Bianca Acacha tiene 28 años. Hace diez que se fue de Perú. En Lima quería estudiar, pero tuvo que empezar a trabajar cuando sólo tenía 14 años. En su casa era necesaria la plata, y no había forma de encontrar un trabajo que le permitiera hacer las dos cosas.

Primi Atahua, la mamá de Bianca, estaba cansada de la pobreza, de sus problemas en Perú y de tener a su hija lejos. Allá por 2009 en su barrio se rumoreaba que en Uruguay se pagaba bien el trabajo doméstico, y emprendió viaje a nuestro país junto con una vecina.

Desde el 21 de febrero de 2009 vive en Montevideo. De lunes a sábado lo hace donde trabaja. Es empleada “con cama adentro”. El domingo está en su casa, con la hija.

Bianca también es trabajadora doméstica. Finalmente pudo cumplir su meta de estudiar y trabajar. Es estudiante de Anatomía Patológica de la Escuela Uruguaya de Tecnología Médica de la Universidad de la República.

El domingo es para ellas, pasan juntas el día. Duermen en una habitación muy cuidada, de paredes azules, que comparten con otra compatriota. Es una casa grande, luminosa y antigua. Cada habitación es el hogar de un núcleo familiar de inmigrantes. Mes a mes, todos mandan plata para sus respectivas familias.

“Trabajé cinco años en Carrasco, con una pareja de señores mayores. Trabajé muy fuerte... porque yo no sabía las costumbres de acá, y a mí me tocaba hacer todo. Tenían 12 nietos; venían de visita y yo los cuidaba. Me traían la ropa de todos para lavar, me decían ‘¿te animas a hacer?’. Y todo era así, todo era ‘¿te animas a...?’, y yo ‘sí, señora’. Terminé limpiando el auto, la piscina, lavando la ropa de toda la familia, encargándome de la cocina. A veces, cuando salía, mis compañeras me decían: ‘eres una bobeta’. Pasé muchas cosas, hubo muchos momentos en los que pasé mal. No podía comer su comida. A mí me daban comida vencida y yo no me salía. Quería mucho a esos niños, fue difícil salirme. Yo pensaba que en otro sitio me iban a tratar igual o peor, no sabía si todas las casas de Uruguay eran así. Luego de cinco años ahí me fui. Ahora tengo otro trabajo; no es fácil, pero me tratan bien y yo ahora me pongo firme”, cuenta Primi.

Bianca también empezó trabajando cama adentro. Los niños que cuidaba ya son adolescentes y sólo pasa una noche por semana en la casa donde trabaja.

“Siempre te dicen que hay que poner límites, pero no es fácil. Por ejemplo, la nena más chica de la familia, que cuando entré tenía seis y ahora tiene 12 años, es la más apegada a mí. Cada vez que me voy me dice ‘¿y por qué ya te vas?’, ‘¿con quién vas a ir?’. Antes trabajaba en un servicio de acompañantes para personas enfermas, y también era muy difícil. Es una línea de gelatina entre el trabajo y el cariño”, asevera.

Bianca cuenta que el tipo de trabajo que hacen las trabajadoras domésticas con cama adentro no les permite socializar mucho. “Hay gente que es lo único que hace y que su trabajo es lo único que tiene. Hay señoras que trabajaron 20 años y lo único que hacían era salir de su trabajo, ir a la placita, esperar a que atardezca y regresar a su trabajo el domingo de nochecita para trabajar toda la semana. Entonces eso no te permite socializar mucho o apoyarte en algo, porque no sabes si existe algo más allá de eso, algo que te vaya a apoyar, algo diferente. Muchas no conocen sus derechos, entonces hay gente que sufre. Yo siempre lo comparo con aguantar el aire debajo del agua. Si vos le preguntas a mucha gente (que en su mayoría son mujeres), siempre te dicen lo mismo: ‘estos cinco años son para pagar la carrera de mi hijo, mi hijo termina y vuelvo a Perú’, o ‘esto es sólo para construir mi casa’. Yo les digo que ‘entonces eso es como aguantar bajo el agua, porque no te das tiempo’. La idea es salir, disfrutar un poco, integrarse”.

Bianca y Primi forman parte del colectivo Mujeres Sin Fronteras, ganadoras del fondo Fortalecidas para el Empoderamiento de las Mujeres. Su objetivo, según Bianca, es visibilizar a la mujer migrante a través de la construcción de ciudadanía para ser parte de y no un agregado de.