilicia. Si bien estamos habilitados, siempre había una complicación, siempre había reparos, nunca logramos que nos terminaran de dar el visto bueno, y eso nos tenía muy angustiados, amargados”, esgrimió.

En diciembre del año pasado, de hecho, Domínguez contó que tuvieron que “desarmar aulas que habíamos armado con material liviano, de yeso y demás, y eso nos generó inconvenientes para febrero de este año, que estábamos con reformas; nunca logramos conformar de alguna manera a las inspecciones de la intendencia ni de Secundaria en cuanto a lo edilicio”, manifestó.

“En esa situación un poco incómoda”, dijo, se enteraron, “como pueblo chico”, de que el edificio en donde había funcionado el Colegio San Leonardo estaba libre. Y “de una manera un poco vertiginosa, logramos acordar con la curia y mudarnos al local, que nos abre la posibilidad porque es una zona no transitada, mucho más apacible, tiene espacio a cielo abierto y es arbolado”, concluyó Domínguez.

En comunidad

Uno de los puntos destacados por Domínguez es el trabajo de cercanía con el estudiantado y también con las familias. En ese contexto, ante la mudanza parte de las preocupaciones del equipo cooperativo era cómo las familias y los alumnos iban a recibir la noticia, bajo la consideración de que el año lectivo ya había comenzado. “Pero tuvimos una respuesta maravillosa, los padres y chiquilines ayudaron, se apoderaron de la mudanza, fueron partícipes todo el tiempo: cuando no podíamos más, ver a ellos mover los muebles, limpiar los pisos, te permite sentir que estás por el camino correcto y que es un proyecto de todos”, manifestó la directora.

En resumen, señaló que la respuesta de la comunidad educativa fue “alentadora”. Subrayó, aun así, que queda “todo un trabajo por delante” y que están a la espera de recibir la habilitación edilicia. Hasta el momento, están utilizando una parte del edificio, porque la otra necesita reparación.

“Para nosotros es un orgullo hacernos cargo de un edificio que es patrimonio, y aceptar el desafío de quedárnoslo, transformarlo y cuidarlo, porque lo merece el barrio y Ciudad de la Costa”, dijo. En ese sentido, afirmó que el actual recinto les permite proyectarse “con el espíritu de comunidad y con la identidad de Ciudad de la Costa: “Queremos que los estudiantes vengan en bicicleta, que se sientan seguros en el tránsito, que se apropien del afuera y que no estén con los teléfonos adentro, que podamos disfrutar del lugar donde vivimos”, expresó.

La esencia del centro

Los cooperativistas son profesores. Eso se ha mantenido a lo largo de la historia del liceo Aleph. Domínguez explicó que, además, en algún nivel son profesores de los estudiantes. Por fuera de la cooperativa, el equipo docente es mayor: en total, rondan los 25. “Siempre fue cooperativa porque fue una idea de un grupo de profesores que querían crear el liceo en el que querían trabajar, con el espíritu con el que ellos soñaban trabajar: en forma colaborativa, que cada uno dé lo mejor de sí, que sí importa el conocimiento”, narró. Por otra parte, el nombre, Aleph, parte de un cuento del escritor y poeta Jorge Luis Borges, vinculado al “conocimiento infinito”.

En la actualidad, Domínguez señaló que el centro educativo cuenta con poco más de 60 estudiantes y en cada uno de los salones hay alrededor de 15 o 17. Es un grupo por nivel, de séptimo año hasta segundo año de educación media superior (quinto año), con las orientaciones Científico y Humanístico. “Estábamos muy topeados por el espacio”, explicó, y manifestó la intención de poder expandir la oferta de orientaciones en un futuro, ahora que tienen un espacio mayor.

“Como somos una cooperativa, hay algo que a nosotros en la convivencia nos importa mucho: la convivencia amable”, afianzó Domínguez. Ese camino, dijo, es el necesario para “poder aprender, tener curiosidad y ganas de saber”. En ese marco, aseguró que “hay mucho diálogo e ida y vuelta; los estudiantes tienen voz, se escuchan, pero siempre desde el tono de la convivencia amable, con el buen trato”. “Hay que aprender a trabajar juntos para salir adelante juntos”, resumió.