“En un mundo hiperconectado, la inteligencia artificial (IA) nos desafía a seguir desarrollando una educación de cercanía”, dice la convocatoria de la XXXIV edición del evento Proeducar, organizado por la Asociación Uruguaya de Educación Católica (Audec).
Este año, la asociación desarrolló parte de la actividad en el Auditorio Nacional Adela Reta, del Sodre, y fueron varios los temas elegidos para intercambiar: “Herramientas para el aula, evaluación, infancias y pantallas”, entre otros. Las jornadas presenciales se realizaron el jueves 6, y el 20 de este mes continuarán de forma virtual.
Una de las ponencias fue la de Lorena Estefanell, psicóloga clínica, doctoranda en Psicología y magíster en psicoterapia cognitiva, bajo el título “Convivencia en red: uso responsable de pantallas”.
La psicóloga se encargó de desprender la dicotomía clásica cuando se habla de la tecnología vinculada a niños, niñas y adolescentes: “¿Está bien o mal?”. Contrariamente, propuso, en primer lugar, hay que preguntarse si la IA es “copiloto o competidor”.
De cualquier manera, en segundo lugar, enfatizó en que para responder las preguntas es necesario analizar las variables, que serán determinantes para pensar si la tecnología va a funcionar: “Cómo se use, para qué y cómo funcione en la vida particular del niño, la institución y las diferentes dimensiones de cómo se vinculan los estudiantes”, señaló.
“La tecnología no es ni buena ni mala, es una dimensión, y a mí no me sirve una familia que diga que no ni que sí a la tecnología porque ninguna hace algo fundamental, que es meter el cuerpo para educar la forma en cómo los niños van a convivir con la tecnología”, esgrimió.
En sintonía, manifestó que mientras el mundo adulto se cuestiona si la tecnología es buena o mala, las infancias y las adolescencias no lo hacen y “están fascinados con lo nuevo que aparece”. “En vez de ver cómo controlar el fenómeno, es bueno empezar a ver cómo ajustar el cuerpo para ver qué hacer para que este fenómeno termine traduciéndose en un vínculo saludable con el uso de la tecnología”, especificó.
Por otro lado, recordó que quizás sea “la primera vez” que se asiste en persona a un “cambio tecnológico”, porque la humanidad ha leído de otros a lo largo de la historia, y ha podido ver “el cambio con perspectiva”. “Ahora lo asistimos y podríamos pensar que no es sólo una herramienta, sino una nueva dimensión en las formas de cómo las personas hacemos las distintas cosas”, dijo.
En ese marco, resaltó que “para que las cosas pasen necesito un contexto y un individuo”, es decir, que “no sólo la tecnología causa un fenómeno”. Por esa razón, apuntó a que es necesario que la educación comience a “equilibrar la conversación, porque por lo general no vamos a tener tanta injerencia sobre los ‘patrones oscuros’ de la tecnología” y, por tanto, “hay que intentar incidir en los patrones fundamentales, que son el contexto y el individuo”.
¿Cómo hacer que la tecnología ‘funcione’?
En base a una investigación de Unicef titulada “Niños, niñas y adolescentes conectados”, la psicóloga señaló que “un uso adecuado” de la tecnología se da “cuando se maximizan las oportunidades y se disminuyen los riesgos”.
Ejemplificó con que ante la pregunta “¿celular sí o no en la escuela?”, la afirmación previa puede ser una respuesta. De acuerdo a la especialista, son “el contexto del niño y las habilidades lo que hacen que pueda utilizar la tecnología para aprender y no para otra cosa”. En otras palabras: “Que sea ‘copiloto o competidor’ va a depender de cómo funciona y qué necesitamos para hacerla funcionar”.
En ese contexto, especificó que es importante entender que “no todas las edades son iguales” y que, por tanto, la tecnología “no funciona igual en todas”; “nada es bueno o malo en sí mismo, sino que funciona dependiendo de las características del momento evolutivo de los niños, por tanto, lo que puede ser un riesgo en una edad puede ser una oportunidad en otra” y viceversa, esbozó.
Así es que Estefanell llega a desarrollar la importancia de que los niños, las niñas y los adolescentes logren tener habilidades digitales. “La mayoría de los niños y los adolescentes usan la tecnología en un teléfono personal, lo que va a ser, por tanto, algo privado, y las habilidades digitales van a ser muy importantes, porque se necesita un niño o adolescente que la sepa usar”, dijo.
Para ello, destacó que las habilidades deben de ser enseñadas y estimuladas por un adulto. Si bien consideró que las habilidades necesarias son varias, las agrupó en cinco que consideró imprescindibles para que los niños, las niñas y los adolescentes se vinculen “de forma saludable con la tecnología”.
Las cinco habilidades para usar la tecnología que deben promover los adultos
La primera: “Habilidades técnicas”. Estefanell consideró que es un “error” creer que los niños, las niñas y los adolescentes son “nativos digitales”, ya que “los dispositivos son muy intuitivos y te hacen creer que lo manejan”, pero “no es la única habilidad que se necesita”.
En relación con esto, trajo a colación la segunda habilidad necesaria: la crítica. “El desafío de hoy es que puedan tener la habilidad para vincularse con la información desde una mirada crítica”, apuntó. Hizo referencia a que esta habilidad es necesaria para que puedan distinguir e identificar “qué es lo verdadero, lo falso, lo virtual, lo real, algo que no necesitábamos antes”, de la misma forma que “ahora tampoco necesitamos ciertas habilidades que antes sí”, dijo.
La “seguridad” y la “protección” son la tercera habilidad a la que se refirió la psicóloga. A partir de una muestra de niños y adolescentes uruguayos de 9 a 17 años, dijo que sólo la mitad de los niños y los adolescentes “le había contado a un adulto cuando tuvieron una situación de riesgo” vinculada con la tecnología.
“El mayor problema de la seguridad no está en la red social en la que están, sino que el riesgo más grande es en el vínculo del adolescente o el niño en su pedido”. “La mayor habilidad a desarrollar en ellos es que aprendan a pedir ayuda si tienen un problema”, manifestó en ese sentido.
Aseguró que el riesgo, por tanto, está cuando el niño, la niña o el adolescente no tiene “confianza” y está “desconectado” con el mundo adulto. Y en el contexto de que “el fenómeno será cada vez más privado”, la tercera habilidad a desarrollar es que logren “saber cuándo pedir ayuda cuando sientan que algo se les pueda complicar”.
La cuarta habilidad planteada es parte del título de la exposición: la habilidad para “convivir con otros”. De acuerdo a la especialista, se tiende a creer que la tecnología es la “causante de los problemas de convivencia”, cuando, según su visión, “si bien cambia la forma para establecer una buena ciudadanía digital y convivencia con otros, es una habilidad que les tenemos que enseñar a desarrollar, porque el cerebro tiene que prepararse para resolver problemas más complejos y sofisticados que la supervivencia”.
Por último, la quinta habilidad: “Poder cuidar el bienestar y la regulación de la tecnología”. Estefanell aseguró que el uso de la tecnología está vinculado a la dopamina y que, por tanto, “se requiere una corteza prefrontal muy dominada” para poder regularla. “Controlar las ganas es realmente una habilidad sofisticada”, enfatizó.
Por esa razón, esbozó nuevamente la necesidad de que los niños y las niñas tengan adultos que estimulen esa parte del cerebro. Aun así, subrayó que “la autorregulación del niño no va a ser hasta que sea mucho más grande, entonces tiene que estar heterorregulado por el adulto”.
Los centros educativos y la tecnología
Específicamente en los centros educativos, dijo que deberán tener un plan educativo para regular el consumo de la tecnología, justamente porque es una habilidad que el niño y la niña pocas veces tienen.
Asimismo, aseguró que ese plan educativo “tiene que ser flexible, porque las habilidades digitales para enseñarles lo que vamos a pedir dependerán de que cuanto más estímulo tenga la mente, mejor, entonces, si elegimos que la tecnología sea para entretener, más estímulos y flexibilidad tendrá el cerebro y mejor la va a usar”.
Para cerrar, la psicóloga invitó al público a “pensar qué es lo que este nuevo contexto nos exige como diferente, y que vamos a poder entretenernos diferente, vincularnos diferente, buscar información diferente, hacer cosas diferentes”. En esa línea, llamó a “hacer funcionar esa diferencia, pensando que cuantas mejores habilidades tengan los niños, mejores vínculos construirán en cuanto más educadores lo enseñen”.