Burulai Turdaaly Kyzy tenía 20 años y vivía en Sosnovka, un pequeño pueblo en las afueras de Biskek, la capital de Kirguistán. La joven estaba en pareja y tenía planeado casarse en agosto de este año. Sin embargo, su destino cambió en abril, cuando un conductor de ómnibus se obsesionó con ella y la secuestró para obligarla a contraer matrimonio. Esa vez, su familia pudo encontrarla e impidió un casamiento forzado. Ella, por miedo, se mudó a otra ciudad con una tía. El 27 de mayo volvió al barrio para pasar unos días con sus padres antes de que terminara Ramadán. De camino al supermercado, el chofer la volvió a raptar, y, tras la alerta de los familiares de la joven, los dos fueron detenidos por la Policía. En un episodio que nadie pudo aclarar, fueron encerrados solos en la misma celda. Unos minutos después, Turdaaly Kyzy fue asesinada a puñaladas. En el cuerpo tenía talladas las iniciales de ella y de su asesino.
Este caso tuvo difusión en los medios locales por la brutal violencia explícita del caso, pero es apenas uno de los miles de secuestros que sufren las mujeres kirguisas año a año para ser forzadas a casarse. La práctica es conocida en el país como ala kachuu, que significa “agarrar y huir”. Tiene diferentes modalidades, aunque en general consiste en que un hombre –solo o con la ayuda de amigos o familiares varones– secuestra a una mujer y la lleva a su casa para, una vez allí, obligarla a contraer matrimonio. Ella debe escribir una carta a su familia explicando su consentimiento y luego colocarse en la cabeza el jooluk, un pañuelo que simboliza su aceptación del matrimonio.
Muchas veces, las mujeres secuestradas son violadas para que después se vean obligadas a aceptar el matrimonio para no deshonrar a su familia por haber mantenido relaciones sexuales extramaritales, en una sociedad sumamente patriarcal, conservadora y machista. Esto sucede incluso si la mujer es forzada a pasar la noche en la casa del secuestrador pero no es abusada sexualmente. “Después del secuestro, se asume que estas mujeres ya no son más vírgenes. Además, si se resisten al matrimonio, podrían ser percibidas como tercas y beligerantes, y volverse así menos atractivas para otros potenciales pretendientes”, dice un informe del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA, por sus sigla en inglés).
Las más afectadas por esta práctica son las adolescentes y las jóvenes: el estudio de UNFPA descubrió que el promedio de edad de las novias secuestradas en Kirguistán es de 19 años.
Aunque el país asiático prohibió el secuestro de novias en 2013 y el matrimonio infantil en 2016, alrededor de 12.000 niñas y adolescentes son secuestradas para casarse todos los años, según el estudio “Secuestro de novias en Kirguistán” publicado el año pasado por investigadores de la Universidad Duke de Estados Unidos. Esto representa a una de cada diez niñas y adolescentes, de acuerdo con la organización internacional Girls not Brides. En el mismo sentido, en un informe publicado en junio la Organización de las Naciones Unidas concluyó que 13,8% de las mujeres kirguisas menores de 24 años se casaron por alguna forma de coerción.
A pesar de que es ilegal, los hombres que secuestran novias en raras ocasiones son perseguidos por la Justicia. Incluso, organizaciones de defensa de los derechos humanos han denunciado que la Policía y los fiscales no sólo ignoran este tipo de denuncias, sino que a veces exigen que el asunto sea resuelto entre las familias, dentro del ámbito doméstico.
“En Kirguistán, un hombre tiene más posibilidades de ir a prisión si roba una oveja que si rapta a una mujer. El riesgo de ser procesado es muy bajo, mientras el castigo por robar ganado es de 11 años de cárcel”, contó a modo de ejemplo Altyngul Kozhogeldieva, miembro de la Federación Nacional de Comunidades Femeninas de Kirguistán, que lucha contra la violencia de género en el país. Una vez más, la tradición supera a cualquier legislación vigente.
Uno de los autores de la investigación de la Universidad Duke, Charles Becker, dijo después de publicar el estudio que en la sociedad kirguisa hay cierta “tolerancia” al secuestro de novias, a pesar de que es ilegal. “El estigma de haber sido secuestrada no parece ser grande entre los kirguisos y la gente está dispuesta a discutirlo abiertamente, incluso con extraños”, consideró Becker. “Nuestro siguiente paso es explorar por qué la práctica de secuestro es aceptada extraoficialmente en un país que recientemente tuvo una mujer presidenta”, agregó, en referencia a Roza Otunbáyeva (2010-2011).
Las mujeres que se casan después de haber sido raptadas sufren graves consecuencias físicas, emocionales y sociales. La mayoría de ellas todavía están en el liceo cuando son raptadas y abandonan los estudios al casarse, por lo que tienen menos chances de conseguir trabajo y ninguna de tener independencia económica.
Por otra parte, el estudio liderado por Becker mostró que los bebés nacidos de estos matrimonios suelen pesar entre 80 y 190 gramos menos que los demás. Los investigadores no pudieron descifrar por qué nacieron más pequeños, pero plantean la posibilidad de que tenga que ver con el trauma psicológico que sufrió la madre víctima de un matrimonio forzado, según explicó Becker.
Un fenómeno extendido
El matrimonio por secuestro es una práctica que no se da solamente en Kirguistán, sino que se repite hace siglos en muchos rincones del mundo. Se reproduce con más frecuencia en zonas rurales, en el seno de sociedades de fuerte carácter patriarcal. Una larga serie de denuncias, testimonios y documentos prueban que es una práctica que sigue teniendo lugar en otros países de Asia Central, así como en el Caúcaso y en África, en pueblos tan diversos como el gitano en Europa, el hmong en Asia, el tzeltal en México y el yanomami en la selva amazónica.
La esencia es la misma en todos lados: un varón agarra a la fuerza a una mujer, la lleva a su casa y la obliga a contraer matrimonio. Sin embargo, las modalidades de secuestro varían según la región. En Kazajistán, por ejemplo, el rapto de la novia se divide entre secuestros no consensuados y consensuados. En los primeros, el secuestrador obliga a la mujer a irse con él, ya sea a través del engaño (por ejemplo, la intercepta en la calle y le ofrece llevarla a su casa) o a la fuerza. Una vez en la casa del hombre, una de sus familiares femeninas ofrece a la mujer el pañuelo del consentimiento y pide que escriba la carta a su familia explicando que no fue llevada en contra de su voluntad.
Lo que sucede en los secuestros “consensuados” es que la mujer tiene la opción de rechazar estos dos pasos. En estos casos la familia del hombre, por lo general, emite una disculpa oficial a la familia de la mujer. Se han registrado casos en los que, después de la disculpa, el hombre de todas formas propone comprar a la novia y la familia acepta.
En Karakalpakistán, una región autónoma en Uzbekistán, casi una quinta parte de todos los matrimonios se llevan a cabo mediante el secuestro de novias. Organizaciones civiles locales asocian el aumento de los secuestros a la inestabilidad económica: los secuestros evitan tanto el alto costo de la ceremonia como cualquier precio que imponga la familia sobre la mujer. Otros afirman que los hombres más propensos a raptar mujeres para casarse son aquellos con estudios inferiores o problemas de consumo problemático de sustancias.
En el Cáucaso, los matrimonios por secuestro son una tendencia creciente en países como Georgia y Azerbaiyán, al sur de la región, así como en Daguestán, Chechenia e Ingusetia, al norte. Acá también, como en Kirguistán, la cuestión de la vergüenza que puede generar la supuesta “consumación” del matrimonio juega un papel clave: si las mujeres no aceptan, a menudo sus familiares intentan convencerlas.
En algunas culturas, como en la azerí, algunas de las mujeres secuestradas pueden convertirse en esclavas de la familia del hombre. Esto sucede pese a que una ley promulgada en 2005 criminaliza el rapto de novias. La situación es complicada, en un país en el que los índices de violencia doméstica son muy altos y la Policía suele dejar en manos de las familias todo lo que pase dentro de una casa.
También en el vecino Georgia prevalece la impunidad. La organización Human Rights Watch denunció el año pasado la reacción de las fuerzas de seguridad ante estos casos en los que, lejos de impedir que tenga lugar el matrimonio forzado o arrestar al captor, terminan instando a las mujeres a que se casen.
El bride kidnapping también tiene lugar en algunos países africanos, especialmente en zonas rurales. En Ruanda, al secuestro le sigue sí o sí la violación. De esta manera, el hombre se asegura de que la mujer no se negará al matrimonio.
A diferencia de lo que puede pasar en otros países, muchos de estos casamientos en Ruanda tienen fecha de vencimiento. Organizaciones defensoras de los derechos humanos han advertido que aproximadamente uno de cada tres hombres que secuestra a una mujer para convertirla en su esposa termina dejándola un tiempo después. Este abandono deja a la mujer en un lugar de mayor vulnerabilidad, porque queda sin ningún apoyo económico y generalmente sin chances de volver a casarse, debido al estigma social y cultural que hay en torno a una mujer divorciada.
En regiones de Etiopía, los secuestradores esconden a las mujeres y las violan hasta que quedan embarazadas. Una vez que lo logran, intentan negociar un precio con la familia de la mujer para terminar de legitimar el matrimonio. En este país del este de África, los hombres secuestran incluso a niñas en edad escolar. Todo esto sucede, una vez más, pese a que en 2004 se aprobó una ley que criminaliza estos raptos y aumenta la edad legal para contraer matrimonio a los 18 años.
En Kenia, el secuestro de mujeres fue hasta los años 60 una de las formas más habituales de contraer matrimonio para la etnia gusii y sigue teniendo lugar en la actualidad, aunque en menor medida. En algunas comunidades de Somalia y Sudán del Sur también se secuestra a niñas, adolescentes y mujeres para forzarlas a casarse. El modus operandi de los secuestradores es muy similar al elegido en el resto de los casos.
Sea de la manera que sea, y dentro de la comunidad que sea, estos matrimonios forzados tienen una característica común y es que constituyen una forma de violencia de género fuertemente enraizada en sociedades conservadoras y patriarcales, que coarta los derechos y libertades de las mujeres desde muy temprana edad.