La elección interna de los partidos presenta una regla singular que trastoca buena parte de los supuestos tradicionales de la competencia electoral en nuestro país. La no obligatoriedad del voto vuelve única esta elección, pues la ignorancia sobre el nivel de participación afecta las estrategias de los competidores y la percepción que los ciudadanos tienen sobre la contienda.

Los reformadores de la Constitución de 1997 pensaron –con razón– que las elecciones internas debían ser competencias intrapartidarias en las que participaran los ciudadanos que se identifican con los partidos. La fortaleza y el prestigio de los partidos nunca fue puesta en duda, como tampoco la posibilidad de que el número de simpatizantes y adherentes cayera, como ocurre en otras latitudes. Sin embargo, una vez implementada la elección interna descubrimos que la fidelidad a las enseñas partidistas no es tan grande como se suponía. Mientras que el promedio de participación con voto obligatorio en las elecciones nacionales nunca baja del 90%, en las internas ese porcentaje es menor y tiende a la baja. En 1999, votó el 53% del electorado; en 2004, el 46%; en 2009, el 45%; en 2014, el 38%, y en 2019, el 40%. Lo llamativo del caso es que el público que vota en las elecciones internas se parece poco al que vota en las elecciones de octubre y noviembre.

Los estudios realizados luego de cada elección interna muestran que los electores de junio presentan atributos muy específicos: son ciudadanos que se sienten próximos a los partidos, cuentan con un mayor nivel educativo y, sobre todo, están mucho más interesados en política que el resto.1 En consecuencia, este segmento del electorado no se comporta exactamente igual que el resto y eso puede ser decisivo para el resultado final de la elección.

Para ilustrarnos sobre la marcha de la competencia, los encuestadores preguntan sobre las preferencias acerca de los candidatos del partido al que el encuestado votaría “si las elecciones se realizaran el próximo domingo”. Los resultados que brindan esas respuestas presentan un sesgo problemático, pues las preferencias de los que no participarán en la interna (una mayoría del padrón) afectan necesariamente el resultado. Más recientemente, los encuestadores comenzaron a preguntar sobre la decisión de ir o no a votar en junio. La información que brindan esas respuestas permite segmentar la intención de voto y saber concretamente cuál es el comportamiento de los votantes que dicen participar. Estos datos son mucho más robustos que los primeros, aunque presentan un mayor error estadístico (la muestra es más pequeña) y cuentan con el problema –sin solución– de la sinceridad del encuestado.2

Hasta el momento, los resultados de las encuestas indican que sólo la interna del Partido Nacional parece ajena al problema del sesgo del electorado agregado. La ventaja de Álvaro Delgado sobre Laura Raffo, su más inmediata competidora, es sistemática y supera los 20 puntos porcentuales en todas las mediciones. Segmentando o no por participación, el resultado siempre es el mismo.

El Partido Colorado presenta una situación exactamente opuesta. La baja intención de voto del partido combinada con la fragmentación de la oferta de candidatos impide realizar estimaciones serias y el ejercicio de segmentación según decisión de participación en las internas no hace otra cosa que empeorar los niveles de comprensión. Por tanto, la interna colorada resulta inescrutable, aunque los resultados divulgados pueden ser útiles para identificar cuáles son los candidatos que pueden aspirar a la nominación del partido (Robert Silva, Tabaré Viera, Andrés Ojeda y, tal vez, Gabriel Gurméndez).

La competencia interna en el Frente Amplio (FA) también presenta dificultades, pero el tamaño del partido y la concentración de la oferta favorece el estudio segmentado y la formulación de algunas conclusiones. Los datos divulgados por las encuestadoras muestran que cuando se toma en cuenta la muestra representativa del conjunto del electorado, Yamandú Orsi cuenta con una intención de voto próxima o superior al 50%, con una distancia del entorno de los diez puntos porcentuales sobre Carolina Cosse. Pero cuando se segmentan los resultados considerando sólo las respuestas de los que seguramente irán a votar, la diferencia se acorta drásticamente (de tres a cinco puntos porcentuales). Esto indica que, mientras Orsi logra una mejor performance en el electorado de octubre, Cosse consigue una mejor llegada en el electorado de junio. No es tanto que Orsi se derrumbe, sino que Cosse mejora su performance en forma evidente debido a que sus votantes están más próximos a los sectores internos del partido y manifiestan mayor interés en política. Habría, entonces, una relación lineal entre el nivel de participación y la distancia en la intención de voto entre ambos candidatos. Dicho en otras palabras, a mayor participación de los frenteamplistas en las internas de junio, mayor probabilidad de triunfo de Orsi, y viceversa.

Con esta estructura de competencia, adquieren relevancia algunos factores que no siempre son tomados en cuenta a la hora del análisis. El primero es el de las maquinarias partidarias. Repartir hojas de votación, llevar personas a votar y llevar adelante acciones que movilicen al electorado pueden ser tareas decisivas para resolver una competencia tan pareja. Imagino a los principales soportes de ambos candidatos (el Movimiento de Participación Popular y el Partido Comunista de Uruguay) preparando detalladamente la logística de esta elección, a sabiendas de que un buen desempeño podría llegar a ser la diferencia que otorgue el triunfo. Mientras la estructura de Orsi necesita que todos los inclinados a votar al FA concurran a las urnas, la estructura de Cosse necesita que vayan los que efectivamente están dispuestos a votar por ella. Objetivos diferentes para alcanzar un mismo objetivo.

El segundo factor a mencionar es el de la distribución territorial del voto partidario en junio. Las últimas tres elecciones muestran llamativas regularidades que deberían ser tomadas en cuenta por los planificadores de campañas. Independientemente de la votación que alcanza el partido en las internas, el 64% de los votantes provienen de Montevideo y Canelones. A su vez, los diez departamentos que forman la “medialuna” que va de Salto hasta Rocha reúnen el 87% de los electores de junio.3 La concentración de esfuerzos en ciertos distritos puede hacer una diferencia sustantiva, pero la activación de otros que a priori podrían ser desechados también favorecería un resultado positivo.

Como podrá apreciarse, las internas de junio son elecciones complejas, sobre todo cuando existe una competencia equilibrada entre dos candidatos dentro de un partido grande o cuando la competencia se dispersa entre muchos en un partido pequeño. La ignorancia respecto al nivel de participación de la ciudadanía genera múltiples problemas para los competidores, los votantes y los encuestadores. Con eso tienen que lidiar propios y extraños.

Sin embargo, no todo es tan malo. Cabe recordar que la incertidumbre electoral es oxígeno puro para la supervivencia de las democracias. Cuando los electores entienden que su voto puede influir en el resultado, el apoyo al régimen democrático se fortalece. Parecería que, dadas las circunstancias, no hay mejor oportunidad para que ello sea así que las internas de los partidos del mes de junio.


  1. Ver, por ejemplo, Zuasnábar, Ignacio. 2009. “Evaluación de las elecciones internas. Análisis y perspectivas de las elecciones nacionales de octubre”, presentado en la conferencia “Monitor de campaña electoral 2009, segunda sesión”, Universidad Católica del Uruguay. 

  2. En un país como Uruguay, donde el voto es concebido como un deber supremo, decirle al encuestador que no se irá a votar puede ser una respuesta difícil de brindar. Aun así, la segmentación según la inclinación a participar nos aproxima a un conocimiento más sólido sobre el estado de la competencia. 

  3. La desviación estándar de ambos promedios es de 0,01.