El domingo tendremos el primer y único debate entre candidatos a la presidencia de esta campaña electoral. La obligatoriedad establecida por ley en 2019 abrió la posibilidad en nuestro país de contar en cada campaña electoral con al menos un debate entre candidatos presidenciales para quienes disputen la segunda vuelta. En una débil tradición nacional de debates electorales, y en un escenario altamente competitivo de cara al balotaje, la instancia surge como una oportunidad para ambos candidatos de destacarse, o también deslucirse, frente a la última y decisiva semana de campaña.
La importancia de los debates electorales, el aporte al fortalecimiento de la democracia o la capacidad de modificar el voto son discusiones que no han perdido vigencia. La producción académica de las últimas décadas destaca los debates entre candidatos presidenciales como formas de acercar información útil a la ciudadanía, dar a conocer las candidaturas, sus propuestas y diferencias programáticas, y fortalecer el debate público en las campañas electorales, aspectos que refuerzan la calidad democrática.
Con relación a la capacidad de los debates de cambiar el voto, los estudios en la materia dan cuenta de cambios poco significativos en las preferencias de los ciudadanos, sobre todo aquellos más interesados en la política, quienes reafirman su intención de voto o validan los posicionamientos. Sin embargo, otros estudios puntualizan sobre la capacidad de los debates de influenciar las preferencias de ciudadanos más indecisos o alejados de la vida política. A modo de ejemplo, una investigación sobre la influencia en el voto de cuatro debates electorales ocurridos en Estados Unidos entre 2000 y 2012 concluyó que el 14% de quienes vieron el debate se definió por algún candidato a partir de este, la mitad de ellas personas indecisas (McKinney & Warner 2013).1
De todas formas, es importante separar el impacto del debate en el resultado electoral, de la impresión sobre el mejor o peor desempeño de los candidatos. La percepción de la ciudadanía sobre un ganador del debate no implica necesariamente que acumule votos que o se generen cambios bruscos en la intención de voto. Considerando una de las instancias más recientes, la apreciación generalizada sobre un mejor desempeño de la vicepresidenta Kamala Harris en el debate presidencial con el recientemente electo Donald Trump no se tradujo en un resultado favorable para la candidata demócrata.
En el actual contexto, el desarrollo de las tecnologías de la comunicación y en particular de las redes sociales amplifica las repercusiones que pueda tener el debate televisivo, durante la transmisión –al generarse un debate paralelo en las redes sociales, donde se reacciona o comentan las propuestas o actitudes de los candidatos–, pero sobre todo luego de este. Los hitos o momentos memorables del debate pueden tornarse muy relevantes en las redes sociales, donde la reproducción masiva de videos recortados, comentarios y hasta “memes” sobre lo ocurrido puede tener un alcance o impacto mayor que el propio debate, sobre todo en una ciudadanía más alejada de la campaña electoral.
El formato como estrategia
En las últimas décadas varios países de América Latina, como Argentina, Colombia, México y Costa Rica han incorporado los debates presidenciales como obligatorios. En la región se destaca Brasil, donde se registraron los primeros debates presidenciales en la década de 1960, en una práctica determinada en la ley electoral, extendida no sólo para la campaña presidencial, sino también para la de gobernadores. Es común que en estos países se lleve a cabo más de un debate presidencial a lo largo de la campaña.
Nuestro país ha sido desde la reapertura democrática muy inconstante en la realización de debates presidenciales. Entre 1984 y 1994 se realizaron debates entre candidatos a la presidencia, tanto mano a mano como entre varios candidatos. Tras la ausencia durante 25 años de debates presidenciales, se realizaron en 2019 tres debates entre precandidatos en las elecciones internas de 2019,2 además del obligatorio, previo al balotaje, incorporado a la normativa nacional ese mismo año. Esta ley establece que la organización del debate, así como la definición de sus reglas, estarán dispuestas por la Corte Electoral para cada ocasión, en acuerdo con los participantes y moderadores.
Frente a la estrecha distancia entre ambos candidatos, la cercanía al día del balotaje, así como la amplia cobertura mediática, arriesgarse a generar un hecho sorpresivo en el debate puede resultar considerablemente beneficioso.
Las reglas del debate estructuran fuertemente el formato del discurso e intercambio, y en consecuencia las estrategias que los comandos de campaña y los propios candidatos desplegarán. En términos generales, los debates pueden estar cronometrados (con bloques definidos en contenido y minutos), contar con preguntas abiertas o cerradas por parte de los moderadores (periodistas), así como pueden habilitar o no la interrupción o el diálogo libre y abierto entre los candidatos. La negociación y acuerdo de las condiciones entre los actores que integran el debate aparta las posibilidades de acordar espacios de mayor improvisación o exposición de los candidatos, como puede ser implicar un diálogo desestructurado.
Los formatos del debate de 2019 y del que se realizará el próximo domingo son similares, organizados en una estructura de bloques temáticos cronometrados, con mensajes de exposición inicial y final. Ninguno habilita la interrupción entre los candidatos, ni fija un espacio para el intercambio libre entre los candidatos, lo que limita la posibilidad de un diálogo espontáneo.
El que no arriesga no gana
Los candidatos de los dos partidos más votados han llevado adelante estrategias de campaña conservadoras, moderadas, de un cuidado extremo de palabras y posicionamientos, a fin de no perder apoyos y acercarse a una ciudadanía más alejada de la política. Los datos que surgen de las distintas encuestadoras que han publicado datos en los últimos días dan cuenta de un escenario altamente competitivo, donde el candidato frenteamplista Yamandú Orsi cuenta con una leve ventaja frente a Álvaro Delgado.
En este contexto, es esperable que para este debate ambos candidatos extremen cuidados para no trastabillar, y que el mínimo gesto, reacción o comentario erróneo pueda ser utilizado en su contra. Sin embargo, este exceso de cuidado puede desperdiciar una sustancial oportunidad para brillar y que propuestas, argumentos o actitudes disruptivas impacten positivamente en un núcleo de votantes volátil o indeciso, tanto durante como luego del debate.
En sintonía con el contexto internacional, en nuestro país la amplia mayoría de la población no cree que el debate impacte a la hora de determinar su voto. La consultora Nómade3 registró que cerca de ocho de cada diez uruguayos no considera importante el debate para definir su voto, mientras que el 15,4% sí lo hace. Frente a la estrecha distancia entre ambos candidatos, la cercanía al día del balotaje, así como la amplia cobertura mediática y centralidad que en la agenda pública tiene el debate presidencial, arriesgarse a generar un hecho sorpresivo puede resultar considerablemente beneficioso, principalmente en las repercusiones posteriores: la difusión en las redes sociales amplifica el alcance del mensaje en medios digitales de comunicación, que no conocen de vedas electorales.
Por último, quería hacer una especial mención al contenido temático definido para esta instancia. Tres de los temas definidos en este debate se repiten en relación con el último: economía, seguridad (las principales preocupaciones de los uruguayos) y desarrollo humano, áreas claves para la gestión de cualquier gobierno. Además, en este debate se suman educación e innovación, mercado de trabajo y seguridad social.
Ahora bien, la definición de las áreas temáticas a abordar también da cuenta de una prioridad de los comandos de campaña y también del futuro gobierno. Es preocupante que en un año (y en particular en esta semana) estremecedor de hechos horrorosos de violencia de género, femicida, infanticida, institucional y sexual, no se aborde como una dimensión específica las múltiples violencias que nos atraviesan, así como se ausentan, una vez más, las infancias y adolescencias. Un debate central, si queremos pensar en el futuro.
Tamara Samudio es politóloga.
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McKinney & Warner (2013). Do presidential debates matter? Examining a decade of campaign debate effects. ↩
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Debatieron Óscar Andrade (Frente Amplio) y Ernesto Talvi (Partido Colorado), Jorge Larrañaga (Partido Nacional) y Carolina Cosse (Frente Amplio), y en otra instancia, Gustavo Salle (del entonces Partido Verde Animalista) y César Vega, del Partido Ecologista Radical Intransigente. ↩
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Un total de 78,7%. Datos publicados por Nómade Comunidad Consultora el 15 de noviembre en su página web. ↩