Si será potente la marea feminista que el tema en el Río de la Plata es el aborto legal en Argentina. Es que para los feminismos de la región las fronteras no son tales, y el reclamo es por más y mejores derechos para las mujeres y para todos.

No fue Macri, no fue Cristina; fueron las feministas. Pase lo que pase en la Cámara de Senadores, hay un pálpito de que ya nada será igual. No hay marcha atrás. El movimiento logró cambiar la agenda y poner sobre la mesa una discusión que ha sido eterna e hipócritamente ignorada.

No quedó nadie afuera del debate. Las militantes de siempre pusieron el cuerpo. Las pibas más jóvenes nos representaron a todas tomando los secundarios y las calles. Las actrices argentinas dejaron la ficción y coparon las pantallas a las que están acostumbradas para llevar este mensaje a todo el país. Se pudo mover a los más conservadores y a los más progresistas. Hasta lograron que Susana Giménez y Marcelo Tinelli no fueran ajenos.

Horrorizadas por el nivel argumental de algunos legisladores, orgullosas del de otros, la marea verde copó los alrededores del Congreso durante todo el día y toda la noche. De un lado, la alegría y la convicción de cientos de miles de cuerpos y pañuelos verdes que desbordaban todo. Del otro, unos pocos defendían vaya a saber qué. “Lo que nunca existió ni existirá”, como decía una legisladora en una lamentable intervención. No están salvaguardando la vida, están preservando su moral, que es tan doble como siniestra. Son los mismos que defienden a los embriones, pero no a los pibes. Los que hoy te dicen que quieren ayudar a esas mujeres son los que quieren cortar los planes sociales y putean cada vez que ven a una mujer pobre embarazada porque creen que lo hacen para cobrar una asignación. Son los mismos que dicen que el derecho a la vida es superior, hasta que se cruza el derecho a la propiedad privada. Ahí sí, hay que matarlos a todos.

Pocos debates serán recordados con tanta expectativa. También el golpe de realidad que significa ver el deficiente nivel argumental de muchos de los legisladores que representan a todos los argentinos. Queda claro que llegar al Congreso no es una cuestión de mérito ni de preparación.

Algunos legisladores pasarán a la historia por defender la vida y el derecho de las mujeres a no morir como consecuencia de realizarse abortos clandestinos. Otros, por comparar a las mujeres con “perritas que van a tener cría”, por hablar del “tráfico de cerebros e hígados de fetos” y por demostrar su misoginia y aporofobia.

En Uruguay parece que fue hace mucho, porque es una discusión saldada. Pero hace tan sólo cinco años las mujeres que decidían interrumpir un embarazo tenían que hacerlo en la clandestinidad.

Atrás quedó la inseguridad. Atrás quedaron las décadas de proyectos de ley fallidos. La continua presión de la iglesia, de los poderes clericales y de todos los otros poderes que operaron. Atrás (pero siempre presente) quedó el veto de Tabaré Vázquez. Una consulta popular que no llegó a 10% de adhesiones para intentar derogar la ley. Atrás quedaron las visitas a clínicas ilegales con médicos enriquecidos, por la angustia de no tener otra opción. Las infusiones caseras, las perchas, lo que hiciera falta para terminar con todo. Atrás quedó la desesperación de no saber para dónde salir corriendo. El tráfico de misoprostol. Las horas de vivir con miedo. Los procesos penales y las infecciones. Las mujeres muertas. Las sepsis que generaron daños momentáneos y permanentes. El dolor de saberte sola, no comprendida por un Estado que estaba más dispuesto a que te murieras en la ilegalidad que a brindarte garantías.

Probablemente no sea la mejor ley que podríamos tener, pero los resultados son mejores de lo esperado. Los diagnósticos apocalípticos cayeron por su propio peso. No salimos a abortar en masa. No lo usamos como método anticonceptivo. No cambió los índices de natalidad. No dejamos de traer niñas y niños deseados al mundo.

Aunque muchos ginecólogos plantearon la objeción de conciencia, las instituciones están obligadas a coordinar las interrupciones voluntarias del embarazo en todo el país. Sabemos que hay departamentos enteros, como Salto, que intentan violar sistemáticamente este derecho. Pero también sabemos que hay un sistema de salud que busca reducir los daños y hacerse cargo de la situación.

Además de generar garantías sanitarias, el aborto legal nos permitió tener cifras oficiales. Hoy sabemos cuántas mujeres interrumpen sus embarazos. No son tantas como pensábamos que eran cuando los números que manejábamos no provenían de fuentes certeras. Sabemos que son muy pocas las que vuelven a hacerlo.

Que sea legal también nos permitió que disminuyeran las muertes maternas. Antes, casi la mitad de las muertes de mujeres gestantes eran por abortos realizados en condiciones de riesgo. El aborto legal permitió disminuir a cero estas muertes: hoy ninguna mujer gestante en Uruguay muere por interrumpir su embarazo en condiciones inseguras.

Por esto es que la creencia de algunos no puede dominar los cuerpos de todas. Menos puede determinar cómo moriremos. Con la legalización del aborto aprobada, todas tendremos la posibilidad de regular nuestros cuerpos según nuestras creencias. Aquellas que no estén dispuestas a interrumpir su embarazo podrán seguir sin hacerlo, no serán inducidas ni obligadas a abortar. Aquellas que tomen la decisión lo harán en condiciones de seguridad, amparadas por el sistema. La discusión no es moral; es de salud pública y de seguridad.

El debate se tiene que saldar en esta instancia. Porque si no se aprueba la ley ahora y se posterga por dos años, 174 mujeres morirán en abortos clandestinos. Y no lo van a poder evitar. No es cierto que van a ayudar a esas mujeres. No es cierto que van a salvar alguna de las dos vidas. Sobre los legisladores que no acompañen esta propuesta van a pesar esas muertes. Van a pesar esas septicemias. Van a pesar todos esos cuerpos que serán descartados. Porque, en definitiva, eso es lo evitable: las muertes, no el aborto. Queda claro que la discusión no es entre aborto sí y aborto no. Es entre aborto legal y aborto clandestino.

La justicia social está en debate. El aborto tiene que ser legal. Pase lo que pase, estamos haciendo historia.