Unas piden a Nicky Jam y el encargado de buscar en Youtube les da el gusto. La música suena fuerte, al borde de la saturación. Entre canción y canción, los silencios son quebrados por gritos desde lugares imperceptibles. Típicos. En la cárcel, el sonido y su volumen toman otra dimensión. En el diálogo a gran distancia o a centímetros, priman los decibeles altos, por tener la guardia alta, por resiliencia o simplemente por costumbre. En el barrio se dice gritando. Otras piden “A ella”, de Karol G: “Tú no te mereces nada, no estoy hablando contigo. Ella se merece menos de lo hiciste conmigo. Aunque intentes sorprenderte, este será tu castigo. Que todo lo que te haga, tú ya lo hiciste conmigo”. Algunas la bailan solas, otras en pareja, y todas la cantan como si estuviesen en un concierto, cuando el sentimiento es que no hay nadie más que el artista y una misma en conexión. En este caso, la empatía se genera con quienes no han podido bajar al patio y cantan detrás de las rejas, desde la altura de sus celdas.

En marzo, en el marco del Mes de las Mujeres, el área de Derechos Humanos de Extensión Universitaria organizó una actividad artística en la Unidad Nº 5 Femenino, la cárcel de mujeres más grande y con más población en Uruguay. Está en el barrio Colón y tiene alrededor de 250 personas privadas de libertad. Entre los colectivos que participaron, estuvo Cero Bola, murga de mujeres con una década de vida, con trascendente participación en los encuentros de murga joven, con poca y ninguneada participación en el carnaval mayor y una constante actividad periférica, segura de sí misma, convencida del lugar y la función que ocupa en estos vertiginosos tiempos de luchas feministas y de que un proyecto artístico debe funcionar mucho más allá de un concurso. Al finalizar la jornada, varias presas demandaron que la murga volviese en el corto plazo. Las integrantes de la murga llevaron adelante la gestión y coordinaron la actuación que llevaron adelante este sábado, con el Día de la Madre como contexto y excusa. 80% de las mujeres recluidas en la unidad son madres.

La comparsa La que Toca, del barrio Punta de Rieles, estuvo temprano, a poco de pasado el mediodía. Al rato llegó la murga, con traje, maquillaje y jirafas con micrófonos. Llegaban a cantar en la cárcel con sus propios elementos de comunicación. Para Ana Clara, integrante de Cero Bola, es clave intentar eliminar ciertas distancias: “Creo importante participar y promover estos intercambios, que no sea ir a cantar y hasta luego. Intentar romper, dentro de lo posible, esos muros gigantes que tenemos desde siempre, ese ‘ellas’ de un lado y ‘nosotras’ del otro”. La consola tiene problemas y los micrófonos no se pueden usar. La murga debe cantar sin amplificación, “al aire”, lo que genera una dificultad, pero, de alguna forma, también una oportunidad: sin micrófonos hay más cercanía corporal y la expresión se puede potenciar. Este es un elemento considerado por Ana Clara: “En un espacio que históricamente busca lo opuesto a la expresión y sí cierto adoctrinamiento. Por eso el ejercicio de cantar a las mujeres desde voces de mujeres, en un rol ocupado habitualmente por hombres, genera complicidad para cuestionar cosas que están instaladas. Y eso está buenísimo”. Sofía complementa la idea, reflexionando sobre lo significante de estos tiempos: “Creo que el hecho de identificarse como mujeres y con lo que canta la murga en el sentido más simple con cosas que nos pasan como mujeres. Es nuevo para todas, particularmente para ellas, que están privadas de libertad”.

Entre cuplé y cuplé surgen conversaciones. Las de arriba piden que canten más fuerte para que se escuche mejor. Los ojos de las oyentes se concentran en distintos puntos, porque la murga es un arte hecho por varias artes: el diseño de un traje, el brillo de un maquillaje, el color de una voz, la ductilidad de un movimiento, el swing de un ritmo o el chiste de un verso. Toda esa información llega a destino. Sabrina se enrosca en una de esas conversaciones: “Una de las gurisas nos dijo que se sentían más libres cuando íbamos. Estaba hablando con su novio por teléfono. Le comentó que estaba la murga, él quiso escuchar y terminaron los dos riéndose, con una sensación agradable”.

Para Victoria, directora de la murga, es importante generar continuidad e infraestructura adecuada en los procesos creativos: “Un proceso de canalización, que podríamos llamar terapéutico e integrador. Si no hay integración, no hay rehabilitación posible. En el caso de las mujeres es especial. Como tales, nos interesa demostrar que también podemos hacer arte. Cosa que parece obvia y simple, pero en los hechos no lo es. Comunicarse, crear y demostrar el valor que cada persona tiene es fundamental para el desarrollo sano de cualquiera. Por eso vamos a la cárcel”. En esta línea, Lucía hace hincapié en el factor emocional y lo mucho que se puede hacer con poco: “Se nota que necesitan más amor y que con cosas sencillas son felices: cantar, bailar y charlar las moviliza”.

Después de cantar se comparte un mate, un tabaco, una foto, un abrazo, varios “vuelvan” e igual cantidad de “volveremos”. Algunas gurisas suben las escaleras que las llevarán a sus celdas, otras, a la camioneta que las llevará a sus casas. Con todas ellas resuena el mensaje de Trilce, quien, aún maquillada, hace el último llamado de atención: “El acceso a la cultura y a la recreación es un derecho, y el único derecho que pierde la persona privada de libertad es el de la libre circulación. La vulneración del resto de los derechos es una omisión del Estado”.