Hace unas semanas tuvo lugar en el Sindicato Médico del Uruguay (SMU) la charla “Enfoque terapéutico de niños con disforia de género”, a cargo del médico estadounidense Paul Hruz. La actividad, con una fuerte impronta conservadora, desató la polémica sobre el rol de los médicos y la construcción de las identidades.
La conferencia fue organizada, entre otras, por la doctora Patricia Bozzo, encargada también de dictar el taller sobre fertilidad en el marco de las “Charlas para novios” que se llevan a cabo en la Universidad de Montevideo desde hace algunos años, para preparar a las parejas para el matrimonio. “Queremos animar a jóvenes y adultos a formarse en este aspecto para que el día de mañana, si deciden casarse, puedan ser felices y estar orgullosos de haber elegido pasar el resto de la vida junto a una persona”, plantea Mónica Regules, directora de este ciclo de charlas, en la página web de la Universidad de Montevideo. “Sexualidad: don y desafío”, “Testimonios de matrimonios” y “Dios como aliado de nuestra relación” son algunos de los temas que se abordan en estos talleres.
Fueron varios –y por diversas vías– los reclamos que llegaron al SMU para evitar esta charla. Las redes sociales también se expresaron. Rápidamente el SMU acusó recibo y se respaldó con un tibio argumento administrativo: “Las instalaciones del SMU se administran de acuerdo a un reglamento de funcionamiento preestablecido. Cuando se cumplen las condiciones estipuladas, el personal administrativo habilita el uso de salones sin pasar por ninguna autoridad del SMU”.
Si bien el argumento administrativo se puede entender, resulta insuficiente. La reacción de la gente es esperable. Porque los derechos que se adquirieron no se devuelven, porque la historia de vulneraciones que atravesaron algunas personas no debe repetirse. Fueron décadas de limitación de derechos, fueron años del poder médico al servicio de la patologización de identidades.
Dicen que la charla no patologizó identidades. Sin embargo, entre otras cosas, cuando refiere a causas potenciales de las identidades trans, acusa psicopatología de los padres, dinámicas familiares, eventos adversos en la niñez no limitados al abuso sexual y al reforzamiento social.
Hruz dijo específicamente que su intención es “aliviar” la “disforia” y usó afección como término para describir lo que viven las personas trans. Sin citar fuente, habló de un incremento de 1.000% de niños que no se identifican con su sexo biológico. Y concluyó diciendo que los datos no son buenos, y que no sabe exactamente qué es lo que ocurre.
Sería bueno saber si los datos los elabora la ciencia o la religión. También sería bueno chequear si estos números religiosos comparten fuente con los números del diputado Álvaro Dastugue, que dijo a Telenoche que “90% de los menores de edad que piensan en cambiarse de sexo regresan a su sexo original”, afirmación que fue fuertemente desmentida por expertos: “Hay que ser responsable cuando se manejan datos. Entiendo que no se está siendo responsable con datos que afectan la salud de las personas. Esos datos no son así, hay muy poca estadística a nivel nacional e internacional. Debemos recordar que esta población es la población más excluida. Generar discursos que vulneran aun más a los más vulnerados es muy peligroso”, explicó Daniel Márquez –médico especializado en atención a personas trans– a ese mismo programa.
Hruz también intentó posicionar la idea de que si a los niños no les prestan atención con su planteo, la idea de ser trans “se les va a ir en algún momento”, porque “él lo ha visto”. Dejar de lado lo que las niñas y los niños quieren plantear es un riesgo enorme, y promover esta acción es una irresponsabilidad. Son muchas las personas que llegan al hospital Saint Bois luego de décadas de daños, cuando por fin logran acceder a la salud, y dicen: “Vine porque no se me pasó”. No es necesario que sufran todos esos años.
En la conferencia se plantearon las contraindicaciones del tratamiento hormonal, que se pueden leer en todos los prospectos de medicamentos y que son informadas por los equipos de salud durante los tratamientos. En el intercambio final, en el que dejaron hablar sólo a los médicos presentes, el planteo rondó en la necesidad de crear equipos multidisciplinarios que puedan abordar el tema, no necesariamente complaciendo lo que las niñas, niños y adolescentes quieren sino decidiendo sobre “lo que es mejor para ellos”.
Si en la “casa de los médicos” se habilitan discursos que ponen en juego de esta forma los derechos, la reacción va a ser evidente. Hubo un problema de contenido y hubo un problema de forma. La discriminación trascendió a la población trans. A pesar de ser una charla abierta previa inscripción, no les dieron la palabra a aquellos que no eran médicos. También consultaban, por aspecto, si quienes alzaban la mano eran médicos o no.
Estas prácticas soberbias no aportan. Alejan –aun más– a los médicos de la comunidad. Disminuyen la confianza y repercuten en la construcción de vínculos, elemento clave para fortalecer las intervenciones sanitarias. No es necesario subestimar a las personas de esa forma. El SMU tiene que repasar esta práctica, ser crítico con la imagen y el vínculo que quiere generar con la sociedad. Ante estos hechos cabe la autocrítica, o bancarse la reacción.
Daniel Márquez dio su opinión a la diaria sobre este tema, y en Océano FM dijo: “Uruguay viene avanzando mucho en el camino de la atención a las personas trans. Las identidades no deben ser patologizadas. Ningún médico puede diagnosticar la identidad de una persona. Hay que acompañar el camino propio que la persona quiere transitar. Y esto de la ‘disforia de género’ es un diagnóstico sobre la identidad. El rótulo de patología, frases que hablan de hombres feminizados o mujeres masculinizadas son condenables. La conferencia fue una muestra de soberbia. Hay manuales que ponen a la disforia de género como una patología mental. Hay movimientos mundiales que piden sacarlos. Las personas que tienen identidades trans sufren consecuencias por el odio y la violencia. En vez de patologizar a las personas trans, lo que hay que patologizar es a quienes ejercen el odio sobre otros. La polémica es por el contenido de la charla, no por la postura del Sindicato Médico”.
En el Parlamento
Hruz visitó también la Comisión de Población, Desarrollo e Inclusión de la Cámara de Senadores. Allí planteó que no se sabe mucho sobre los impactos a largo plazo de la hormonización. Pero dijo que “lo que sí sabemos es que hay una serie de efectos dañinos que pueden ocurrir, y quizás el efecto adverso colateral más grave sea que estos chicos quedan estériles”. Nuevamente, no citó fuentes. E insistió: “Lo que sí está claro es que a estos chicos se les está pidiendo que tomen una decisión a una edad en la que no tienen un conocimiento cabal de lo que es ser fértil, de lo que es la vida a largo plazo, del futuro de su desarrollo sexual y de la fertilidad en general”. Ya que las maternidades y las paternidades son lo primero, ¿están de acuerdo personas como Hruz con que las personas trans puedan adoptar y desarrollar el amor y la familia?
Decisiones responsables
Las cirugías para niñas y niños no están en discusión. Para las personas trans parece más una discusión impuesta que un emergente debate. Lo mismo para los profesionales que trabajan en los servicios de atención de esta población.
El proyecto de ley a estudio del Parlamento apunta a garantizar el acceso a la salud de las personas trans y el abordaje, con cuidados, responsabilidad y ética, de sus cuerpos y sus identidades. Nuevamente, están queriendo montar un discurso que no es cierto. Recordemos que las personas trans no necesariamente realizan cambios en su cuerpo (78% no toma hormonas, 75% no usa implantes, sólo 1% pasó por una cirugía de cambio de sexo).
Como dijo Daniel Márquez a Telenoche: “No hay ningún antecedente en Uruguay de cirugías en niños. Nadie lo está planteando. Ningún colega en su sano juicio indicaría una cirugía a un niño porque básicamente tiene muchas aptitudes para adquirir aún. La autonomía de ese adolescente es muy importante. El concepto de autonomía progresiva se toma muy en cuenta desde los equipos de salud para considerar qué capacidad tiene la persona para decidir. En esos casos es donde se evalúan, por ejemplo, los tratamientos hormonales. Entiendo que es un tema a problematizar, pero tenemos que poner el foco en el derecho de las personas a decidir sobre sus cuerpos. Hay que diferenciar el cambio de sexo quirúrgico con las identidades, son cosas distintas”.
De nuestros parlamentarios depende ahora la aprobación de la ley integral para personas trans. De ellos depende informarse sobre esta realidad y no jugar en la cancha de la posverdad. En lugar de escuchar tanto a los que los quieren lesionar desde siempre, es necesario abrir el espacio a las y los protagonistas reales de esta historia y a los profesionales que trabajan con ellos.
Un Estado sin violencia para las personas trans es un debe histórico. Es hora de reconocer la dignidad de las personas trans. También las ganas de vivir como quieran. La autonomía progresiva, presente en el Código de la Niñez y la Adolescencia (CNA), reconoce la competencia de los adolescentes para tomar decisiones. Equipos multidisciplinarios que acompañen esta toma de decisiones midiendo los riesgos y daños son una necesidad. De por sí en Uruguay los derechos de miles de adolescentes son poco respetados; cuánto más se vulneran todos los derechos presentes en el CNA a los adolescentes trans. Una discusión a la altura de las circunstancias es obligatoria. Vinimos al mundo a mucho más que a reproducirnos. Vinimos a ser felices y a vivir sin violencia. El Estado no puede seguir siendo cómplice.