Hubo una época en la que hacer la revolución era ponerle nombre a las cosas. Mencionarlas. Escribirlas en un papel. Ponerlas ahí afuera, donde nadie las había puesto nunca. Isabel Villar lo sabe muy bien. En 1988, cuando creó el suplemento “La república de las mujeres”, que nació junto al diario La República, su objetivo era justamente ese: nombrar las situaciones que vivían las mujeres a diario y de las que nadie hablaba.

Con el correr de los años el suplemento se convirtió en lo que ella misma define como la “bitácora del movimiento de las mujeres y feminista”. Marcó una forma de hacer periodismo que antes no existía en el Uruguay. Había publicaciones feministas, pero todas tenían un perfil más académico, como las revistas La Cacerola (1984), del Grupo de Estudios sobre la Condición de la Mujer (Grecmu), o Cotidiano Mujer (1985), impulsada por el colectivo feminista homónimo.

En cambio, lo que se proponía “La república de las mujeres” en un tiempo en el que la información no entraba todavía en la pantalla de un celular, era llegar a un público indeterminado –el mismo que consumía el diario– y que probablemente estaba menos informado sobre cuestiones de género. La apuesta era alcanzar al lector y a la lectora que consumían la prensa industrializada, esa que se podía conseguir en los supermercados, en los kioscos de los barrios y que el canillita dejaba en los umbrales de las puertas.

Es importante rescatar los orígenes de este proyecto periodístico, pionero en el país, porque –sin buscarlo, tal vez– impactó en la vida de muchas mujeres. También porque en él se inspiraron otras iniciativas similares que apuntaron y apuntan a un periodismo con un enfoque de género. Incluida esta sección de la diaria.

El primer paso que dieron fue armar un equipo que durante seis meses diseñó el suplemento, dibujó las líneas principales de su contenido y le dio el empujón inicial. Ese consejo fundacional estaba formado por integrantes de Cotidiano Mujer, de Grecmu y del Plenario de Mujeres del Uruguay. Se mezclaron las cabezas, las ganas y las plumas de mujeres como Lilián Celiberti, Lucy Garrido, Graciela Sapriza, Elena Fonseca y Margarita Percovich.

Cuando se consolidó la estructura base continuaron trabajando en el proyecto “solamente periodistas, sin perjuicio de que siempre había alguna nota o alguna colaboración que venía de académicas, investigadoras o activistas”, cuenta Villar a la diaria. El núcleo duro estuvo siempre formado por dos periodistas, a excepción de alguna etapa en la que se sumaron otras pero con menos carga horaria. Desde hace unos años lo integra Villar sola.

Durante los primeros diez años el contenido fue variado. Había una cartelera cultural “que anunciaba todas las cosas que nos parecían interesantes referidas a las mujeres”, también secciones sobre situaciones cotidianas que vivían las mujeres, sexualidad y humor. Además, se realizaban entrevistas sobre temas coyunturales, cobertura de actividades de organizaciones feministas y se publicaba una sección gráfica, “Mujererío”, que estaba a cargo de la ilustradora María Victoria Baglietto, que firmaba como Petisa. En esta página, Baglietto usaba su pincel para reflejar de alguna manera todos los problemas que vivía cotidianamente junto con su pequeña hija.

A su vez, las periodistas “mechaban” otros temas que a Villar no se le ocurriría incluir hoy en día, confiesa, como recetas humorísticas de cocina o trucos de “belleza” con hierbas. Esto lo hacían, en parte, para contrarrestar de alguna manera la intención del suplemento de poner sobre la mesa los verdaderos problemas que vivían las mujeres. Esos que a muchos les incomodaba leer.

Nombrar lo innombrable

El plato fuerte de “La república de las mujeres”, en su etapa inicial, era el espacio dedicado a “nombrar las cosas que no tenían nombre”. La violencia doméstica es el ejemplo más emblemático. Hasta ese entonces se hablaba de “un lío de pareja o un drama pasional”. “Violencia doméstica” a nivel popular no se entendía, “no se sabía lo que era”, explica la fundadora del suplemento. Por eso, tocar el tema “era batallar”, y agrega: “Nosotras decíamos, desde el comienzo, que lo nuestro iba a ser como las gotas de agua que le van pegando a la piedra y van desgastándola”.

Para Villar, al principio fue un trabajo especialmente “didáctico”. La estrategia era siempre la misma: contar que una mujer había sido herida o asesinada –una información que salía en todos los diarios– y explicar de manera “coloquial” qué era lo que ellas entendían que había pasado. “Explicábamos que eso no era un lío de pareja, porque no todas las parejas se matan a palos”, cuenta.

Para demostrar que, justamente, se trataba de un fenómeno sistemático, las responsables del suplemento fueron más allá de la noticia y empezaron a ponerle números a la violencia de género. De esa voluntad nacieron las crónicas de violencia, que fueron publicadas desde 1989 hasta que el Ministerio del Interior comenzó a difundir las estadísticas oficiales, a partir del primer gobierno del Frente Amplio (2005).

Ese trabajo era absolutamente artesanal y parcial, una salvedad que las periodistas explicaban a la hora de exponer los datos. ¿Qué hacían? Recibían los partes policiales de todos los departamentos del país –por fax– y seleccionaban aquellos que estuvieran vinculados a agresiones contra mujeres. Además, leían las secciones policiales de todos los diarios y levantaban las noticias relacionadas. Con todos esos datos armaban la crónica,que salía una vez al mes. A fin de año hacían un resumen.

En ningún momento se imaginaron el impacto real que podía tener en las mujeres visibilizar esas situaciones de violencia. “Empezaron a llegar cartas donde nos contaban que estaban pasando por lo mismo que habíamos contado en tal nota”, dice Villar. Después, las mujeres que habían atravesado situaciones de violencia directamente comenzaron a acercarse al diario en busca de ayuda y contención. “Aparecían acá para mostrarnos sus golpes y ver qué podíamos hacer. Lo único que podíamos hacer era derivarlas a la Casa de la Mujer de La Unión y a otros lugares que había en ese momento, porque acá no teníamos un servicio”.

Palos en la rueda

Cuando alguien se anima a romper con las tradiciones, a cuestionar la forma en que las cosas están dadas y a construir algo totalmente nuevo, es normal que el resultado genere resistencias. Si bien Villar afirma que exponer las situaciones de violencia contra las mujeres no generó grandes rechazos en la interna del diario –más allá de comentarios como “son problemas de pareja, están exagerando”–, hubo que dar algunas batallas.

La última, que fue hace tres años, casi llevó a que la echaran. “Yo ya estaba [trabajando] sola [en el suplemento] y me había propuesto hacer lo que fuera para erradicar la expresión ‘drama pasional’ de los titulares del diario La República”, contó. A pesar de las múltiples discusiones sobre el tema que tuvo con sus colegas en la redacción, las notas sobre femicidios seguían saliendo con la carátula “drama pasional”. Entonces, Villar publicó una nota de dos páginas escrita por “feministas muy destacadas del exterior”, en la que explicaban claramente por qué no se trataba en ningún caso de un “drama pasional”. Ese día, le llevó las dos páginas a sus compañeros de la sección Policiales. Al día siguiente volvieron a titular de la misma manera. Villar recuerda cuál fue su reacción: “Lo tomé como una provocación y en la siguiente edición publiqué un sueltito corto que decía ‘La República no aprende’. Ahí sí se me armó un lío gordo”.

En lo que tiene que ver específicamente con el contenido del suplemento, algo que generó polémica fue la publicación de temas vinculados con los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. En particular sobre la interrupción voluntaria del embarazo. “Tuvimos problemas internos cuando empezamos a hablar de aborto porque el suplemento estaba absolutamente definido a favor de la despenalización y el diario no”, contó Villar, quien recordó que las peleas por este tema “eran frecuentes”. Al tiempo, La República finalmente tomó posición, en línea con el suplemento, y el tema quedó zanjado.

“La república de las mujeres” también fue cuestionado por la dirección del diario por tratar algunas cuestiones, como la búsqueda del placer femenino y las maneras de ejercer la sexualidad, de forma “demasiado explícita”. Una vez, incluso, a Villar se le vino toda la redacción encima por sacar una nota sobre cómo podían protegerse las lesbianas del VIH. “Se me vinieron los compañeros varones encima diciendo que eso no podía salir a la calle. Bueno, salió”, cuenta.

“Ustedes hoy llegan cuando estamos en el mejor momento, porque todos estos temas están afianzados y ya nadie se asusta. Pero esto hubo que recorrerlo y fue bravo”, resumió Villar, que sigue al frente del suplemento tres décadas después de haber sembrado la primera semilla. No quedan dudas de que la expresión actual de algunos temas en los medios de comunicación tiene lugar porque hubo un periodismo que incorporó la perspectiva de género en conceptos y temas que no son propios de la agenda mediática. Y lo hizo, a veces, muy a pesar de las estructuras.

Me transformo y voy

En la actualidad, “La república de las mujeres” sale publicado todos los domingos en cuatro páginas que ahondan sobre distintas situaciones que viven las mujeres.

Villar y quienes participaron del suplemento se dieron cuenta, con el paso del tiempo, de la enorme responsabilidad que tuvieron en su primera etapa al visibilizar problemáticas que eran ajenas al resto de los medios. Pero hoy, afortunadamente, dicen que existen otros medios que escriben sobre estas cuestiones y aportan al debate. La pregunta es entonces cómo se fue adaptando uno de los suplementos más longevos del país (en agosto cumple 30 años) a los nuevos tiempos y cuáles son los planes a futuro.

“Una puede decir, y yo lo asumo perfectamente, que ‘La república de las mujeres’ como suplemento ya no tiene nada más que hacer”, dice Villar sin un solo gesto de derrota. En su opinión, actualmente las y los periodistas “escriben conscientes de lo que están haciendo, más allá de la noticia”.

En este sentido, asegura que muchos medios tomaron el camino –sin retorno– de la construcción de un enfoque con perspectiva de género. “Porque, en definitiva, ¿qué es la perspectiva de género? Mirar las cosas de otra manera. Descubrir que todos los hechos sociales afectan a las mujeres y a los hombres de manera distinta y mostrarlo. Lo que tenemos que hacer nosotras, cuando hacemos periodismo, es eso: mostrar”. Y pasa la posta: “Yo ya me puedo retirar, ¿para qué están ustedes ahora?”.

Separar las cosas

Las profesionales que intentan hacer un periodismo feminista o con perspectiva de género corren el riesgo de ser acusadas de hacer “activismo”, porque trabajan de manera permanente en la exposición de situaciones de discriminación y desigualdad que desafían el discurso dominante y amenazan con desestabilizar las estructuras de poder. Las integrantes de “La república de las mujeres” no fueron ajenas a estos señalamientos. “Nos acusaron de ser activistas, pero la verdad es que nunca les dimos mucha bolilla”, reconoce Villar.

En su opinión, se puede hacer periodismo feminista sin ser activista, y esto no es contradictorio. Puso como ejemplo lo que sucede cuando cubre actividades convocadas por colectivos feministas. “Soy una periodista feminista, pero en esta actividad simplemente oigo, tomo nota o grabo; no participo”, explica. Y aconseja: “Estás en un rol, no podés estar en los dos. Si querés estar en el otro, entonces no escribas nada. Andá, hacé lo que tengas que hacer, participá, discutí y punto”.