Las historias de aborto en Uruguay son muchas –sólo el año pasado hubo más de 10.000– y muy variadas. En la diaria buscamos el testimonio de mujeres que pasaron por esta situación y en distintas charlas les pedimos que nos contaran en primera persona cómo fue su experiencia. Este es el caso de una mujer argentina, nacionalizada uruguaya, que en medio de un viaje en Brasil detectó un embarazo con el que no quería continuar. Su experiencia se puede leer a continuación.

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Fue en 2017. Estaba de vacaciones en Brasil, había tenido una relación totalmente consentida, totalmente inconsciente, sabiendo los riesgos. Me enteré de que quedé embarazada y supe que no lo quería tener. Me puse a tocar a todas las feministas de Brasil y me dijeron: “No, no, olvidate, acá es ilegal. Mirá si llega a pasar algo, si se te consigue el misoprostol y te pasa algo podés ir presa. Andá a Uruguay, que es legal”, porque yo vivía en Uruguay desde 2007.

Tenía una amiga que era partera y ella me inicia el primer paso, pide la consulta, yo estando en Brasil. Después vine derecho al SMI, fui a mi mutualista y ya desde la entrada tuve que enfrentarme a una situación. Dije: “Hola, mirá, vengo por una IVE”, y ya te miran… Por más que sea legal, te miran, es una mirada que en el momento una la siente. Yo no quería contar al principio. Al día de hoy, van diez años de la ley y el estigma con la mujer que aborta sigue estando, lamentablemente.

Antes había tenido otra situación y es que el análisis de sangre para confirmar el embarazo me lo querían agendar para la semana siguiente. ¿Qué pasa? Es lo que siempre decimos: la ley se presume conocida, pero si vos no vas y decís “la ley dice que me tenés que dar para hoy o para mañana”, se vulneran los derechos.

Al final me hice al otro día el análisis de sangre y al mediodía la ecografía. Y ahí fue la otra situación. El pase decía “urgente el resultado, ecografía transvaginal por IVE”. Me llama el ecógrafo, un veterano, y me dice: “Adelante, pasá, mami”.

Yo estaba segura, no lo iba a tener, pero si estaba con la duda, eso puede operar en contra; si estás ahí y te dicen “mami” quedás descolocada. Después me dice “levantate la remera” y ahí digo: “No, perdón, ahí dice transvaginal”. Él me dice que prefiere hacerla en el abdomen porque se ve mejor la ecografía y no lo dejé pasar: le dije que no necesitaba ver nada porque era para una IVE.

Finalmente me hace la ecografía, pero dice que no ve nada. El saco del embrión estaba vacío. Ahí me insiste con que el test de embarazo me podía haber dado mal, pero le digo que el análisis de sangre era positivo. Insiste con que el error había sido mío y le digo que me dé pase a la Policlínica de Salud Sexual y Reproductiva para que me den el misoprostol.

Me dice que no, que hay que repetir el estudio en 15 días porque no se formó el embrión. Yo no tenía ganas de que este bebé crezca, de que este embrión se forme, quería que me diera el pase a la policlínica, pero insistía con que no me podía dar el pase hasta que se forme el embrión. Todo esto [lo hizo] un ecógrafo, no un médico. O sea, con un poder, con una opinión médica, sin serlo.

Después logré pasar al siguiente paso y tuve la entrevista con la psicóloga, la trabajadora social y el ginecólogo. Me explican toda la situación e insisten bastante con todas las ayudas que me puede dar el Estado si quiero continuar con el embarazo, pero yo les decía que lo tenía claro, que no iba a continuar.

El ginecólogo, un divino, un canchero, ve la ecografía, me dice: “Acá no hay nada”. Le digo lo que me había pasado con el ecógrafo y comenta: “¿Para qué quiere embrión?”, le digo que no sé, que yo estaba segura, y él dice: “Listo, tenés que expulsar ese saco”. Me dio mi receta y ahí se terminó. No tuve que pasar por el tiempo de pensar, porque en realidad no había nada: si no lo expulsaba con medicación me iban a tener que hacer un raspaje después.

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Lo hice con esta amiga partera, en casa. El aborto es legal, pero las mujeres abortan solas, en su casa, bancándose el dolor. No es fácil. Yo sé que estaba con mi amiga, que era partera, que sabía cómo me tenía que posicionar para que el dolor fuera menor. Yo lloraba y me agarraba de ella.

Después de tres días seguía sangrando, entonces fui a la guardia para ver si estaba todo bien, porque no sabés, te dejan sola en tu casa y no tenés idea. Me dijeron que efectivamente quedaba todavía tejido o algo para expulsar, que no estaba todo, y repetí la medicación; ese segundo procedimiento fue también doloroso. Esperé una semana, más o menos, y volví a la guardia y salió todo bien.

Yo tenía a mi amiga que me decía: “No cuelgues, andá de nuevo a ver si está todo bien”, pero [para] quien no tiene esa red de profesionales o de gente que al menos conozca cómo es el tema es complicado.