La prohibición de celulares en las aulas es una medida que gana adeptos en el mundo. Se han realizado algunas experiencias que se consideran exitosas, de acuerdo a los objetivos propuestos inicialmente, y otras que se han abandonado por resistencias que encontraron. En el contexto local, esta parece ser una medida necesaria, al punto de estar considerando un proyecto de ley con los mismos objetivos. Por ello, es interesante revisar con detalle algunas experiencias y reflexionar sobre qué significa prohibir en un aula la tecnología de comunicación, tal vez, más importante del mundo contemporáneo.
La educación en tiempos de wifi: ¿aliados o enemigos en el aula?
Durante 2018, en Francia se implementó una prohibición nacional que había sido un compromiso de campaña del presidente Emmanuel Macron, que respondía a un aparente clamor general. La medida, que tomaba un antecedente previo de 2010, prohibió el uso de dispositivos electrónicos de comunicación (teléfonos, tablets o relojes con conexión telefónica, por ejemplo) durante las horas de clase, recreos y actividades extracurriculares (actividades deportivas, excursiones y viajes escolares) en instituciones prescolares, primarias y durante el primer ciclo de educación secundaria.
Con ella se buscaba combatir la distracción en las aulas, el ciberacoso y la adicción a los dispositivos móviles entre los jóvenes. El gobierno francés argumentó que los celulares afectaban la concentración de los estudiantes y su capacidad para socializar durante los recreos. En 2024, esta política se amplió a los bachilleratos (en 200 liceos de prueba) y, a su vez, se les exige a los jóvenes entregar sus teléfonos en la recepción de la institución. La ley de 2018 les permitía conservarlos, aunque no los pudieran usar.
En cuanto a los resultados, según informes del Ministerio de Educación francés, la medida ha ayudado a reducir las distracciones en clase y ha fomentado una mayor interacción social entre los estudiantes durante los descansos. No obstante, también se menciona la dificultad para hacer cumplir la norma y que muchas veces las familias se quejan por la dificultad para comunicarse con sus hijos en casos de emergencia, o no tanto.
China y Brasil: entre la cancelación y el abrazo
Por su parte, China prohíbe que los estudiantes lleven teléfonos móviles a las escuelas primarias y secundarias desde 2021. La medida conlleva prohibir su uso en la sala de clases, pero pueden eventualmente llevar sus teléfonos celulares al establecimiento escolar, con autorización expresa de los padres y del colegio. Muchos estudiantes usan sus celulares para pagar servicios de transporte o comprar comida, por lo que se hace necesario manejarlo fuera del aula.
Según reportes, el gobierno chino buscó proteger la salud visual de los estudiantes, mejorar su concentración en clase y reducir la adicción a los dispositivos móviles con esta política. También se argumentó que el uso excesivo de celulares contribuye al bajo rendimiento académico y al aislamiento social que preocupa a las autoridades.
La prohibición de celulares en las escuelas de China ha mostrado resultados mixtos. Según un informe del Ministerio de Educación de China (2022), la medida redujo las distracciones en clase y mejoró el rendimiento académico en algunos estudiantes, pero también generó desafíos, como la dificultad para comunicarse fuera del horario escolar y la resistencia de algunos alumnos y padres. Además, un estudio de la Academia China de Ciencias Sociales (2023) señaló que, aunque disminuyó el uso excesivo de dispositivos, algunos estudiantes recurrieron a alternativas como tablets o relojes inteligentes. La política sigue siendo evaluada para ajustar su implementación.
En Brasil, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva anunció en 2023 una disposición similar con el objetivo de mejorar el rendimiento académico y reducir las distracciones para toda la educación básica (prescolar, primaria y secundaria). Igualmente, se busca combatir problemas como el ciberacoso y la exposición a contenidos inapropiados entre los estudiantes. Según la prensa, el mandatario justificó la medida porque “el ser humano nació para vivir en comunidad” y precisa “abrazos, miradas y atención”. No obstante, en este caso los celulares pueden volver cuando se considere que su uso tiene fines pedagógicos.
Aula versus pantalla: ¿quién gana la batalla?
No todas las experiencias han dado los resultados esperados; algunas se han tenido que abandonar. En las escuelas públicas de Nueva York se implementó una prohibición entre los años 2007 y 2015. Inicialmente, la preocupación fue también sobre usos indebidos de los celulares, como el acoso escolar, la distracción en clase y el riesgo de que los estudiantes usaran los dispositivos para hacer trampas en exámenes.
La medida afectaba a más de un millón de estudiantes en escuelas públicas, quienes no podían llevar sus teléfonos a la escuela y para ello se instalaron detectores de metales para hacer cumplir la norma. Algunas escuelas permitían que los estudiantes dejaran sus dispositivos en casilleros fuera del edificio. La prohibición fue controvertida; muchos padres y estudiantes argumentaron que era una medida excesiva y que dificultaba la comunicación en caso de emergencias. En 2015, el alcalde Bill de Blasio levantó la prohibición, permitiendo que cada escuela decidiera su propia política sobre el uso de celulares.
Sin embargo, en enero de 2025 se volvió al paradigma prohibicionista. La gobernadora de Nueva York, Kathy Hochul, propuso una legislación para vedar los teléfonos celulares en las aulas de las escuelas públicas, afirmando que la medida es necesaria para brindar a los estudiantes un "ambiente de aprendizaje libre de distracciones".
Según un artículo en Bloomberg, Hochul afirmó que la legislación busca abordar las preocupaciones sobre la salud mental y el rendimiento académico asociadas con el tiempo excesivo frente a la pantalla. Alrededor del 70% del profesorado de secundaria afirma que la distracción de los estudiantes con teléfonos móviles es un problema importante en sus aulas, según una encuesta del Pew Research Center.
Uruguay: La educación en modo avión
En Uruguay, por su parte, el diputado del Partido Colorado Maximiliano Campo presentó en febrero de este año un proyecto de ley que busca prohibir el uso de celulares y otros dispositivos electrónicos portátiles durante las clases, recreos e intervalos en todas las instituciones de educación inicial, primaria y media dependientes de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP). La iniciativa también propone que la ANEP impulse campañas de concientización dirigidas a estudiantes, familias y docentes sobre los efectos negativos del uso excesivo de pantallas, destacando su impacto en la salud mental, física y emocional de los jóvenes.
La prohibición sin reflexión genera tentación y ante la restricción muchas veces los niños se aventuran a explorar sitios y redes con menores mecanismos de control y filtro.
En términos generales, la tendencia internacional prohibicionista parece buscar tres objetivos simultáneamente: aumentar los tiempos de concentración o foco, promover la socialización fuera de las pantallas y evitar los fenómenos de violencia o acoso en las redes. En distintos casos, aparecen razones alternativas como proteger la salud visual o evitar la navegación en sitios inapropiados para menores.
No obstante, el corpus académico todavía no respalda ninguna hipótesis de este paradigma. No hay mucha investigación concluyente que nos muestre hasta qué punto los celulares por sí mismos afectan la salud mental de los niños. Tampoco parece encontrarse una correlación específica entre el uso del celular per se y la violencia entre pares, por ejemplo. En algunos casos, incluso, se menciona que la exclusión durante ciertas edades en espacios virtuales aisla e invisibiliza. Obviamente, en términos de atención, parece bastante lógico que un adolescente se vea tentado a revisar sus redes de comunicación antes que seguir una clase, de la misma manera que una conversación se interrumpe si hay un televisor prendido. Pero en este caso, a nadie se le ocurre prohibir los televisores; más bien se considera que con apagarlos es suficiente.
Lo que sí se ha observado es que la prohibición sin reflexión genera tentación y, ante la restricción, muchas veces los niños se aventuran a explorar sitios y redes con menores mecanismos de control y filtro, quedando expuestos a otro tipo de mensajes. A su vez, la mayor parte de las plataformas muestran un doble discurso en donde aparentan cuidar a los menores, pero sus algoritmos no lo hacen. Un camino posible es insistir en desarrollar filtros reales y efectivos para las infancias y adolescencias en redes y plataformas.
¿Apagar el celular supone encender el cerebro?
El discurso prohibicionista hace énfasis en los daños que ocasiona la tecnología y establece una contradicción que subyace a esta lógica: las tecnologías de la comunicación se enfrentan, contradicen y molestan los procesos de aprendizaje. La postura prohibicionista llega al extremo de anular cualquier contacto con la tecnología, en algunos casos, incluso incautando el dispositivo antes de entrar a la escuela. De cierta forma, se entiende que si los niños conservan los aparatos (incluso cuando su uso está prohibido), de todas formas buscarán burlar la norma.
En esta línea, la investigadora canadiense sobre nuevos medios para las infancias, Sara Grimes (Universidad de Toronto), sostiene que al prohibir el celular en las aulas se impide aprender sobre ellos. Si el celular se concibe como un medio de comunicación para el cual hay momentos y lugares, y se lo trata como un objeto que requiere cierta prudencia, donde tanto niños como adultos puedan pensar sobre su uso y contenidos, tal vez no sea necesario prohibirlo, sino más bien desarrollar herramientas para apropiárselo como parte de un proceso de construcción del pensamiento crítico.
La tecnología transforma nuestra vida cotidiana, y nos impone mecanismos novedosos de vinculación y comunicación, y estos procesos no necesariamente (o no siempre) obstaculizan la reflexión y el aprendizaje. Prohibir inhibe hablar sobre el problema, no supone poner reglas consensuadas, no invita al diálogo sobre posibilidades y desafíos, no permite llegar a acuerdos o descubrir nuevas maneras de ser (digital). Prohibir es cancelar y cubrir con un manto de culpa las expresiones que se producen en ese espacio. La prohibición es de cierta forma una claudicación, hija del miedo ante lo que todavía nadie comprende del todo.
Mónica Stillo Mello es licenciada en Ciencias de la Comunicación y docente sobre tecnologías y educación.