Cuando vi a mi primer hijo salir de adentro de mi cuerpo, pensé que todo lo demás era un invento. Poco después, mientras me caía la ficha del cambio radical en mi rutina y prioridades, pensé que no hay momentos más trascendentes en la vida de una persona que nacer, parir y morir. Y aunque entendemos que la experiencia de parir es definitivamente intransferible, en este caso hablo también del hombre que ve a su hijo nacer. Imagino que todos sentimos que probablemente en el último suspiro, lo único que realmente nos importe sean nuestros afectos y, si hay hijos, difícilmente no sea eso lo que protagonice nuestra despedida. Cuando empecé a salir del idilio simbiótico de los primeros tiempos, comencé a entender la difícil y enorme tarea que es sacar adelante a otro ser humano desde cero sin dejar de ser humano uno mismo. Se me cruzó por la cabeza, casi como una obviedad, que en algún momento alguien me iba a hacer un monumento. Ya había sospechado que no cuando, estando embarazada, pocos me cedían el asiento en el ómnibus o me dejaban pasar en una cola de supermercado, pero terminé de confirmar que no iba a suceder cuando, después de cinco años de trabajar en la pantalla de Televisión Nacional de Uruguay y a un mes de parir a mi segundo hijo, se me comunicó que no tenía más trabajo.
En Uruguay, la Ley 11.577 dice que la mujer embarazada no podrá ser despedida y refiere a indemnizaciones en caso de que lo fuere. Esto aplica para trabajadoras en relación de dependencia y no para las contratadas a término y demás modalidades.
En los medios de comunicación se les suele pedir a los trabajadores que abran empresas unipersonales y firmen contratos a término, tanto por motivos de ahorro (de los medios) como por el hecho de que se apuesta a productos que no se sabe si van a funcionar. Si el programa funciona, se va renovando el contrato y así transcurre el tiempo, sin que el contratado genere varios de los derechos más básicos. Así, hombres y mujeres, por igual, carecemos de aumentos, aguinaldos, salarios vacacionales, licencias acordes y demás. Hombres y mujeres apechugamos cuando nos quedamos abruptamente sin trabajo, y solemos no quejarnos mucho porque el medio es chico, la producción es escasa y todos queremos poder trabajar con continuidad. Lo que pasa es que las mujeres somos quienes gestamos a los hijos, y es muy duro ver cómo, cuando llega ese momento, después de trabajar durante años en una radio, en la tele o en otro medio de comunicación, por los motivos que sean te quedás sin trabajo ni indemnización. Es verdad que si pasaron muchos años y trabajabas diariamente en un horario fijo, podés demostrar relación de dependencia. Sin embargo, nos pasa a todos los comunicadores que una vez que entramos en el mundo de la unipersonal, facturamos además trabajos ocasionales, como alguna locución o evento, y eso nos impide demostrar que no somos empresarios.
La Ley 11.577 pretende desestimular el despido de las mujeres embarazadas, porque nadie te va a contratar en breve ante una perspectiva de ausencias y reducciones horarias. Por otro lado, se prevé que puedas amamantar a tu hijo el tiempo recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Ministerio de Salud Pública (MSP), sin que se perjudique la producción de leche porque, en lugar de estar cuerpo a cuerpo sacando adelante a tu recién nacido, estás en la computadora mandando currículums para intentar sobrevivir. También ayuda a contener todo un universo invisible. Esto es, que una mujer embarazada no es la misma compañera de trabajo que ya conocías pero más gorda, sino una mujer que sabe que en breve un ser humano va a salir por su vagina o que la van a cortar al medio para sacarlo. Eso, aunque parezca mentira, da mucho miedo, ansiedad y preocupación. Se necesita una mirada solidaria que no sume un problema económico y de pérdida de logros personales que repercutirá en el bebé por nacer. Y quiero creer que la ley existe también para que no se te complique la vida mientras estás tratando de hacer algo increíble, algo por lo que todos nosotros estamos acá.
Las mujeres en el ámbito laboral no solemos tener lugar para movernos cómodamente con esas angustias naturales de la gestación, aun cuando cargamos bebés que son de hombres y mujeres. Tendrá que ver con lo que dije al principio: la experiencia es intransferible, la vivencia del cuerpo y la psiquis en la maternidad son intransferibles. Por eso, una vez que se experimenta, se acortan las distancias con otras mujeres, las entendemos y nos sobreviene una valoración intrínseca del poder femenino, universal, ancestral, que mueve al mundo y que tantas veces subestimamos.
Puse en mis redes sociales una reflexión sobre esto que sucede frecuentemente en los medios, expuse la carencia de protección en el embarazo y dije que eso podía suceder en la televisión pública, a la vista de todos. También dije que había visto convocar a la marcha del 8M a la misma gente que cuando tomó la decisión de bajar el programa sabía que yo me iba a quedar sin trabajo. Frente a esto, la dirección emitió un comunicado deslindando responsabilidad, lamentando mis comentarios y diciendo que yo, a sabiendas, inducía a error público, ya que no había sido contratada por ellos. Y lo contractual es cierto; yo no induje a error porque no hablaba de eso, sino de la insensibilidad de bajar abruptamente un programa que tenía una mujer embarazada a término al frente.
Si bien mi contrato no era directamente con el canal, sino con una productora privada en coproducción con el canal, yo estuve en esa pantalla durante cinco años, era identificada en la calle, y lo soy, como una cara de ese canal, iba diariamente a sus instalaciones, etcétera. Mis dichos referían a que eso pasó en una pantalla que es pública, y a que uno no esperaría un proceder que dista de dar el ejemplo de una dirección de un gobierno de izquierda, considerando todas las políticas de lactancia y de beneficios maternales y paternales que ha promovido. No cuestiono para nada la bajada del programa, pero sí el hecho de que mi embarazo a término pareció pasarle totalmente desapercibido a esa dirección, ya que no se acercaron a expresar preocupación, ni a contestar propuestas temporales que hice para no quedar totalmente desempleada, ni se plantearon avisar con algo de antelación para que todos pudiésemos encontrar otra cosa, lo que igualmente en mi caso iba a ser imposible.
En las redes empezó el debate y la mayoría, apoyándome, trataba de dilucidar a quién le correspondía indemnizarme, si al canal o a la productora, o incluso al Estado. Y si bien agradezco muchísimo el apoyo, no deja de sorprenderme cómo lo de la sensibilidad (que había sido lo que me motivó a publicar) no pesaba tanto como la responsabilidad contractual.
Entre los comentarios que más me impactaron en las redes había varios que decían: “Vos aceptaste ser una unipersonal, ahora a llorar al cuartito”. Y yo pienso que si aceptaba era una embarazada sin derechos, pero si no aceptaba era una embarazada que nunca fue a trabajar, porque así es como se trabaja mayoritariamente en el medio. También decían: “Aceptaste, lo hubieras pensado antes”, lo que me hace entender que para algunos está bien que una embarazada tenga derechos si lo pensó antes, pero no si lo pensó después… No faltó el que dijera: “No te gustará, pero no es ilegal”. Justamente era lo que yo planteaba: es legal. Y recibí también: “A tus compañeros también les pasó, no sos especial por ser mujer”, lo que me hizo pensar que ese seguramente le pegaría a alguien con lentes. Y al escuchar todo esto es que entiendo más que nunca por qué existe el 8M (con todo lo que le falta crecer, en el sentido de tomar acción), porque aunque para algunos es obvio, para otros –muchas veces los que deciden sobre nuestras vidas– una embarazada es una compañera que está más gorda y va más veces al baño. En esto incluyo a hombres y mujeres, porque si bien la tendencia de este pensamiento se encuentra más en el género masculino, también se ve en mujeres madres, lo que me tienta a hipotetizar sobre que fueron tratadas así y lo naturalizaron, o que quizá no conectaron tanto con ese momento de la maternidad.
Más allá del proyecto personal, la sociedad necesita seguir naciendo. A las mujeres se nos exige esa disposición y para aquellas que no lo hacen hay una mirada muy dura, inquisidora. Todo esto me hace deducir que hay que hacerlo y hay que hacerlo solas, porque incluso los organismos del Estado van a pensar que no es su problema.
Es cierto que contractualmente Televisión Nacional de Uruguay no tiene ninguna responsabilidad para conmigo, y yo no dije lo contrario. También es verdad que cualquiera que esté en este medio sabe que una productora independiente no tiene los fondos para pagar indemnizaciones si los programas ya no existen, o al menos eso creo yo. Por eso es bueno tratar de buscar alternativas humanas cuando se presentan casos así. Detrás de las decisiones empresariales hay personas que deciden sobre la vida de otras personas. La decisión de suspender todo en ese momento, sobre el pucho, a fin de año, sin buscar ninguna solución dadas las circunstancias, incidió en mi parto, en mi miedo, en mi disposición. Y esto pasó en ese momento de mi vida que, como dije al principio, es del que seguramente más me acuerde cuando repase quién fui. Y quizá yo tuve la fuerza para no dejarme empañar la grandeza de traer un hijo, pero no todos tenemos los mismos recursos emocionales o las mismas contenciones. Así que habría que ser más cuidadosos en proteger esos momentos de la vida que, al fin y al cabo, son los que a todos más nos definen y nos tocan. Porque lo demás... es todo un invento.
Leonor Svarcas